viernes, 16 de mayo de 2014

ABCdario: Edgardo Cozarinsky: entrecruzamientos (C- Ch- D- E)



                                                         [C]

                                              Cahiers du Cinéma

A los 17, 18 años compraba Cahiers en la librería Galatea en la calle Viamonte. Me fascinaba, pero no era un lado Biblia. Sí lo fue un poco cuando empecé a frecuentar después los cineclubes de la época, donde la gente leía mucha crítica italiana. No sé si lo hacían por una razón idiomática (el italiano es más fácil) o por simpatía ideológica y política con la izquierda.

La referencia era Cinema Nuovo, dirigida por Guido Aristarco, que defendía la posición del

Partido Comunista Italiano. Siempre había referencias teóricas a Lukács y a los héroes del realismo socialista. Las películas que gustaban eran las que, como se decía en la época, tenían un “mensaje”, una palabra que hoy está enterrada en el placard más profundo. Desde ese momento los Cahiers fueron un refugio contra esa posición, porque yo sabía que el cine no tenía voluntad didáctica y que el testimonio que daba sobre la realidad era más sutil, más zigzagueante, más enrevesado, menos directo contra la gente que pretendía que fuera un reflejo de la realidad o que había que analizarlo desde una perspectiva crítica histórica ya existente. Cahiers me daba razones para que las películas de Douglas Sirk me parecieran admirables y me permitían encontrar razones para que las películas de Gillo Pontecorvo me resultaran una mierda.

(Fragmento de una entrevista realizada por la redacción de la revista argentina El Amante, en agosto de 2001.) 


                                                         Cine

Teresa Orecchia: Un excelente crítico francés, Serge Daney, hablaba del cine y del impulso que está en su origen, el mostrar, como de un momento de don, y evidentemente lo relacionaba también con las sensaciones de la infancia, el miedo, el asombro, que irrigarían más el cine que otras formas. Entonces ¿estarías de acuerdo con él?

Edgardo Cozarinsky: Sí, totalmente. Y eso es algo que hace diez años no te hubiera dicho, porque no lo sentía así. Pero en estos últimos años siento como una necesidad de responder, o de corresponder, a una avidez infantil por experiencias, por conocer el mundo, por ver gente, que el cine de alguna manera satisface. Una manera que para la gente de mi edad tiene que ver con lo que el cine nos dio en la infancia. Una cosa que a mí me impresionó mucho: ese amigo mío que me dejó todos sus libros, Alberto Tabbia, tiene entre sus papeles -que estoy ordenando- un texto donde habla del cine en fragmentos, el culto de las ruinas. Y dice que cuando en la Argentina, en los cineclubes de hace muchos años, se veían versiones incompletas, truncadas, restos de películas célebres, teníamos la nostalgia de ver la película entera, pero que cuando años después, viajando a las importantes cinematecas del mundo, se podían ver, o bien llegaban a la Argentina, enviadas en préstamo, películas enteras, la impresión nunca era tan fuerte. Lo asociaba con la Venus de Milo y decía: ‘¿Quién puede pensar que sería más interesante con los brazos?’; y dice que las ruinas hacen trabajar la imaginación, que nos dan la intuición de un mundo desaparecido, y al mismo tiempo, la falta de algo o el estado de ruina es un memento mori. Estos textos me hicieron pensar mucho en esa experiencia del cine relacionada con la infancia, el cine que te hace funcionar como de a pedacitos, frente a la televisión que es un continuum ininterrumpido donde no hay mucho llamado a la imaginación. En una película hay una cuestión de sintaxis que está organizada de otra manera: aunque vieras diez minutos, cuarenta minutos de La pasión de Juana de Arco o de Vampyr, esos fragmentos te hacían funcionar, te daban una intuición de las capacidades del cine.

(Extraído de un reportaje realizado en París, el 7 de diciembre de 2001, por Teresa Orecchia. Fue público en su totalidad en el número 621, correspondiente a marzo de 2002, de la revista española Cuadernos hispanoamericanos.)
 
                                                Citizen Langlois, 1994

Hubo una época en que los filmes acababan en el tacho de basura. Un hombre tuvo la idea de salvarlos, de conservarlos y de mostrarlos a las nuevas generaciones. Fue así que conservó la memoria de lo imaginario del siglo XX. Este hombre se llamaba Henri Langlois. ¿Por qué motivo a los veinte años de edad, en vez de lanzarse al futuro, un joven decide consagrar su vida a salvar las huellas del pasado? 

