miércoles, 4 de junio de 2014

Tal vez Tokio, de G. Barbieri y J. González



El Japón como refugio



“Esa noche me sentí más sola que nunca, presa de la desesperación volví al chalet y tuve, entre desvaríos, la inspiración. No pude dormir, a las cinco el amanecer me sorprendió en la playa, recogiendo por primera vez los desechos que había dejado la marejada sobre la arena. La resaca, me atrevía solamente a amar la resaca, otra cosa era demasiado pretender. Volví a casa y empecé a hablar –en voz muy baja para no despertar a mamá– con una zapatilla olvidada, con una gorra de baño hecha jirones, con una hoja rota de diario, y me puse a tocarlas y a escuchar sus voces. La obra era ésa, reunir objetos despreciados para compartir con ellos un momento de la vida, o la vida misma. Esa era la obra”.
Gladys, en el transcurso de un reportaje imaginario para Harper’s Bazar, en The Buenos Aires affair, de Manuel Puig.




De empleada de limpieza en un frigorífico, María Noel, el joven personaje protagónico, pasa a trabajar para un circo al que ciertos intencionados encuadres de su carpa le otorgan una densidad metafórica. Colocándose una nariz y unas orejas de ratón, colgando de su cuello un precario cartel, casi tan grande como ella, recorre las calles de una ciudad, que nunca se nombra y puede ser síntesis de muchas, incitando a ver el espectáculo. En su siguiente ocupación vuelve a la limpieza, esta vez de un acuario donde tanto habla dulcemente con los peces como se roba uno para su alimentación. Por último, su voz over nos informa: “Descubrí que lo que había deseado toda la vida no era vivir, sino expresarme”, y con el monto de un premio que obtiene por la gigantesca representación, nuevamente casi tan grande como ella, de una paloma muerta, a la que ella confiere vida a través de su trabajo, viaja para vivir en Tokio, ciudad que en su imaginario se le aparece como moderna en oposición a la antigua Europa.


Éste, su devenir ficcional, es permanentemente entrecruzado, por el montaje, con el de otros pares generacionales: una compañera de trabajo, su ex novio, un joven en una moto que puede ser una nueva posibilidad de pareja, otro que se dedica, con una honda, a capturar palomas para zoológicos... Nadie tiene familia, sólo María Noel recuerda en algún momento la figura de su padre no precisamente de manera cariñosa. Los adultos sólo son figuras que se recortan en los planos, con la significativa excepción de un hombre que vende armas de manera ilegal. Los personajes de Tal vez Tokio están presentados como solitarios, casi sin nombre, que ocasionalmente entablan contactos, a partir de los afectos, que parecen no tener futuro.

Como, de acuerdo a lo que uno ha leído, ocurre en el último Almodóvar, Hable con ella, la posibilidad de la muerte es una presencia cotidiana. La amiga cocainómana sufre una sobredosis, el joven de la moto un accidente de tránsito, el ex novio intenta el suicidio, ¿el cazador de palomas es asesinado? El sanatorio o la cárcel aparecen como los únicos lugares capaces de albergarlos, fuera de ese otro espacio nuclear que es el departamento de María Noel, la única entre todos ellos que parece preocupada por el trabajo y por su futuro obsesivamente localizado en la ciudad japonesa. Porque, explica, todo el mundo te dice lo difícil que es irse, pero nadie hace hincapié en lo que se sufre quedándose. ¿Retrato, abiertamente subjetivo, de una generación? Quizás, pero si lo es se ubica muy lejos de la marca naturalista que hace estragos en el llamado “nuevo cine argentino” (?).

Con una valentía, y un sentido de realidad, admirables, los jóvenes Javier González y Guillermo Barbieri, hicieron de sus limitaciones presupuestarias material expresivo. Como si se hubieran preguntado ¿qué nos permiten narrar los medios con los que contamos?, logran convertir sus carencias de medios técnicos en el vehículo necesario para la eficacia de su discurso. El montaje abrupto, el grano grueso y los violentos movimientos de cámara con que registran, por ejemplo, la discusión callejera de María Noel y su ex novio aparecen así como un recurso necesario de igual manera que la utilización de la música, desde la banda sonora, agregando capas de significación como ocurre en el paseo en ómnibus de la protagonista por la ciudad inundada al compás de una versión jazzeada de “Llévame volando a la luna”. Es como si todo el film hiciera realidad un deseo de su personaje central, el que da a conocer cuando se dice a sí misma: “Tengo ganas de ver una película simple. De esas con mucho grano que la hacen importante. Son como piedras preciosas”.

Es indudable que tras Tal vez Tokio hay una cuidadosa lectura de la producción de Wong Kar-wai anterior a
Con ánimo de amar. Por ejemplo, el final, que arremete frontalmente contra cualquier idea de verosimilitud al uso, evoca, por su resolución, al de Happy Together. Ni González ni Barbieri parecen creer en la trasnochada, aunque desdichadamente vigente, idea de la originalidad. Construyen su discurso a partir de una experiencia vital que también incluye el cine que han visto y desde una concepción casi vertoviana del montaje, momento que, de manera explícita, construye los sentidos de este film.

Siempre que uno se enfrenta a películas como ésta, un largometraje grabado en video analógico, se pregunta por sus posibilidades de difusión. Más aún teniendo en cuenta que está realizada fuera de Buenos Aires. Y sin embargo, sea cual sea la cantidad de público que llegue a verla, tengo la certeza de que cualquier mapa a trazar acerca del cine que se hace en nuestro país debería considerarla.


 

Ficha técnica:

 

Tal vez Tokio
Argentina, 2001.
Castellano, inglés, italiano y japonés, b/n y color, 89m.
Dirección: Javier González y Guillermo Barbieri.
Intérpretes: Nana González (María Noel), Gustavo Cabrera (ex Novio), Paula Ominetti (Amiga), Javier Vega (Chico moto), Juampi Besedniak (Chico paloma), Dina Besedniak (Chico bar), Eugenia Calvo (promotora), Chiche Leonard (Armero), Flaco Johnstone (Policía), María Celia Naves (Enfermera 1), Teresa Deft (Enfermera 2), Ivana Kunz (Enfermera 3), Juan Kloss (Enfermero), Christian Mascheroni (Médico), Cala L.C. (Vendedora), Mario Besedniak (Hombre bar), Sol Mendoza (Chica minimarket), Pablo Ossorio (Encargado), Teresa Burgos (Voz psicóloga), Eduardo Velardez (Voz Radio Rock), Marcelo Prósperi (Hombre en el museo).
Cámara: Guillermo Barbieri, Javier González.
Sonido: Santiago Cánepa.
Estética + Arte: Javier González, Guillermo Barbieri.
Montaje: Guillermo Barbieri, Javier González.
Film-Jays: Burgos/Tica.
MP3 Downloads: Botija.
Edición: Facundo Bologna.
Producción: Gustavo Di Doménico.
Compañía productora: Trompe Le Monde /Films.
Estreno: 26 de mayo de 2002 en el Centro Audiovisual Rosario.

 

EMILIO TOIBERO.

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