viernes, 16 de mayo de 2014

ABCdario: Edgardo Cozarinsky: entrecruzamientos (Apéndice)



                                                        [Apéndice]

                                                   Aparición del amor

El amor, como siempre, aparece en forma de ventana que alguien nos abre hacia un mundo desconocido.

(De la grabación que Natalia Auerbach envía al narrador en El rufián moldavo, primera novela de Cozarinsky: Buenos Aires, Emecé, 2004. En la pág. 117.) 

                                                    Argentina/Francia

Esteban Peicovich: ¿Qué recibió de Francia? ¿Qué le debe usted a la Argentina?

Edgardo Cozarinsky: Francia me dio lo que puede dar un supermercado de la cultura. La Argentina me dio los primeros sabores, los primeros olores, las primeras felicidades y las primeras humillaciones, todo lo que nutre mi trabajo -llamémoslo, con impudor- creativo. A ese humus he aprendido a darle forma, a sacarlo de adentro, a nombrarlo y elaborarlo, en Francia, sí, pero también en toda Europa. Creo que hoy escribo mejor castellano que cuando vivía todo el tiempo en la Argentina, porque he convivido años con la severidad de la sintaxis francesa. Pero la entraña oscura, el motor primero, está aquí. Cuando sueño, nunca estoy en otro lado; estoy, siempre, en Buenos Aires.

E.P. : ¿Y qué le debe el país a usted?

E.C. : El país no me debe nada. Me regala lectores y espectadores.

E.P. : ¿Qué sucesos cotidianos de la Argentina 2004 lo hacen gozarla y cuales sentirse un extranjero en su propio país?

E.C. : Gozo con los jóvenes, tan libres, tan dispuestos a explorar todo lo que en mi juventud se daba por sentado o se temía mirar de frente, sin el apoyo de una militancia, de un grupo literario o artístico, de una religión. Me gustaría ser joven en la Argentina de hoy. Extranjero en mi país no me he sentido nunca. Ante la vida política puedo reírme o sentir vergüenza ajena, como ante la televisión cuando le corto el sonido, pero me reconozco visceralmente en su comedia grotesca.

E.P. : ¿Llega usted a veces a sentirse más argentino en París que aquí?

E.C. : Desde luego. Cantidad de aspectos de la Argentina que me irritaban cuando vivía aquí todo el tiempo empezaron a parecerme, primero, interesantes, luego, positivos desde la distancia. Y no hablo del mate y del tango. Esa aptitud para la comunicación inmediata entre gente que apenas se conoce, que puede ser invasora, insufrible, se convierte en objeto de deseo desde el contexto de sociedades donde los contactos están muy codificados y las distancias se mantienen o anulan según reglas estrictas.

(De un reportaje firmado por Esteban Peicovich –“Los argentinos son mejores que la historia de su país”- aparecido en el diario argentino La Nación el 10 de julio de 2004.) 


                                                     Buenos Aires 2004

Gaspar Zimerman: ¿Ves a la ciudad muy cambiada?

Edgardo Cozarinsky: Sí, para bien. Hay ruinas, pero la gente está mejor: hay libertad, ganas de cuestionar el poder. Cuando yo tenía 20 años, la gente estaba muerta de miedo, no tanto político sino al qué dirán. La otra noche había un pibe fumando un porro y un policía ahí, sin decir nada. En la época de Onganía tenías el pelo largo y te llevaban preso. Estos jóvenes nunca bajarían el lomo ante una dictadura.

(Juan Carlos Onganía (1914-1996) fue presidente de Argentina durante cuatro años (1996-1970) tras tomar el poder mediante un golpe militar. Extraído de una entrevista de Gaspar Zimerman –“Siempre he sido un francotirador”- publicada en el diario argentino Clarín, el 14 de junio de 2004.)

                                                             Ciudad

No conozco ciudad que no sea varias ciudades, contradictorias, incomunicadas, donde cambiando de barrio no se viaje a un país diferente, se dejen de ver las caras que cruzamos todos los días, volvamos a ver gente que creíamos olvidada y acaso esté muerta.

(El narrador de El rufián moldavo, primera novela de Cozarinsky: Buenos Aires, Emecé, 2004. En la pág. 135.) 