(Texto escrito para el programa del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires en ocasión de una retrospectiva parcial de su obra cinematográfica en 2002)

                                                       Crítico

Walsh declaró alguna vez que no existen treinta y seis maneras de mostrar a un hombre que entra en una habitación. Sus palabras revelan la actitud del artista clásico frente al lenguaje: los hechos le imponen la forma de registrarlos. El crítico, en cambio, sabe que existen infinitas maneras de mostrar una misma cosa, pero que el valor de la forma elegida (hallada) por el artista reside en su capacidad para convencer de que es la única posible.

(Del artículo Permanencia de Griffith, publicado en el número 18/19, correspondiente a marzo de 1965, de la revista argentina Tiempo de Cine. El Walsh al que se refiere Cozarinsky es el legendario cineasta estadounidense llamado Raoul (11 de marzo de 1887- 31 de diciembre de 1980)

                                                       [CH]

                                                   Chisme (I)

En la sociedad que James eligió para ubicar casi todo su universo de ficción, el chisme es una forma de atravesar la apariencia, de inocular la duda sobre su naturaleza y reducirla a simple hipótesis. Ni su facilidad ni su aparente trivialidad pueden disimular en el chisme la condición de obra de ficción, quizá rudimentaria, pero que conduce, si no a una realidad oculta, más verdadera que la aparente, por lo menos a advertir las posibilidades múltiples encubiertas por esa superficie accesible que suele confundirse con la realidad.

(Fragmento de El espectador en el laberinto, primero de los dos ensayos sobre aspectos de la literatura de Henry James -originados en un trabajo realizado bajo la dirección de Jorge Luis Borges, para la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires- que integran el volumen El laberinto de la apariencia, Buenos Aires, Losada, 1964.) 

                                                  Chisme (II)

Me divirtió trabajar en eso por lo peyorativo que tiene la noción de chisme, por la censura ante esa noción que es la de un relato transmitido y que está en la base, para mí, del género novelístico. Cuando uno escribe novelas, cuenta cosas interesantes sobre gente desconocida o conocida, pero está transmitiendo historias. Fue interesante ocuparme en aquel momento del chisme, presentarlo como una cosa digna, que está en Proust, que está en Henry James, y mostrar cómo está ligado, en la concepción popular, a lo femenino. Esa actitud censoria, paternalista y de menosprecio ante el chisme, me pareció que era interesante porque rescataba algo que estaba vecino a lo anecdótico, y que era lo que estaba más censurado en aquella época de ideologías. La historia estaba hecha de grandes ideas y de grandes movimientos, mientras que las pequeñas traiciones, las incongruencias, o los momentos en que las grandes ideas se ponen a prueba y no funcionan, eso quedaba descartado, se lo consideraba anecdótico. Por lo tanto la palabra anecdótico tenía esa relación, evidentemente a través de la anécdota, con el chisme. La anécdota puede existir sin el chisme, pero el chisme daba la idea de transmisión un poco solapada, que era lo que me interesaba.

(De un reportaje realizado por Gustavo Pablos y publicado en el diario La voz del interior (Córdoba, Argentina), el 12 de mayo de 2001. Cozarinsky compartió con José Bianco el premio literario del diario argentino La Nación, en 1973, con un ensayo sobre el chisme como forma narrativa: Sobre algo indefendible. El texto fue luego ampliado, bajo la dirección de Roland Barthes y publicado en 1979 con el nombre de El relato indefendible.)

                                                            [D]
 
                                      Dans le rouge du couchant (2003)

La película habla del mundo de ahora, de una sociedad de la apariencia, de la falsificación, en la que los objetos tienen una firma que no es la de su autor, en la que las personas cambian de rostro gracias a la cirugía, las relaciones son electrónicas y virtuales, nos comunicamos gracias al vídeo, las viejas películas de S-8 o los discos de vinilo son ilegibles y también necesitan ser retranscritos, de liftings, para seguir viviendo.

(De un reportaje realizado en París por Octavi Martí para el diario español El País. Fue reproducido en el diario argentino Página 12, el 8 de junio de 2003.)

