Un triángulo amoroso, la confrontación de dos universos tan cercanos, y al mismo tiempo lejanos, como el de Villa Lynch y el de la Capital Federal y el negocio de la droga, hubieran dado para un filme –previsible y con pretensiones realistas- dentro de la industria del cine argentino. Nada de eso ocurre en el filme de Sapir, como ya lo sugieren los nombres de sus personajes centrales. Lo que acá interesa, mucho más que la anécdota reducida a lo que quizás debiera ser siempre: un pre-texto, es la violencia ejercida sobre el relato tradicional para permitir que nos acerquemos a los sonidos y las furias de una conciencia en permanente ebullición: esa suerte de versión masculina, y rigurosamente contemporánea, de Molly Bloom llamado Tomás.
La sombra de Godard, es cierto,
pende sobre el filme, pero no es la única entre las formas de la vanguardia
cinematográfica que Sapir revisita y pone en juego para obtener un filme
bellamente caótico, en algún momento también deudor del comic y del videogame,
que aparece como extrañamente solitario, incluso en sus arrebatos poéticos, y
que no ha arrojado descendencia alguna dentro de los trabajos posteriores de
los cineastas jóvenes. El derrotero de Sapir parece ser tan misterioso como Picado
fino, no ha vuelto a dirigir un largo, ha hecho puntillosas direcciones de
fotografías para películas mediocres y su nombre no circula ni aún dentro de
las escuelas de cine. El tiempo podrá decir, o no, más sobre él, pero Picado
fino permanece allí, alumbrando a quién se acerca a verla.
Dársena sur (Argentina/Alemania, 1997), Pablo Reyero
Pese a sus evidentes diferencias,
hay en Dársena sur algo que remite a La libertad. La mirada
distanciada que ambas arrojan sobre sus personajes no esconde, sin embargo, una
profunda admiración por ellos que para nada disimula sus imperfecciones. Reyero
-que en 2004 estrenará en Buenos Aires La cruz del sur, ya concluida y
premiada en el último Cannes- está escribiendo tres proyectos, dos son
originales, el tercero es la adaptación de un hito de la literatura
latinoamericana.
Silvia Prieto (Argentina, 1988), Martín Rejtman
Estas idas y venidas de las cosas
se corresponden precisamente con las fluctuaciones de los protagonistas. Por ejemplo la heroína –nunca
la palabra estuvo tan mal utilizada como refiriéndose a Silvia Prieto- tan
pronto quiere un canario que no cante, como lo deja olvidado en un bar frente a
una cárcel, para concluir enviándoselo por encomienda a su madre en la
provincia. Oscilaciones que los llevan a una continua serie de encuentros y
desencuentros que evoca a la screwball comedy del cine estadounidense en
las dos primeras décadas del cine parlante. Pero Rejtman nunca apunta a obtener
la carcajada, sí a lograr que se dibuje una sonrisa en los espectadores de esta
comedia insólita por la que se filtra una tristeza latente en su descripción,
sin preconceptos, de la vida a los treinta años, y en Buenos Aires, de algunos
personajes que pueden ubicarse en la clase media argentina, por aquellos años
del menemato.
Más allá del placer, agridulce y
constante, que depara su visión, Silvia Prieto obliga, asimismo, a
detenerse en su meditada construcción, donde recursos que rara vez se enlazan
armoniosamente –como la recurrencia constante a la voz over de Silvia, una dirección de actores que
apuesta a la inexpresividad y un rápido sucederse de acciones intrascendentes-
dan lugar a un resultado espléndido que epiloga en un arriesgadísimo e imprevisible final donde
se deja de lado a Silvia para señalarnos que el nombre no hace a la persona. Los
guantes mágicos se llama el tercer largometraje de Rejtman, ya terminado, a
estrenarse durante el 2004 en Buenos Aires.
La ciénaga (Argentina/España, 2000), Lucrecia Martel.
