miércoles, 7 de mayo de 2014

La rata africana. Aproximaciones al llamado “nuevo cine argentino”



“Trabajemos, porque trabajar es menos aburrido que divertirse”
Charles Baudelaire

"(...) no existe más belleza ni más consuelo que en la mirada que se dirige hacia lo gris, lo soporta, se detiene allí, y adivina, en la desapaciguada conciencia de la negación, la posibilidad de lo bueno."
Theodor W. Adorno

"Pero si toda la importancia de la poesía de Cavafis reside en la singularidad de su tono de voz, la crítica no tiene nada que decir acerca de ella, ya que la crítica sólo puede obrar por comparaciones."
W.H.Auden

                                                                 I

En La ciénaga, primer largometraje de Lucrecia Martel, la adolescente Momi cuenta esta historia: “Parece que la prima iba caminando por la calle y se encontró con un perro medio chicón y lampiño, ¿no? Y como le pareció que estaba abandonado se lo llevó a su casa, lo metió en su patio con sus gatas y le dio algo de comer. A la mañana siguiente, cuando le va a dar de comer algo de nuevo, ve que el perro está todo ensangrentado y los gatos no están por ningún lado. Lo agarra al perro, lo baña, lo seca y se lo lleva al veterinario que quedaba a la vuelta de la casa. Le dice al veterinario: ‘mire doctor, yo no sé que hacer con este perrito porque parece que se me ha comido todos los gatos’. ‘A ver señora, acuéstelo en la camilla’. El veterinario se da vuelta, agarra un hacha que tenía colgada en la pared, lo parte al perro en el medio. La señora se acerca y ve que tiene una cantidad increíble de dientes, como dos filas de dientes. El veterinario le dice: ‘no es un perro, señora, es una rata africana’“.


Esta anécdota, oída por la realizadora salteña en su provincia, nos puede ser útil para caracterizar a ese fenómeno bizarro -en sus dos acepciones: heroico, en castellano y extraño, proveniente de la lengua francesa- que se ha dado en llamar “Nuevo Cine Argentino”, “Cine Independiente Argentino” y hasta “Cine joven argentino”, denominaciones intercambiables entre sí, cada una de las cuales estaría designando algún aspecto: su novedad con relación a la producción anterior; su independencia respecto a los parámetros de la industria cinematográfica argentina y la edad de sus autores. (1)

En España, por citar un ejemplo, muchos han tomado a la rata por un perro ayudados, se entiende, por las estrategias publicitarias puestas en juego. El hijo de la novia, Kamchatka o Historias mínimas nada tienen que ver con él: las dos primeras fueron realizadas a la manera de la industria tradicional, cuya existencia parece hundirse en un final oscuro y silencioso, y la última es el tercer largometraje de un cineasta, y publicista, de 59 años que realizó su primer largometraje en 1986. Tampoco Nueve reinas puede ser incluida dentro de él, pese a su condición de opera prima no deja de ser un intento, frustrado, de obtener una cierta solidez convencional, la que puede exhibir un mecanismo de relojería, en el que puede advertirse como se van pasando las páginas de un “guión de hierro” que, como corresponde, acabó siendo comprado por Hollywood.

Pero, entonces, ¿qué es esta rata, ciertamente de cuidado, reconocida fuera de su país ya en el año 2000, entre muchos otros, por el prestigioso Serge Toubiana en las páginas de Cahiers...?. Podríamos decir, sin pretender agotar la respuesta, que es el resultado del inevitable recambio generacional producido en un momento en que los directores que estaban en la cresta de la ola cuando el retorno a la democracia -fines de 1983, 1984-, llámense Adolfo Aristarain o Fernando Solanas o Héctor Olivera, entre otros, se encuentran, estéticamente, en un callejón sin salida como lo exhiben pródigamente sus últimos trabajos. Pero este recambio, y esto no debe obviarse, se produjo, se sigue produciendo, en un país moribundo y en disolución, donde la miseria -económica pero también ética- aparece a todo momento en cualquier esquina. Relación que, naturalmente, da lugar a un “cine pobre”, económicamente, si se lo mira desde los parámetros de la industria, lo que explicó Martín Rejtman, un cineasta esencial a la hora de pensar el recambio, cuando dijo -a Radar, suplemento del diario Página 12, en una nota publicada el 18 de agosto de 2002-: “Las películas del Nuevo Cine Argentino tienen ambiciones artísticas mientras que las del cine argentino tradicional eran meramente pretenciosas. Si tuviera que detectar un rasgo común diría que es lo crudo: estas películas se caracterizan por su falta de artificio y ampulosidad. Es un cine que se corresponde con su realidad económica, lo que no quiere decir que sea un cine pobre estéticamente. Estas películas no piden a gritos una grúa o diez mil luces.” Relación, entre la inestabilidad económica y formas distintas en los códigos de representación de las películas, que reconoce precedentes ilustres en la historia del cine: como ocurrió con los primeros años del Soviet y la vanguardia o con las consecuencias del crack de Wall Street y ciertas películas estadounidenses de principios de los ’30. 
 