                                                        Derecha

Yo siempre tuve una forma de analizar o ver la realidad pública política que no me dejaba estar con nadie. Pero sobre todo me repugnaba la pasividad...Siempre sentí que era demasiado fácil ganar una buena conciencia, comprarla barata, simplemente suscribiendo a toda la cartilla, al ABC de la izquierda. Ya en Puntos suspensivos había tomado como personaje a un cura de extrema derecha porque me parecía fascinante, y creo que esa fascinación mía por la derecha está en el hecho de que no reconozco nada mío en ella. Pero lo que me interesa es que ese poder que se constituyó en un momento determinado ha sobrevivido totalmente, con otra cara (...).

(Extractado de un reportaje realizado por Luciano Monteagudo, publicado en el n° 2 de la revista argentina Film, correspondiente a junio/julio de 1993. Puntos suspensivos o Esperando a los bárbaros es el primer largometraje de Cozarinsky, rodado en Argentina en 1972 y prácticamente invisible hoy en día. La voluntad de su autor ha tenido que ver para que esto ocurra.)

                                        Diarios parisinos, de Ernst Jünger

Creo que los Diarios parisinos de Ernst Jünger son una de las obras capitales del siglo. Lo pienso aunque las ficciones alegóricas, las meditaciones filosóficas y los ensayos solipsistas del autor no me cautivan. Pero en estos diarios de prosa límpida, precisa, sin exacción sentimental, la reflexión histórica y el chisme, el horror y la banalidad entablan un diálogo inédito, que me parece iluminar como por primera vez un territorio inexplorado, y sin embargo muy compartido, de la experiencia común.

He aquí a un hombre de cultura (a quien muchos de nosotros, a pesar de las dosis masivas de escepticismo que el curso de la segunda mitad del siglo nos ha inoculado, persistimos en considerar) que se halla del lado malo de la historia; alguien que no es nazi pero que, por un sentimiento de lealtad a un ejército donde veinticinco años antes vivió sus primeras y embriagadoras aventuras, lleva el uniforme de la Wehrmacht y se deja enviar como parte de las fuerzas de ocupación a un país que admira, cuya cultura comparte; alguien que casi en mitad del siglo XX se convence de que códigos de honor y caballerosidad aún sobreviven en el umbral de la guerra tecnológica, alguien que prefiere no discernir hasta qué punto defiende el honor de su patria al no abandonar ese uniforme y hasta dónde acepta la solución más cómoda. La mentira íntima del hombre de cultura, que cree rescatar una parcela de independencia personal, ¿es acaso menos mezquina que la mentira grosera, colectiva, de la propaganda?

No hay mérito en ser antinazi cuando se es judío: en ello se juega la vida. ¿Hasta dónde no hemos vivido todos la fiesta, las vacaciones, la aventura sentimental en medio de un régimen cruento que, sin embargo, no ponía en peligro nuestra supervivencia personal? Esta experiencia que los argentinos conocemos tan bien, aunque tantos prefieren olvidarla, no tiene en la literatura mayor ni mejor cronista que Jünger.

(Fragmento de Ernst Jünger, texto fechado en 1998, año de la muerte del escritor, incluido en El pase del testigo, Buenos Aires, Sudamericana, 2001.)

                                                               [E] 

 
                                               El pase del testigo (2001)

Este libro tiene una génesis totalmente diferente. Son ensayos y artículos escritos a lo largo de muchos años (pero no todo lo que escribí a lo largo de esos años). Luis Chitarroni, amigo mío, asesor de Editorial Sudamericana, me pidió que hiciera una colección con los que más me interesaran, y por eso es el responsable de que esto exista. Había algunos que eran de crítica literaria en un sentido más estricto, más universitarios, y son los que dejé a un lado porque no se ensamblaban bien con el tono más suelto, más ensayístico que quería para el libro. Entre los que tenían ese tono, elegí los que todavía hoy podían ser leídos, que no estaban demasiado ligados a una circunstancia ocasional, pasajera, y además les agregué algunas cosas nuevas que no estaban en la versión original.

(De un reportaje realizado por Gustavo Pablos, publicado en el diario La voz del interior (Córdoba, Argentina), el 12 de mayo de 2001.)

                                                  Entrada en los ‘80

Te pido que apagues un momento la televisión, que nos regala imágenes de intercambiables refugiados, vietnamitas en Indonesia, camboyanos en Tailandia, cubanos en Miami. Hace días que rehúso mirar el diario, donde cotidianamente vocifera la solidaridad chino-chilena y soviético-argentina. Me dices que vivimos el post-Freud y el post-Marx y reconozco el tono con que en mi infancia se hablaba de postguerra, es decir, de un espacio que se define por una ausencia, no por un contenido o un deseo.