Lo primero que sorprende en la opera
prima de Martel es el erotismo subrepticio que recorre todo el metraje –
ese pie de José introduciéndose bajo la ducha cuando su hermana se baña, las
dos jóvenes desvistiendo al mismo José después que éste fue golpeado, la prueba
de la remera sobre el torso transpirado del Perro - y que no permite arrojar
ninguna mirada bienpensante, y solemne que es lo mismo, sobre la institución
familiar. Pero, y esto conviene aclararlo, no se trata de un filme que intente
contestarla, sino de representar algo tan escurridizo, y tan refractario a ser
mostrado, como esos movimientos, internos pero también externos, que ocurren
cuando la gente entra en contacto, esos “tropismos” tomando la palabra en el
sentido que le otorgó Nathalie Sarraute. Si se quiere afirmar que hay acá una
crítica a la decadencia –porque algunos personajes son, efectivamente,
decadentes-, o una metáfora de un país, corre por cuenta del espectador. Martel
se juega en otro nivel, el de volver visible aquello que parece inasible, lo
que sugieren las innumerables cicatrices físicas que tienen los personajes.
Filme agresivamente de autor,
poseedor de una de las bandas sonoras más admirables que haya dado todo el cine
argentino, La ciénaga es un comienzo muy difícil de superar. ¿Lo logrará
La niña santa que ya se encuentra en post-producción y, de estar
terminado, probablemente participe en Cannes 2004?
Vagón fumador ( Argentina, 2000), Verónica Chen
Cabe
sospechar que la acogida, mayoritariamente desfavorable, que Vagón fumador
recibió en Argentina, aunque no en Europa y en EUA, pueda tener que ver con la deliberada, y
provocativa, ausencia de un juicio moral sobre la conducta de los personajes.
Hay en la mirada que Chen construye un erotismo invasor, resultante, quizás, de
la acción de filmar con placer, intentando seducir al espectador a través de
formas, colores y luces. Reni colgándose, cabeza para abajo, de la estructura
de caños que protege a una obra en construcción o Andrés recorriendo las calles
sobre sus inseparables patines , cuerpos y planificación mediantes, nos aproximan al goce. Esta ausencia de opinión explícita a través de las palabras
–característica que unifica a obras muy diversas entre sí de los jóvenes
cineastas argentinos- sin embargo, se quiebra en el final. Los planos que
muestran a la protagonista, fuera de la ciudad, viajando en tren mientras un
tema del Chango Spasiuk se introduce sigilosamente desde la banda sonora, no
sólo exudan una infrecuente energía, sino que también, por el encuadre elegido
y la irrupción de la luz diurna en un relato que casi siempre transcurre de
noche, deslizan una apreciación sobre lo que Reni deja atrás.
El título funciona como síntesis
temática del filme todo. Un “vagón fumador” es un espacio hoy marginal, el
lugar adonde se instalan aquellos que hacen algo que, socialmente, cada vez
está menos bien visto. Es el sitio que en la gran ciudad ocupan Reni y Andrés.
Ella escapará, él permanecerá gozoso. Chen se coloca de parte de ella, ¿y los
espectadores?. Lejos del acabado virtuoso de La ciénaga, Vagón
fumador parece, si se me permite la imagen, hecha desde los genitales, lo
que no es habitual a estas alturas del cine. Chen está preparando su segundo
largometraje –Aguas argentinas- que cuenta con el apoyo del Laboratorio
de Escritura de Guiones del Instituto Sundance y la Cinéfondation que depende
del Festival de Cannes. Hasta febrero de 2004 vive en París trabajando su guión
gracias a una beca otorgada por la institución francesa.
La libertad ( Argentina, 2001), Lisandro Alonso
Leyendo lo antes escrito quizá
pueda parecer que estamos ante una película árida. Nada de eso: con su trabajo
Alonso ha logrado casi un milagro, que esta falsa crónica cotidiana logre
envolvernos y acercarnos a una experiencia de vida que puede resultar muy ajena
para casi todos los espectadores cinematográficos. Como si el cineasta se
asombrara ante el personaje que eligió construir y nos transmitiera esa
sensación.
Filme límite que por su
construcción cuestiona muchas certezas sobre el quehacer cinematográfico, La
libertad se convierte en una experiencia liberadora. Su autor ya anuncia su
segundo largometraje –en principio llamado Sangre-, ojalá pueda
concretarlo.
Donde cae el sol (Argentina, 2002), Gustavo Fontán.