                                                             II
 
Examinemos un poco más detalladamente el asunto del recambio generacional. En 1994, sobre catorce películas estrenadas en la Capital Federal, ineludible sitio de referencia dado que muchas de ellas no han accedido, ni nunca accederán, a las salas de la mayor parte de las ciudades del interior del país (donde, por otra parte, no hay el menor interés en programarlas ni en verlas), tres eran primeros largometrajes, y dos de ellos -los muy atendibles ¡Qué vivan los crotos! e Hijo de río- habían llegado a su final cut al principio de la década . Ya en 1995, sobre treinta y tres películas estrenadas, ocho eran ‘opera primas’ y una novena, verdadera piedra fundamental que agrupaba, bajo el nombre de Historias breves, nueve cortometrajes resultantes de un concurso que llevó a cabo el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales -I.N.C.A.A. a partir de ahora-. El promedio de edad de sus realizadores era de unos veinticinco años y siete de estos jóvenes cineastas que en ese entonces se presentaron en sociedad, entre los que estaba Lucrecia Martel, ya tienen, hoy, estrenado un largometraje, cuando no un segundo en pos-producción o asimismo ya estrenado, como el muy productivo Israel Caetano, que, desde entonces, ha presentado a crítica y público tres filmes más, uno de ellos co-dirigido. Lejos de decrecer, esta tendencia ha ido en aumento. En 2002 sobre cuarenta y siete filmes, la mayor parte de ellos resuelto económicamente bajo los laberínticos regímenes de la co-producción, dieciocho fueron primeras películas, que marcaron el ingreso al largometraje de veintitrés realizadores.

¿Todas estas películas son las que conformarían el llamado “Nuevo Cine Argentino”? No, porque no pueden ponerse en un mismo lugar las planificaciones televisivas de Herencia, con su edulcorada mirada sobre el Buenos Aires de finales del siglo XX y su convencional utilización del racconto, y de un policial vergonzante como Sin reserva. Son la prueba, únicamente, de la bienvenida existencia del recambio generacional.

Detrás de él está, sin duda, el trabajo, a veces satisfactorio, de algunas de las muchas escuelas de cine, atestadas de alumnos, que han florecido desde finales de los ’80 - principalmente la de la Universidad del Cine, el C.I.E.V.Y.C. (Centro de Investigación en Video y Cine) y la del propio I.N.C.A.A.- que han lanzado al mundo gente joven, con un título habilitante sobre sus hombros y la necesidad de demostrar y probarse a sí mismos que sus años de estudio no han sido en vano. Con ellos se termina un vicio antiguo: el que obligaba a la gente que quería filmar a someterse a una larga y penosa carrera dentro de la industria, comenzando por los escalones más bajos, para llegar, domesticados, a su opera prima con cuarenta años y un oficio dudoso. Costumbre que ya amenazó romperse, dentro del cine argentino, en los primeros años de los ’60, pero que no alcanzó a llegar a mayores por las oscilaciones económicas y políticas del país.
 

