miércoles, 4 de junio de 2014

Pollo al vinagre, de C. Chabrol



Un asunto de negocios


En una pequeña ciudad ficcional sin nombre, construida con retazos de Forges-les-Eaux, representantes de la Ley (el escribano Hubert Lavoisier), la Salud (el doctor Philippe Morasseu), y el negocio de la Alimentación (el carnicero Gerard Filiol), unieron sus capitales para llevar adelante un negocio de bienes raíces. En su camino de atractivas ganancias se interponen la lisiada Madame Cuno y su hijo Louis, propietarios de una vieja casa. Los representantes de las fuerzas vivas quieren comprarla para destruirla y edificar en el terreno que ocupa, lo que queda de la familia Cuno se niega empecinadamente. Sobre esta oposición entre comercio y tradición se asienta toda la compleja trama que desarrolla Pollo al vinagre, que jamás llegó a las salas de estreno de Argentina, primera incursión chabroliana en el mundo del novelista, y también guionista cinematográfico, Dominique Roulet (1945-1999), nieto del músico Maurice Jaubert (1900-1940) redescubierto por François Truffaut para L’histoire d’ Adele H. (1975) y películas subsiguientes, y al que Godard recuerda en Elogio del amor (2001) al incluir una canción que compusiera para L’Atalante (Jean Vigo, 1934). Chabrol continuó representando el universo de Roulet en su trabajo siguiente, Inspecteur Lavardin (1986), (que tampoco hubiéramos conocido de no ser por el paciente trabajo de la Cinemateca de la Embajada de Francia).


Regresemos a las partes en contienda. Si bien es evidente hacia cuál de ellas está dirigida la simpatía del cineasta –la más débil–, hay que reconocer que, en su descripción, no ahorra dardos para ninguna de las dos. Si los agentes inmobiliarios no se detienen ante el crimen mientras transitan unas dobles vidas signadas por la hipocresía provinciana, la relación entre la madre y el hijo, que en su sed de justa revancha también provoca una muerte, se asienta sobre la temible dominación de ella y sobre complicidades tan poco dignas como leer la correspondencia privada de ciertos habitantes de la villa aprovechando que el joven trabaja en la oficina de correos. Con estos personajes, y otros variopintos que no le van a la zaga en materia de retorcimientos incluyendo al particular detective Lavardin, Chabrol vuelve a dejar en claro, con un humor regocijante tan evidente como contenido, que la provincia, al menos la francesa, no es de los lugares que él –que pasó entre paréntesis allí una parte de su adolescencia–, eligiría para vivir.

En los planos finales todo parece quedar aclarado, pero confundir este cierre con un final feliz me parece apresurado. Louis Cuno, el joven protagonista, es eximido por Lavardin, que a veces, como cuando le pega, parece querer asumir el rol del padre ausente, de purgar la jugarreta con la que ocasionó la muerte del carnicero; su madre, ya definitivamente demente tras ocasionar el incendio de la casa que defendía, es llevada a un lugar apropiado para ella, y la joven Henriette, una compañera de trabajo que no sabe ya qué hacer para atraparlo, le ofrece que duerma en su departamento. De una madre loca, que Chabrol en hermoso homenaje equipara con la de Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960) aunque no esté convertida en esqueleto, pasa a una pareja igualmente posesiva que no teme asumir roles maternales. ¿Qué futuro se le puede augurar a este nuevo Norman, y el paralelo está sugerido por el discurso, que pasa de una forma de sobreprotección a otra?

Chabrol, el único cineasta contemporáneo que puede dialogar de igual a igual con uno de sus maestros: Hitchcock, es infalible al momento de elegir el punto de cámara, siempre opta por aquél que puede reconocerse como mejor, y que, por supuesto, es también el que puede proporcionar mayor multiplicidad de sentidos. Cuando Anna Foscarie, la adorable prostituta de las clases favorecidas de la población, va, en su busca, a la casa de su desaparecida amiga Delphine Morasseau, recorriendo el parque que la rodea, Chabrol sigue la acción desde el interior de la residencia lo que le permite colocar también en cuadro a Marthe –un ama de llaves que no hubiera desdeñado don Luis Buñuel, que parece una versión desmelenada de aquella circunspecta Mrs. Denvers– y generar así una doble tensión: ¿descubrirá algo Anna? ¿cómo reaccionará Marthe? Es también notable el partido que le saca a través de los encuadres al ya nombrado parque de los Morasseau, donde la placidez propia de la naturaleza arduamente trabajada por los jardineros se ve rasgada por signos, las estatuas inmaculadamente blancas, algunas muy extrañas, que remiten al extravío mental. Por otra, en los planos previos a la conclusión, se permite una clase magistral de viejo montaje alternado, que tantos cineastas jóvenes deberían volver a ver o simplemente ver, montaje que va de Madame Cumo provocando el incendio al inspector destrozando las estatuas del jardín de los Morasseau en busca de un cadáver escondido pasando por la estancia de Louis en el departamento de Henriette, sin incluir un solo plano de más.

Un pequeño reconocimiento para el final. La actriz que, certeramente dirigida, interpreta bellamente a Henriette es Pauline Lafont (1963-1988), la hija prematuramente desaparecida de la gran Bernardette, que antes de morir alcanzó a trabajar, también, con Jean-Luc Godard en Soigne ta droite ou Une place sur la terre comme au ciel (1987).


 

Ficha técnica:

 

Pollo al vinagre [Poulet au vinaigre]
Francia, 1985.
Francés, color, 110m.
Dirección: Claude Chabrol.
Intérpretes: Jean Poiret (Inspector Jean Lavardin), Stéphane Audran (Madame Cuno), Michel Bouquet (Hubert Lavoisier, el escribano), Jean Topart (Philippe Morasseau, el médico), Lucas Belvaux (Louis Cuno) Pauline Lafont (Henriette), Jean-Claude Bouilland (Gerard Filiol, el carnicero), Caroline Cellier (Anna Fouscarie), Josephine Chaplin (Delphine Morassseau), Andrée Tainsy (Marthe), Jacques Frantz, Albert Dray, Henri Attal, Marcel Guy, Dominique Zardi, Jean-Marie Arnoux.
Guión: Dominique Roulet y Claude Chabrol sobre la novela Une mort en trop, del primero.
Fotografía: Jean Rabier.
Montaje: Monique Fardoulis.
Música: Matthieu Chabrol.
Canción: Dominique Zardi.
Sonido: Jean-Bernard Thomasson.
Dirección artística: Pierre Galliard.
Diseño de producción: Françoise Benôit-Fresco.
Vestuario: Magali Fustier Dray, Georges Memmi (el de Pauline Lafont).
Asistentes del director: Pierre-François Dumenian, Michel Dupuy, Aurore Paquiss.
Productor: Marin Karmitz.
Compañía productora: MK2 Productions (Francia).

 

EMILIO TOIBERO.

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