En el centro del filme hay una
historia de amor: la de Enrique -un hombre de sesenta y cinco años, dueño de
una disquería que permanece al margen de las presiones del mercado- con Clara
–una peluquera treinta años menor, hija de un amigo cercano de él-. Como puede
conjeturarse esta relación, más allá de los auténticos momentos de felicidad
que les procura, no acaba bien. Pero su “imposibilidad” no es únicamente
resultado de los prejuicios de los otros, las familias de los dos incluidas, sino
también de los discursos circulantes que ambos llevan dentro de sí, no del todo
conscientemente. Una historia de amor, entonces, en donde lo social tiene un
lugar preponderante, que lleva a que nos preguntemos ¿qué es lo que esconde
la palabra amor con la que tanto se nos fatiga?
Hay una mirada minuciosa, por
momentos obsesiva, arrojada sobre Clara, Enrique, los otros y el entorno, que
termina adquiriendo un rol protagónico por la materialidad de su
representación: calles, interiores, ropas y maneras de hablar y de moverse
respiran una permanente verdad, como imponiéndonos su autenticidad. A que esto
ocurra coadyuva la elección del plano secuencia, realizado con cámara en mano,
para registrar los hechos. Frente al desagradable naturalismo de impronta televisiva
y découpage industrial que se pasea a sus anchas por el cine argentino,
joven o no, Fontán opta por una planificación que, como supo ver Pasolini en su
momento semiológico, es la que mejor puede
acercarse, que no conseguir, a una representación objetiva y empírica
del mundo y del hombre, trascendiéndola también, como en este caso. Fontán esta
preparando dos proyectos. Uno es la adaptación de una novela emblemática de la
literatura argentina: Mascaró, de Haroldo Conti; el otro es un
largometraje con producción catalana a rodarse en Barcelona a partir de mayo o
junio del 2004.
El bonaerense (Argentina, 2002), Pablo Trapero.
Trapero ha estructurado su asunto
como una crónica minuciosa que presenta los hechos sin dramatizarlos, mirándolos
al sesgo. Con una elaboradísima utilización del color y del sonido como
elementos transformadores, desprende al filme del naturalismo que lo acecha a
cada momento, así como rehuye cualquier discurso moralizador, evitando toda
afirmación tranquilizadora. Es la ambigüedad constitutiva de la realidad, la
que planteaba Bazin, la que hace aparecer y la que nos perturba. Es ese costado
de documento que se cuela en la historia de ficción lo que nos problematiza,
como en la secuencia de la celebración de la Navidad en la comisaría, donde,
con lógica impecable, los agentes de ambos sexos festejan disparando sus armas
al aire.
Está, en este momento de la
escritura, ya muy avanzado el rodaje del tercer largometraje de Trapero, Casa
rodante, una road movie familiar que se adentra en la provincia
argentina. Su intención es estrenarlo en 2004.
El juego de la silla (Argentina, 2002), Ana Katz
Hay algo que El juego de la
silla sugiere permanentemente, que
sus personajes –todos, sin excepción, claro está que en mayor o menor grado-
transitan por una zona límite entre la normalidad, si es que existe, y la
patología. Desde el vamos esto se percibe, como suele ocurrir en algunos grupos
familiares que ha sabido describir Claude Chabrol. Lo interesante es que en
ningún momento estas conductas están vistas desde una mirada acusadora,
simplemente están señaladas y abandonadas al espectador, que no puede menos que
imbricarse en ellas, a lo mejor reconociéndose.
Katz se arriesga en un desafío
poco usual. No sólo es la directora, la productora, y la guionista de su
película, basada en una obra teatral que le pertenece, -responsabilidades que
los jóvenes cineastas argentinos habitualmente asumen- sino que interpreta,
brillantemente y lejos del estereotipo, a una de las hijas, la que parece tener
alguna suerte de retraso mental. Evita, además, con una cámara que se introduce
en las situaciones y no se limita a registrarlas, cualquier resabio teatral que
pudiera acecharla.
Las agitadas horas que se
comparten con los Lujine, hacen añorar a la familia alternativa que propone
Lerman en Tan de repente. A diferencia de ésta, que se disgrega
naturalmente, los miembros de la que propone Katz ya no pueden despegarse de
ella. El llamado telefónico de Víctor a su madre, ya en el aeropuerto listo a
partir, para darle el número de su teléfono celular, lo demuestra. El amigo
francés es el nombre del proyecto que Katz tiene ahora entre sus manos.