                                                          Contaminar

Me han puesto la etiqueta de brillante documentalista, pero yo no sé lo que es el documental, he hecho ensayos. Yo contamino, a mí lo que me gusta es contaminar. Si hay algo que detesto es la pureza, en todo, el arte puro, la raza pura, todo lo que es la noción de algo puro me pone muy mal. Entonces hay elementos de ficción en los documentales porque yo narro, cuento historias. No me interesa mostrar en crudo las cosas, todas están narradas. Ahora, lo que pasa es que con los años cada vez me han interesado más otras cosas. Me he largado finalmente a publicar ficción, por ejemplo. Busco un contacto menos intelectual, menos reflexivo, me gusta más ponerme en contacto con la realidad más bruta, bruta en el sentido de no elaborada, no filtrada por la cultura.

(De una nota firmada por Eugenia García –“Me gusta descubrir los fantasmas de Buenos Aires”- publicada en el diario argentino Página 12, el 27 de junio de 2004.)

                                                      Cuartos de hotel

Me gustan los hoteles, me gusta cualquier hotel. En un cuarto de hotel siempre me he sentido cómodo. Es una tierra de nadie donde sé que acampo por tiempo limitado; donde las paredes no me confrontan con una vida cotidiana, con libros que alguna vez pensé leer y solamente he acumulado, con fotografías de personas ausentes que extraño, con esos objetos que en algún momento, cuando los puse sobre un estante, pudieron parecerme graciosos y hoy definen una palabra temible: recuerdos. Las paredes del cuarto de hotel no me han visto con la mirada perdida en un punto indefinido, dejando que el tiempo pasara a mi alrededor, o más bien dentro de mí. En un cuarto de hotel me siento liviano, como si pudiera reinventarme. Desde la cama, antes de dormir, miro a mi alrededor y nada me anuncia cómo será el día siguiente, me parece posible postergar los fantasmas que no puedo liquidar, y confío en que el sueño no los invite.

El cuarto de un hotel barato me resulta tan bienvenido como podría serlo el de un palacio: para mí son anónimos, ambos. Si estoy en una ciudad donde no vivo, me intereso en la guía de teléfonos como en una novela policial. Si estoy en un país protestante, sé que el ejemplar de la Biblia en el cajón de la mesa de luz tendrá algún párrafo subrayado con lápiz y me pierdo en hipótesis sobre el estado de ánimo del lector que lo marcó. Aun volantes y tarjetas de información, cuyo equivalente no leería en la publicidad que regularmente paso sin escalas del correo recibido a la basura, despiertan mi curiosidad si los encuentro en un cuarto de hotel. Puedo recordar tanto una excentricidad de traducción como una fórmula de insólita elegancia: en un hotel de Andalucía, la advertencia frecuente de que la bata de toalla no debía ser considerada como un obsequio del hotel terminaba en su versión inglesa con un inesperado acorde orientalista: “While our guest, enjoy your bournouz!”. En el restaurant de un hotel a orillas del lago de Como, avisaban que algunos platos de pescado anunciados podían no estar disponibles, pues eran “realizzati giornalmente in base alla clemenza del lago e alla fortuna dei nostri pescatori”.

(Extraído de “Vivir de paso”, texto publicado en Radar Libros, suplemento del diario argentino Página 12, el 15 de diciembre de 2003.)

                                                El rufián moldavo (2004)

Lo primero que escribí fue la primera frase: “Los cuentos no se inventan, se heredan.” Luego empecé a tejer la historia a partir de dos temas. Por un lado el mundo del tango, que hoy me apasiona tanto como me era indiferente de chico. Por otro, el teatro en yidisch, un fenómeno desconocido para mí hasta hace muy poco. Eran las dos puntas del iceberg en un mar oscuro de la investigación.