                                                                III

 
Pero, sin duda, el recambio generacional y la crisis institucional no alcanzar a dar cuenta de esta proliferación de cineasta jóvenes, algunos extremadamente inquietos. También han ayudado, hay que reconocerlo, la promulgación, el 28 de septiembre de 1994 de la Ley 24.377 de Fomento y Regulación de la Actividad Cinematográfica Nacional -que nunca se cumplió en su totalidad y cuyo Fondo de Fomento es recortado de acuerdo con la marcha de la economía del país y el humor del funcionario de turno- y la continuidad de dos festivales cinematográficos -el de Mar del Plata, desde 1996 en su segunda etapa y, sobre todo, el Festival de Cine Independiente de Buenos Aires, desde 1999- y la más reciente irrupción de otro igualmente importante -el DocBsAs, organizado desde 2001 por la productora y distribuidora alternativa Cine Ojo- con su consiguiente cuota de visitas de cineastas de otros países y exhibición de filmes de cinematografías poco conocidas, algunos de los cuales pudieron ingresar al rutinario circuito comercial. Y ¿por qué no? el otro recambio generacional: el de la crítica cinematográfica. Mientras los diarios de grandes tiradas se obstinan, a través de sus empleados, en ser fieles a una concepción del cine que responde a la industria cinematográfica estadounidense, por otra parte una muy importante fuente de ingresos a través de los avisos publicados en la llamada sección “espectáculos”, han aparecido otras voces que provienen, saludablemente, de otros ámbitos. Revistas sobre cine en papel, como la ya legendaria El Amante y Kilómetro 111, y virtuales, como Film on line que comenzó siendo impresa, u Otrocampo. Estudios sobre cine, Cine Nacional y Mabuse, por sólo citar algunas, supieron promover la polémica, a veces de manera tácita y otras de manera explosiva, entre diferentes maneras de entender y practicar el ejercicio de la crítica.

Claro está que, en connivencia con ciertos sectores de poder, los diarios, que son, junto a la omnipresente televisión, los que en mayor medida contribuyen al éxito de un filme en la taquilla, se han abalanzado, muchas veces desde su condición de co-productores, y en más de un caso con verdadera saña, sobre algunas películas construidas por jóvenes. Pienso, como ejemplo, en Vagón fumador, que Clarín calificó como “mala”, mientras El día que me amen –un intolerable engendro multimediático con las peores intenciones- mereció un “buena”. Y esto nos conduce a uno de los temas más espinosos, y quizás menos analizados con respecto al fenómeno: el del divorcio entre el público argentino y el cine hecho por jóvenes argentinos. Si se piensa que en su estreno en París Tan de repente atrajo más del doble de público que en su posterior presentación en Buenos Aires, para la que se tiraron ocho copias con la inversión que esto implica, es claro que algo está ocurriendo con el deseo de nuestros espectadores. (2) 

                                                              IV

 
La institución cinematográfica se apoya, según Christian Metz, sobre un trípode de tres patas: la económica: que exige ganancias, la ideológica: que reitera, casi subrepticiamente, cierta manera de leer el mundo y la del deseo del espectador: que es la que lo lleva a llenar las salas.

¿Puede filmarse fuera de la institución? Relativamente. Si se considera, por ejemplo, la obra ejemplar de Jean-Marie Straub y Danielle Huillet -realizada con escasos medios, fuertemente contestataria desde su forma y muy poco vista- podría pensarse que sí. Pero sus películas, que cuentan con sostenidas financiaciones estatales y de las televisiones con pretensiones artísticas, ¿están realmente fuera de la institución? ¿O, más bien, se ubican en un margen que ella misma determina y que, quizás, no pueda franquearse?

El problema radica en que los jóvenes cineastas argentinos, obligados por la circunstancia a la insoslayable práctica de la co-producción, parecen, en su mayoría, no querer situarse en un lugar relegado, pretenden, y ciertamente es legítimo, un cierto número de espectadores, que muy rara vez logran, capaces de asegurarles la factibilidad de un nuevo proyecto. Pero, nuevo interrogante, ¿hasta cuándo sus películas interesarán a los europeos? o ¿qué concesiones habrá que hacer para que esto ocurra?. Las modas cinematográficas, como cualquier moda, son también efímeras y ¿quién recuerda ya el boom del cine australiano en los ’70 o el suceso, bastante global, del cine iraní en el primer lustro de los ’90?