Pero a diferencia de las guerras que en el estrépito de la incertidumbre terminan casi en una fecha precisa, sea por acuerdo o por agotamiento, nos empezado a dar cuenta de este ‘después’ una vez bien internados en él. Y esa demora en la percepción, al advertirla, nos paraliza más que el casi simultáneo reconocimiento del nuevo espacio en que sobrevivimos.

No hubo meteoro en llamas. El agua no se volvió negra ni los árboles ceniza. No hubo séptimo sello que desencadenara prodigios y terrores.

Si miramos hacia atrás reconocemos signos anunciadores, escenas elocuentes, gestos en que parece encarnada una agonía borrosa. Sin embargo, ninguno de ellos es definitorio. Más que corte hubo dilución, más que derrota desvanecimiento.; siempre, el humillante sentimiento de haber sido ciegos a la revelación aunque la mirábamos de frente. 

(¿Ciegos a ella precisamente por mirarla de frente? ¿Enceguecidos como por la luz de estrellas muertas, huellas de una vida pretérita que impensables distancias astrales preservan, como la imagen impresa y proyectada del cinematógrafo?)

Quienes invirtieron un modesto capital intelectual en la especulación ideológica fingen que nada ha pasado. Tal vez esperen algún (inadmitido, inadmisible) retorno cíclico que les garantice la dignidad del profeta y no la gracia farsesca del embaucador embaucado. Otros, menos ilusos, se apresuran a desprenderse de toda evidencia comprometedora; reinvindican una ocasional oscuridad sintáctica como prueba de heterodoxia, un error de imprenta como rasgo de humor irreverente; sin rebajarse a la autocrítica, improvisan la continuación de un discurso revisionista que nunca iniciaron. 

Aunque nos divierte el espectáculo del oportunismo, nos intriga que no respiremos un aire tan despejado como podíamos haberlo esperado. Tal vez la ausencia de (una forma de) mentira no garantice el imperio de (alguna forma de) la verdad. Quienes en la Edad de Freud y de Marx preferíamos tomar su palabra por instrumento antes que como sistema, aperturas particulares pero no leyes, frente a la rebeldía de la realidad a dejarse explicar por aquella palabra nos sentimos menos divertidos de lo que podíamos haber esperado.

(Fragmento de Welcome to the 80s, fechado en 1980, uno de los trece textos, agrupados bajo el nombre de El álbum de tarjetas postales del viaje, que junto al relato El viaje sentimental forman parte de Vudú urbano, dedicado a sus padres Sara y Miron, libro prologado por Susan Sontag y Guillermo Cabrera Infante que, por vez primera, apareció en edición española en 1985 y recién en el 2002 conoció un lanzamiento argentino a cargo de la Editorial Emecé, Buenos Aires. Cada una de las tarjetas postales está precedida y seguida por una cita. La que antecede a Welcome to the 80s está tomada de Mr. Norris Changes Trains, de Christopher Isherwood, y dice así: “- Hasta la vista -dijo el Barón, con el tono de quien hace una cita particularmente apropiada.” La que lo continúa es de Dichos y contradichos, de Karl Krauss: “Considerar que muchas cosas son insignificantes y que todo significa...”)

                                                Entrecruzamientos (I)

 Veo una vez más que una vida se compone de un cruce de otras vidas.

(Dicho por el narrador -la voz y la figura de Edgardo Cozarinsky- de Boulevard de crépuscules, a los 53 minutos y 38 segundos del filme.) 

                                               Entrecruzamientos (II)

Detrás de todas estas ficciones ociosas, reconozco una vez más mi afecto por los personajes oscuros. “Como en el cine, también en la vida hay estrellas y actores secundarios.” “Toda vida está hecha del entrecruzamiento de otras vidas.”

(El narrador innominado de Hotel de emigrantes, nouvelle recogida en La novia de Odessa, Buenos Aires, Emecé, 2001.) 

                                                                 Exilio

Por otro lado, diría que el exilio es una condición general, que todo el mundo vive fuera de su contexto natural, de lo que podría ser considerado su lugar en el mundo. Estamos afuera por distintas razones, y entre otras cosas porque la sociedad crea gente desalojada.

(Extraído de un reportaje realizado en París, el 7 de diciembre de 2001, por Teresa Orecchia. Fue público en su totalidad en el número 621, correspondiente a marzo de 2002, de la revista española Cuadernos hispanoamericanos.)

EMILIO TOIBERO.

No hay comentarios:

Publicar un comentario