(De un reportaje –“De rufianes, tangos y exorcismos”- firmado por Flavia Costa y publicado en Ñ, revista de cultura del diario argentino Clarín, el 3 de julio de 2004) 

                                                       Espectador de cine

Es difícil que pueda hablar de referentes actuales, porque prácticamente no me interesa ver el cine que se está haciendo, el que habla del presente. En la medida en que puedo, me gusta más ver viejas películas de Griffith o Lubitsch, en DVD, que cualquiera actual... Toda mi vida ha sido un zigzag. Hasta los 25 años creí que iba a tener una carrera como profesor. Me harté, me fui a Europa y estuve un año trabajando de cualquier cosa, de vivir una vida cuyo único interés era hacer lo contrario de la estabilidad que había conocido antes. Cuando escribía de cine escribía lo que se me daba la gana. Nunca fui crítico porque nunca tuve una teoría ni un método, sino reflexiones muy generales. Tampoco soy un cinéfilo, porque no me gusta ver todo el cine. Cuando uno tiene más años se le da otro valor al tiempo. Creo que a estas alturas de mi vida no estoy como para perderlo viendo cualquier cosa. A medida que fui aprendiendo a hacer cine, equivocándome incluso, dejé de ser cinéfilo.

(Extraído de una nota de Claudio D. Minghetti –“Edgardo Cozarinsky: un cineasta de dos mundos”- publicada en el diario argentino La Nación, el 29 de junio de 2004.) 

                                                    Futuro de la literatura

Esteban Peicovich: Vivimos en una cultura que privilegia lo visual y elude inmersión y reflexión. ¿Podrá mantener la literatura su influencia de siglos?

Edgardo Cozarinsky: Me parece difícil. Creo, por el contrario, que tal vez va a sobrevivir como una comunidad de catacumbas. No como la de los primeros cristianos, sino como la de los últimos. Como los últimos hombres de libros. Creo que cuando estallen todas las centrales eléctricas y electrónicas del mundo y se queden sin energía las computadoras y nadie tenga acceso y se borren los discos duros y el Apocalipsis virtual llegue para todos los que han cifrado su vida en ellos, un pequeño libro impreso que se pueda leer a la luz del sol va a seguir existiendo y va a permitir que alguien conozca un poema de Quevedo.

(De un reportaje firmado por Esteban Peicovich –“Los argentinos son mejores que la historia de su país”- aparecido en el diario argentino La Nación el 10 de julio de 2004.) 

                                                          Francotirador

(...) no sé quién es mi generación. Siempre he sido un francotirador, he estado al margen. Antes de irme, había gente con la que tenía amistades apasionadas pero grandes discrepancias políticas, porque no simpatizaba con ningún movimiento armado. Y afuera nunca hice vida de exiliado profesional. Estaba muy ocupado buscándome trabajo, mientras otros vivían de organizaciones internacionales. Pero dejemos esto, porque diría cosas muy políticamente incorrectas.

(Extraído de una entrevista de Gaspar Zimerman –“Siempre he sido un francotirador”- publicada en el diario argentino Clarín, el 14 de junio de 2004.)

                                                      Guión cinematográfico

Todo el cine que vale la pena está hecho sobre un guión, al costado del mismo, a partir de él, en sus rendijas, aun en su contra; nunca ilustrándolo. El respeto al guión ha sido y es una exigencia de los ejecutivos de la industria norteamericana y sus secuaces internacionales, nerviosos por asegurarse de que no habrá sorpresas en el producto final de una inversión financiera. Y sin embargo la eficacia de esa espina dorsal que es el guión reside en la proporción exacta en que permite la digresión: esas pausas y respiraciones que son los momentos más recordados de cualquier filme de John Ford o de Nicholas Ray.

(Fragmento de una nota escrita por Cozarinsky sobre Tan de repente, publicada en el n° 4 de la revista argentina Kilómetro 111. Ensayos sobre cine, correspondiente a octubre de 2003.)

                                                              Juventud

(...) a medida que van pasando los años me acerco más a la juventud. Me aburro cada vez más con la gente de mi edad, en cambio con la gente joven me siento muy a gusto. Me encanta escucharlos hablar, hay formas del lenguaje y expresiones que son de una frescura, de una gracia espontánea. No sé hasta qué punto se desprende de que todos practican internet, pero hay una especie de estado de receptividad muy grande, y capacidad de asociaciones entre conceptos, realidades, datos. Tal vez no de capacidad de análisis, aunque no sé si la gente de mi edad cuando era joven tenía capacidad de análisis, no tengo la menor idea. 

(De una nota firmada por Eugenia García –“Me gusta descubrir los fantasmas de Buenos Aires”- publicada en el diario argentino Página 12, el 27 de junio de 2004.)

