En una pequeña ciudad ficcional sin
nombre, construida con retazos de Forges-les-Eaux, representantes de la Ley
(el escribano Hubert Lavoisier), la Salud (el doctor Philippe Morasseu), y el
negocio de la Alimentación (el carnicero Gerard Filiol), unieron sus
capitales para llevar adelante un negocio de bienes raíces. En su camino de
atractivas ganancias se interponen la lisiada Madame Cuno
y su hijo Louis, propietarios de una vieja casa. Los representantes de las
fuerzas vivas quieren comprarla para destruirla y edificar en el terreno que
ocupa, lo que queda de la
familia Cuno se niega empecinadamente. Sobre esta oposición
entre comercio y tradición se asienta toda la compleja trama que desarrolla
Pollo al vinagre, que jamás llegó a las salas de estreno de Argentina,
primera incursión chabroliana en el mundo del novelista, y también guionista
cinematográfico, Dominique Roulet (1945-1999), nieto del músico Maurice
Jaubert (1900-1940) redescubierto por François Truffaut para L’histoire d’
Adele H. (1975) y películas subsiguientes, y al que Godard recuerda en Elogio
del amor (2001) al incluir una canción que compusiera para L’Atalante (Jean
Vigo, 1934). Chabrol continuó representando el universo de Roulet en su
trabajo siguiente, Inspecteur Lavardin (1986), (que tampoco hubiéramos
conocido de no ser por el paciente trabajo de la Cinemateca de la Embajada de
Francia).
Regresemos a las partes en contienda. Si bien es evidente hacia cuál de ellas
está dirigida la simpatía del cineasta –la más débil–, hay que reconocer que,
en su descripción, no ahorra dardos para ninguna de las dos. Si los agentes
inmobiliarios no se detienen ante el crimen mientras transitan unas dobles
vidas signadas por la hipocresía provinciana, la relación entre la madre y el
hijo, que en su sed de justa revancha también provoca una muerte, se asienta
sobre la temible dominación de ella y sobre complicidades tan poco dignas
como leer la correspondencia privada de ciertos habitantes de la villa
aprovechando que el joven trabaja en la oficina de correos. Con estos
personajes, y otros variopintos que no le van a la zaga en materia de
retorcimientos incluyendo al particular detective Lavardin, Chabrol vuelve a
dejar en claro, con un humor regocijante tan evidente como contenido, que la
provincia, al menos la francesa, no es de los lugares que él –que pasó entre
paréntesis allí una parte de su adolescencia–, eligiría para vivir.
En los planos finales todo parece quedar aclarado, pero confundir este cierre
con un final feliz me parece apresurado. Louis Cuno, el joven protagonista,
es eximido por Lavardin, que a veces, como cuando le pega, parece querer
asumir el rol del padre ausente, de purgar la jugarreta con la que ocasionó
la muerte del carnicero; su madre, ya definitivamente demente tras ocasionar
el incendio de la casa que defendía, es llevada a un lugar apropiado para
ella, y la joven
Henriette, una compañera de trabajo que no sabe ya qué
hacer para atraparlo, le ofrece que duerma en su departamento. De una madre
loca, que Chabrol en hermoso homenaje equipara con la de Psicosis (Alfred
Hitchcock, 1960) aunque no esté convertida en esqueleto, pasa a una pareja
igualmente posesiva que no teme asumir roles maternales. ¿Qué futuro se le
puede augurar a este nuevo Norman, y el paralelo está sugerido por el
discurso, que pasa de una forma de sobreprotección a otra?
Chabrol, el único cineasta contemporáneo que puede dialogar de igual a igual
con uno de sus maestros: Hitchcock, es infalible al momento de elegir el
punto de cámara, siempre opta por aquél que puede reconocerse como mejor, y
que, por supuesto, es también el que puede proporcionar mayor multiplicidad
de sentidos. Cuando Anna Foscarie, la adorable prostituta de las clases
favorecidas de la población, va, en su busca, a la casa de su desaparecida
amiga Delphine Morasseau, recorriendo el parque que la rodea, Chabrol sigue
la acción desde el interior de la residencia lo que le permite colocar
también en cuadro a Marthe –un ama de llaves que no hubiera desdeñado don
Luis Buñuel, que parece una versión desmelenada de aquella circunspecta Mrs.
Denvers– y generar así una doble tensión: ¿descubrirá algo Anna? ¿cómo
reaccionará Marthe? Es también notable el partido que le saca a través de los
encuadres al ya nombrado parque de los Morasseau, donde la placidez propia de
la naturaleza arduamente trabajada por los jardineros se ve rasgada por
signos, las estatuas inmaculadamente blancas, algunas muy extrañas, que
remiten al extravío mental. Por otra, en los planos previos a la conclusión,
se permite una clase magistral de viejo montaje alternado, que tantos
cineastas jóvenes deberían volver a ver o simplemente ver, montaje que va de
Madame Cumo provocando el incendio al inspector destrozando las estatuas del
jardín de los Morasseau en busca de un cadáver escondido pasando por la
estancia de Louis en el departamento de Henriette, sin incluir un solo plano
de más.
Un pequeño reconocimiento para el final. La actriz que, certeramente
dirigida, interpreta bellamente a Henriette es Pauline Lafont (1963-1988), la
hija prematuramente desaparecida de la gran Bernardette,
que antes de morir alcanzó a trabajar, también, con Jean-Luc Godard en Soigne
ta droite ou Une place sur la terre comme au ciel (1987).
Ficha técnica:
Pollo al vinagre [Poulet au vinaigre]
Francia, 1985.
Francés, color, 110m.
Dirección: Claude Chabrol.
Intérpretes: Jean Poiret (Inspector Jean Lavardin), Stéphane Audran (Madame
Cuno), Michel Bouquet (Hubert Lavoisier, el escribano), Jean Topart (Philippe
Morasseau, el médico), Lucas Belvaux (Louis Cuno) Pauline Lafont (Henriette),
Jean-Claude Bouilland (Gerard Filiol, el carnicero), Caroline Cellier (Anna
Fouscarie), Josephine Chaplin (Delphine Morassseau), Andrée Tainsy (Marthe),
Jacques Frantz, Albert Dray, Henri Attal, Marcel Guy, Dominique Zardi,
Jean-Marie Arnoux.
Guión: Dominique Roulet y Claude Chabrol sobre la novela Une mort en
trop, del primero.
Fotografía: Jean Rabier.
Montaje: Monique Fardoulis.
Música: Matthieu Chabrol.
Canción: Dominique Zardi.
Sonido: Jean-Bernard Thomasson.
Dirección artística: Pierre Galliard.
Diseño de producción: Françoise Benôit-Fresco.
Vestuario: Magali Fustier Dray, Georges Memmi (el de Pauline Lafont).
Asistentes del director: Pierre-François Dumenian, Michel Dupuy, Aurore
Paquiss.
Productor: Marin Karmitz.
Compañía productora: MK2 Productions (Francia).
EMILIO TOIBERO.
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