lunes, 2 de junio de 2014

Trabajo ocasional de una esclava, de Alexander Kluge.



... cual pluma al viento

Todo lo que el hombre pone en movimiento debe pasar primero por la cabeza. Pero la forma que adquiere en esa cabeza depende de las circunstancias”.
Friedrich Engels
(Citado en uno de los primeros didascálicos que aparecen en el film).


Como la Marie de Un asunto de mujeres (Claude Chabrol, 1988), Roswitha Bronski, junto a su amiga Sylvia que oficia de ayudante, tiene instalado un consultorio clandestino donde practica abortos. Los honorarios que percibe por su actividad le permiten sostener la maltrecha economía familiar, que incluye la manutención de un marido que a veces tiene trabajo, y a veces no, y de tres hijos chicos. Una denuncia de una competidora legal, la Dra. Willek, la obliga a deshacerse del instrumental que probaría su actividad. Un amigo veterinario de Sylvia les facilita sus instrumentos de trabajo para ponerlos en las vitrinas y disimular así, ante una posible inspección, la verdadera fuente de sus ingresos. El narrador over, cuya voz atraviesa todo el metraje, comenta lo similares que les parecieron a ellas ambas series de utensilios. Esta asociación, inesperada pero hasta cierto punto verosímil, que tanto agradaría a David Cronenberg, es un buen ejemplo del tipo de estrategias que pone en juego Kluge en éste, su tercer largometraje, aunque también en los que lo anteceden. Se trata de juntar –dos imágenes, una imagen y un comentario verbal, una imagen y un comentario musical, una imagen y un didascálico– dos elementos cuya unión es imprevisible pero que, al mismo tiempo y una vez producida, se revela como justa y capaz de instalarse en la memoria del espectador para inducirlo a pensar (actividad tan devaluada por estos tiempos que corren).


Como la Anna G. de Adiós al ayer o la Leni Peickert de Artistas bajo la carpa del circo: perplejos, Roswitha Bronski –personaje ya definido en el título original como “esclava”, al que la hermana del director, Alexandra, le otorga una seducción infinita– es una mujer de una gran energía, y por lo tanto en permanente movimiento, que no alcanza a entender el mundo que la rodea aunque quiere modificarlo, porque ha tomado conciencia de lo mal que vive, y no sabe cómo (el narrador apunta que el cine le ha dado algunas ideas para su lucha ¿pero qué cine podemos preguntarnos?). Así, sucesivamente, asumirá diversos roles: de abortista a luchadora sindical sin eludir la agitación social, para concluir vendiendo salchichas, eso sí cuidadosamente envueltas en panfletos, frente a la fábrica a cuya dirección ha intentado combatir: con resultados infructuosos hasta terminar el film.

Lejos de trazar a su heroína como un alto ejemplo propio del cine industrial de denuncia social, que por los años del rodaje de Trabajo... azotaba a Europa, Kluge deja algunas, bastantes, dudas acerca de su accionar. Cuando Roswitha se traslada, en su desvencijado auto, desde Frankfurt a Lisboa para obtener pruebas de que “su” fábrica enemiga quiere instalarse en Portugal y, por lo tanto, dejar en la calle a sus trabajadores alemanes, sólo encuentra un cartel escrito a mano pegado en un lugar que el discurso no precisa y unas cuantas cajas en un espacio desolado. A ella parecen bastarle como evidencias de la maniobra, pero ¿y al espectador?

Con un vértigo que llama al asombro y una ironía que no conoce de concesiones, quizá también de una manera más directa, menos sutil que en Artistas... (y esta afirmación no conlleva ningún juicio de valor), Kluge no deja institución con cabeza: la familiar, la jurídica, la empresarial, la contestataria (jaqueada, entre otros momentos, en el gag memorable que se produce cuando el narrador dice que como no sabían cómo acercarse a la realidad social las amigas decidieron aprender una canción de Brecht), la cinematográfica y cuanta forma se pueda pensar de la burocracia van cayendo, como mutiladas por un certero golpe de hacha, a lo largo de la narración de seis meses de la vida de Roswitha de los que la voz over advierte, en el inicio, se ocupa el film. Al tiempo que exhibe, sin ningún pudor, su trabajo como una construcción donde todo roce con el naturalismo ha sido borrado, como un objeto autónomo en el que se estrella cualquier posible intento de distinguir entre imágenes construidas e imágenes registradas. Ese enloquecido viaje –enloquecido sobre todo por el acompañamiento sonoro elegido– de Roswitha, que se ha inmiscuido dentro de un grupo de funcionarios que recorren los suburbios de la ciudad, da buen testimonio de lo afirmado en el párrafo anterior.

El cine de Kluge, al menos aquella parte que conozco, provoca, además, una gradual corrosión de los anquilosados dólmenes de la ideología en quien se acerca a él, sea a través de la sola visión de los films, sea en el intento, siempre insatisfactorio, de escribir sobre ellos. La radicalidad de su construcción y, por lo tanto, del pensamiento a que ésta da lugar –radicalidad que recuerda a las propuestas de las vanguardias históricas– no deja lugar a soluciones de compromiso. Repercute de tal manera en aquel que lo conoce que disuelve esas cómodas fronteras entre lo que permiten ver, el “espectáculo” que presentan, y la vida privada. Es decir, no deja espacio para celebrarlo y, al mismo tiempo, proseguir con la rutina. Invita a actuar, en definitiva: a estudiar, a contestar en la calle, a filmar.

No es casual que como Jean Renoir, en el tramo final de su obra, o como Roberto Rossellini y Jean-Luc Godard durante una buena parte de ella, o como Chris Marker, después de
Sin sol (1984), Kluge haya terminado por abandonar la institución cinematográfica. Seguramente porque ésta ya no podía tolerarlo y Kluge no parece ser un cineasta capaz de hacer concesiones para sobrevivir en un estamento, como el nunca suficientemente denostado Wim Wenders.


Film presentado el viernes 20 de septiembre de 2002 en el ciclo Kluge, el último moderno, coorganizado en la ciudad de Rosario por el Instituto Goethe, de Buenos Aires y el Centro Cultural Cine Lumiere, de Rosario.


Ficha técnica:

Trabajo ocasional de una esclava (Gelegenheitsarbeit einer Sklavin).
Alemania Federal, 1973.
Alemán, b/n, 91m.
Dirección: Alexander Kluge.
Intérpretes: Alexandra Kluge (Roswitha Bronski), Bion Steinborn (Franz Bronski, su esposo), Sylvia Gartmann (Sylvia, su colaboradora), Trangott Buhre (Dr. Genee), Ursula Birichs (Dra. Willek), Alfred Edel (Jefe de seguridad de la fábrica).
Guión: Alexander Kluge.
Fotografía: Thomas Mauch.
Montaje: Beate Mainka-Jellinghaus.
Compañías productoras: Filmverlag der Autoren, Kairos Film.
Rodada en Francfurt (Alemania), Francia y Lisboa (Portugal).

EMILIO TOIBERO.

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