                                                              Muertos (I)

Para hablar con los vivos necesito palabras que los muertos me enseñaron.

(Frase de Alberto Tabbia, colocada como epígrafe de El rufián moldavo, primera novela de Cozarinsky: Buenos Aires, Emecé, 2004.)

                                                             Muertos (II)

Los muertos están muy presentes para mí, desde hace ya algunos años que todo lo que hago tiene que ver con los muertos, con la relación con los muertos. Para mí mis muertos son gente que está muy cerca de mí, con quien tengo diálogo, comunicación. Cuando digo esto no lo pienso en términos de melancolía, de tristeza, para nada, tengo una relación muy vital con los muertos, lo que me dejaron, lo que recuerdo de ellos. Una referencia constante, están conmigo.

(De una nota firmada por Eugenia García –“Me gusta descubrir los fantasmas de Buenos Aires”- publicada en el diario argentino Página 12, el 27 de junio de 2004.)

                                         “Nuevo cine argentino” en París

No tienen éxito comercial masivo, pero generan una enorme curiosidad. Incluso ya se han estrenado películas que aquí no se han dado, como Extraño, de Santiago Loza: la vi en el cine de mi barrio. El público más exigente, que busca cine de autor y algo distinto, ha reemplazado al cine iraní por el argentino. Son películas que para ellos traen algo diferente, con el doble aspecto de que no son exóticas, como lo son las asiáticas, y la gente que muestra es muy familiar para los franceses. Pero el tono con que se habla no tiene nada que ver con el estilo de vida francés.

(El filme de Loza es de 2003. Extraído de una entrevista de Gaspar Zimerman –“Siempre he sido un francotirador”- publicada en el diario argentino Clarín, el 14 de junio de 2004.) 

                                                            Obsesión

Hay algo particularmente opresivo en las tardes de invierno en Buenos Aires, en la luz menguante, en la humedad, tardes vacías de domingo que sólo invitan a refugiarse en una obsesión. Pienso que a algunos se les ofrece la posibilidad del amor, de las caricias y los susurros, de los cuerpos que se confunden entre cuatro paredes y sábanas tibias, y luego emergen a la noche; a otros, la vida paralela de las novelas o el cinematógrafo. Me reconozco demasiado tímido para el primero, que sólo pude abordar rara vez, y torpemente; demasiado exigente para el segundo, que sólo me apresa la imaginación en momentos aislados, dejándome una insatisfacción pertinaz.

Me pregunto a veces si no habrá sido para escapar de esos domingos vacíos que me arrojé sin prudencia en este desvío no buscado, que se me había ofrecido en el curso de una investigación al principio ligada a mis estudios y que muy pronto se independizó de ellos, que me presentaba personajes y ambientes para mí más novelescos que cualquier ficción impresa.

(El narrador de El rufián moldavo, primera novela de Cozarinsky: Buenos Aires, Emecé, 2004. En las págs. 45 y 46.) 

                                   Películas claves en el cine argentino

En distintas épocas, The Players vs. Ángeles Caídos, de Alberto Fischerman; Rapado, de Martín Rejtman y Tan de repente, de Diego Lerman, me produjeron la impresión de una ventana de aire fresco que se abría en una pieza demasiado encerrada. Al verlas, pensé que por fin alguien rompía con la dramaturgia de la televisión, con el naturalismo. En general, las películas sociológicas no me interesan. Otra de mis preferidas es El nadador inmóvil, de Fernán Rudnik.

(La película de Fischerman (1937-1995) es de 1969; la de Rejtman (1961), de 1991; la de Lerman (1976), de 2002 y la de Rudnik, de 1998. Extraído de una entrevista de Gaspar Zimerman –“Siempre he sido un francotirador”- publicada en el diario argentino Clarín, el 14 de junio de 2004.

                                                          Peronismo

Esteban Peicovich: Dada su edad, usted fue alcanzado por el peronismo. ¿Salió dañado, alterado, amplificado o mejorado? ¿Entiende usted al peronismo? ¿Cómo lo describiría?