Mientras, el público argentino, más bien el de Buenos Aires, porque, como ya advertí, muchos de estos filmes ni siquiera llegan a las ciudades importantes de la provincia (3), les sigue dando la espalda, salvo a aquellas contadísimas excepciones, como El bonaerense, que consiguen la distribución de una fuerte compañía productora, en principio dedicada a la televisión. Se sabe que hay precedentes históricos que dicen que nunca los “nuevos cines” contaron con el respaldo popular en sus países de origen; tampoco se ignora que hoy, más que nunca antes en la historia de la exhibición cinematográfica, el público acepta, gustoso y sin siquiera tener conciencia de ello, el lavado de cerebro al que lo somete la industria del entretenimiento, sin un resabio de pudor. Pero, entonces, ¿cuáles son los pasos a desplegar en esta encrucijada por los cineastas?. Probablemente habrá tantas respuestas como directores y sólo el tiempo, al que uno se suele encomendar eludiendo así responsabilidades, nos dirá qué camino tomó cada uno de ellos como, en su momento, ocurrió con los jóvenes directores franceses que debutaron entre 1958 y 1962.

                                                    V

 
Si recurrí a la anécdota sobre la rata africana como posibilidad para caracterizar a todas estas películas, a las que me resisto a calificar como “nuevas”, adjetivo que a esta altura del uso de la lengua exige una precisión de la que no soy capaz, pese a que en muchos casos lo son y no sólo por su fecha de realización -tanto por sus propuestas estéticas como por las estrategias puestas en juego para su producción-, es porque me parece que tras su apariencia que puede verse como inofensiva, algunas arrojan dentelladas sobre ciertos a priori que antes no se sometían a discusión, considerados casi como verdades reveladas. Es curioso que el I.N.C.A.A., que suele poner trabas, ampliamente difundidas por los cineastas en las entrevistas que conceden, a muchos de estos proyectos, tampoco utilice, en su promoción, la etiqueta “nuevo cine argentino”. Y eso pese a los premios, módicos pero ciertos, que algunos de estos filmes atrapan en el equívoco universo de los festivales internacionales.

A continuación, desde mi lugar excéntrico de enunciación: la provincia, pensaré ciertos
filmes que me parecen imprescindibles a la hora de caracterizar, si es que esto es posible, el
cine joven argentino, extraídos de la obra de aquellos cineastas que estrenaron su opera prima en salas comerciales de cines de Buenos Aires desde el 1° de enero de 1996 al 31 de octubre de 2003 (4). Quedan fuera, entonces, algunos que considero de interés extremo y que el azar me ha permitido ver -como La cruz del sur y Ana y los otros- que se estrenarán en el 2004; así como también otros -como los mediometrajes Cantata de las cosas solas o Cabeza de palo- que, probablemente, nunca accedan al circuito comercial por sus características inusuales que no se agotan en su duración.

 
(1)Como es dable presumir, la palabra “jóvenes” designa un amplio abanico de edades y más de una
generación, cuyos límites podrían fijarse entre los 23 años de Luis Ortega y los 42 de Martín Rejtman y Gustavo Fontán, en el momento de la escritura de esta nota.

(2)Una nota aparecida en el diario “La Nación” el 17 de agosto de 2003 daba cuenta de la asistencia
de público a las salas cinematográficas de Buenos Aires en los siete primeros meses del año. Decía que el 84, 8 % de espectadores habían optado por ver películas estadounidenses mientras que un 9,2% había elegido películas argentinas. De entre ellas tres realizadas dentro de la industria -Vivir intentando, El día que me amen y Un día en el paraíso- habían atraído a la mayoría de los espectadores. Quedaban sólo 215.000 para los otros quince lazamientos nacionales “muchos de los cuales se estrenaron en condiciones casi marginales”, afirma el artículo.

(3)Algunos, pocos, filmes producidos en la provincia argentina, a veces con colaboración económica del I.N.C.A.A., no autorizan a imaginar un futuro, estéticamente válido, ni alternativo a la producción porteña ni integrándose a ella. Sí, entre los largometrajes, habría que mencionar la valiosa Cicatrices, que conoció un fugaz e injusto estreno en Buenos Aires, y dos productos orgullosamente under: El investigador de ciudades y Tal vez Tokio.

(4)Soy consciente que al delimitar el territorio en el que me moveré, cometo injusticias inevitables. Pienso en dos, las omisiones, por causas distintas, de La fe del volcán y Todo juntos.

EMILIO TOIBERO.
11 de noviembre de 2003

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