Ignoro cuál es la relación de
Lerman, como espectador, con la nouvelle vague, pero cierta manera de
filmar la calle y los personajes transitándola, la inspirada fotografía en
blanco y negro, la breve y punzante descripción de la soledad de Marcia antes
de encontrar a Lenin y a Mao, recuerdan algunos de los filmes de ciertos
jóvenes, por ese entonces, cineastas franceses en los que podía respirarse el
mismo aire de libertad controlada y placer por filmar. Siguiendo el
imprevisible camino de sus tres jóvenes insatisfechas, Lerman se atreve a
cuestionar la idea opresiva de una identidad sexual estable y también cuenta como
el afecto permite la construcción, por supuesto que azarosa, de una familia
paralela que, rápidamente se disuelve, quizá el destino ya escrito de cualquier
grupo familiar. El proyecto actual del cineasta, hasta donde se ha podido
saber, se llama Mientras tanto, expresión adverbial que señala el efecto
que produce el montaje alternado, tan usado en Tan de repente para
interrelacionar a sus diferentes personajes. Esperemos que en ella, a filmarse
en coproducción con Francia a partir de mayo de 2004 y escrita parcialmente
gracias a una beca de la Cinéfondation, continúe su exploración del universo
femenino iniciada acá, a través de un discurso que, al contrario de lo que
suele ocurrir con otros cineasta jóvenes argentinos, se despega de la realidad
para enfrentarse a lo Real: camino solitario, si los hubiese.
Los rubios (Argentina, 2003), Albertina Carri
Después de una opera prima
muy sólida e injustamente maltratada: No quiero volver a casa, Carri,
como tantos de sus pares generacionales, demuestra, en su segundo largometraje,
que el cine es una cuestión de forma no de correción política. Y destruyendo,
con recursos múltiples, la división industrial entre “ficción” y “documental”
–la reconstrucción del secuestro con muñequitos es un hallazgo mayor- indaga,
sin fiarse demasiado de ella, en su memoria y se pregunta por su identidad. Así
su historia individual adquiere resonancias colectivas, nos concierne, y nos
compromete, a todos.
Es ya un lugar común, seguramente
verdadero y sostenido por tantos, decir que el cine piensa la realidad a través
de las estrategias con que elige representarla. No son demasiados los filmes,
como Los rubios, donde la aseveración se vuelve tan evidente. Carri está
trabajado en la producción de Géminis, que rodará en 2004.
Nadar solo (Argentina, 2003), Ezequiel Acuña
Construida con la pesada y
asumida sombra en sus espaldas de Rapado –la opera prima de
Martín Rejtman, concluida en 1991, estrenada en 1996 y devenida hoy casi
imposible de ver, por propia decisión de su autor-, explícitamente citada en la
breve aparición de su protagonista, Ezequiel Cavía, es, sin embargo, una
película extremadamente personal y ajena a los clisés que el cine, por supuesto
que también el argentino, suele prodigar al representar a alguien con la edad
de Martín: no hay acá droga o
desesperación sexual o violencia explícita. Tampoco, y esto es una marca
común en casi todo este grupo de películas, aparece ningún discurso moralizante
ni ninguna tentación metafórica. En un
muy trabajado, y muy logrado, tono asordinado, que sin embargo jamás resulta
monótono, Acuña narra un momento en el crecimiento de su personaje: un joven
económicamente acomodado y urbano. Y, entre otras estrategias puestas en juego,
mediante un sistemático uso de la elipsis –por ejemplo se omite el momento en
que los padres se enteran de que su hijo ha sido expulsado del colegio y su
reacción- consigue una bella película melancólica, de una dulce tristeza que,
imprevistamente, permite conjeturar que las adolescencias, más allá de las
épocas en que ocurran, suelen parecerse, sobre todo en aquello de
intransferiblemente secreto que guardan.
Su estreno, este año, debió ser
postergado ante la cantidad de salas invadidas por Matrix recargado.
Cuando al fin se produjo, muy pocos espectadores acudieron a verla.
EMILIO TOIBERO.
11
de noviembre de 2004
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