Edgardo Cozarinsky: Al peronismo le debo mi escepticismo muy temprano, que se fue haciendo medular. Acaso no sea algo positivo, pero con ese escepticismo recuerdo, vivo y funciono. Como fenómeno histórico, siento que el peronismo fue liquidado por el regreso de un líder senil en 1973, por la masacre de Ezeiza, por esos mismos jóvenes que se pensaban de izquierda y creían haberse infiltrado en el movimiento. Pero sabemos que la distancia nos permite recibir la luz de estrellas muertas... Hoy el peronismo es algo tan universal como inconsistente: tuvo la cara de Menem y la de López Rega, la de Evita y la de tantos caudillitos provinciales. Ha tenido poetas y cineastas que importan. Como Gardel, el Che o Maradona, pertenece a la esfera de la mitología y lo irracional: del folklore.

(De un reportaje firmado por Esteban Peicovich –“Los argentinos son mejores que la historia de su país”- aparecido en el diario argentino La Nación el 10 de julio de 2004.) 

                                                 Ronda nocturna, 2004

Eugenia García: ¿De qué trata su nueva película?

Edgardo Cozarinsky: Para mí es muy difícil contar esas cosas, porque me gusta narrar en el montaje, y si tengo que resumir dónde está el punto de vista, me pierdo. Digamos que es el itinerario de un chico, en parte dealer, en parte taxiboy, en parte nómade, en una noche en la calle, que tiene una serie de encuentros habituales para él con clientes de todo tipo, clientes de droga, clientes de sexo, y a lo largo de esa noche le pasan cosas no habituales, todo entre el anochecer y el amanecer de un día. Es una película que empieza como una picaresca nocturna, alguien dijo un road movie urbano, y va deslizándose gradual pero seguramente hacia lo fantástico. Porque esa noche es la del 1 al 2 de noviembre, el día de los muertos.

Después con el amanecer se vuelve a la “realidad”. Esta película, a diferencia de otras mías, que son historias corales, está centrada en un personaje que va, que recorre distintos ambientes, que encuentra distintos personajes. Se ve la ciudad de noche, calle, calle, calle y transportes.

(De una nota firmada por Eugenia García –“Me gusta descubrir los fantasmas de Buenos Aires”- publicada en el diario argentino Página 12, el 27 de junio de 2004.)

                                                         Sionismo

Yo soy muy antisionista, no por convicción sino por sentimiento; no me interesa para nada el Estado de Israel. En cambio, me atrae todo lo judío que tiene que ver con la diáspora, porque la diáspora es un estado normal, contemporáneo, donde todos somos exiliados. Tengo una afinidad de sentimientos cuando leo a Joseph Roth. En la tradición judía me interesa la diáspora, el nomadismo y la cultura letrada. La gente cuya identidad está en un libro, una cosa portátil, que se lleva y se instala en cualquier lado.

(De un reportaje –“De rufianes, tangos y exorcismos”- firmado por Flavia Costa y publicado en Ñ, revista de cultura del diario argentino Clarín, el 3 de julio de 2004) 

                                                         Sorpresa

Una noche de 1974, recién llegado a París, entre dos departamentos prestados por amigos, pedí un cuarto en un hotel sin estrella (qué apropiada esta metáfora involuntaria: la estrella ausente es la mínima calificación que otorga la oficina turística cuya misión supuesta es garantizar al visitante una relación entre precios y servicios). Por toda respuesta la patrona se alejó unos pasos para hablar en voz baja con una mucama; al volver me anunció que el cuarto sólo estaría disponible dentro de media hora. La tranquilicé: no lo necesitaría hasta dentro de varias horas, y para refrendar mis palabras saqué del bolsillo con qué pagarle.

En mitad de la noche, después de haber dormido un par de horas, me desperté con frío. Al abrir el armario para buscar una manta, vi en el estante más alto un edredón arrollado; al bajarlo me pareció que en su interior había algo sólido, pesado. Lo deposité sobre la cama con prudencia y, antes de desplegarlo, introduje una mano entre sus dobleces. Extraje una botella de cognac, de buena calidad, apenas empezada. Entendí en ese momento el cuchicheo de la patrona con la mucama: el cuarto debía tener un ocupante permanente (era el año 1974: todavía existían en París hoteles humildes, donde una población que en otros tiempos se hubiese llamado bohemia, a quien no le importaba carecer de cocina y baño propios, prefería pagar un alquiler equivalente al de un studio y no sentirse ligado por ningún contrato). Ese ocupante acaso estuviera de viaje, acaso en ese momento no hubiese cuartos libres en el hotel, y para no dejar escapar un ave de paso la patrona había decidido vaciar su cuarto de todo efecto personal. La mucama no podía sospechar que dentro de ese edredón no utilizado una botella de buen precio había sido puesta a salvo de su curiosidad, si no de la de la misma patrona... Pasé una noche cálida: al abrigo exterior del edredón se sumó el más íntimo del cognac. A la mañana me despedí de la patrona con una sonrisa, que me acompañó mientras bajaba por la rue de Beaune hacia el Sena: imaginaba, con perversas variaciones, la escena que seguiría al regreso del pasajero, cuando descubriese, en el escondite exacto que había elegido, una botella vacía 

(Extraído de “Vivir de paso”, texto publicado en Radar Libros, suplemento del diario argentino Página 12, el 15 de diciembre de 2003.)

                                                     Subte

Absortas o ausentes, suspendidas entre impaciencia y fatiga, las expresiones en las caras de los pasajeros del metro nunca habían dejado de interesarle. (Seguía pensando “metro” en vez de “subte” quince años después de haber vuelto de Madrid.) Que fijasen la mirada en la punta de sus zapatos o en el itinerario impreso encima de las puertas, que la posasen sobre un libro o la dejasen errar en el espacio sin hallar objeto para su atención, en esas caras él leía un intervalo, una pausa involuntaria en la puesta en escena de sí mismos a la que esos pasajeros estaban condenados. Entre el punto de partida y el de llegada del trayecto subterráneo, bajo una luz polvorienta e indiferente, se hallaban momentáneamente libres de jefes y clientes, de cónyuges e hijos. Aun su ropa, el peinado o el maquillaje, marcas de identidad social, parecían abandonados sobre sus cuerpos, en espera del llamado que habría de devolverlos a un escenario perentorio. 

(Fragmento inicial de La segunda vez, relato incluido en La novia de Odessa –Buenos Aires, Emecé, 2001-, reunido, procedimiento que no se repite en el libro, junto a otros dos –Place Saint-Sulpice y Conyugal- bajo un título común: Amores oscuros. Según afirma Flavia Costa en su reportaje – “De rufianes, tangos y exorcismos”- publicado el 3 de julio de 2004 en Ñ, revista de cultura del diario argentino Clarín : “Ronda nocturna (...) actualiza una anécdota que Cozarinsky ya había anticipado en el cuento La segunda vez...”.
 
                                                          Sueños

Creo que fue la primera vez que lo visité cuando le oí decir algo así como que los sueños son la única manera que tienen los muertos de comunicarse con nosotros.

(El narrador de El rufián moldavo, primera novela de Cozarinsky: Buenos Aires, Emecé, 2004. En la pág. 12.) 

                                                         Viajero

Sí, yo soy muy viajero. Creo que estos personajes nómades, que tienen un itinerario, que a veces son como detectives o investigadores, proyectan una manera mía de ver, de ir de un lado a otro y de mirar. Por más ficción que haya en las cosas, uno las va nutriendo con su sensibilidad. Yo no podría hacer una historia de familia, porque no soy un tipo de familia, no sabría cómo contar una historia así. En cambio, historias de gente sola, errante, que va de un lado para el otro, eso sí me sale, respondo muy inmediatamente a esto.

(De una nota firmada por Eugenia García –“Me gusta descubrir los fantasmas de Buenos Aires”- publicada en el diario argentino Página 12, el 27 de junio de 2004.)

                                                          Vivir

Vivir es, para mí, en gran medida, escribir y hacer cine. Sobre todo desde que tuve un percance de salud en el 99. Hasta entonces yo había estado perdiendo el tiempo, acumulando tiempo perdido para algún día recobrarlo, diría Proust. Pero cuando escuché la campana que me recordaba que no soy eterno, tras quince años volví a escribir y ya no paré. Desde entonces, filmar en Buenos Aires, o lograr que un libro mío salga aquí y no antes en España, pasó a ser algo muy importante, un reencuentro amoroso con mi identidad. Siempre digo: soy argentino pero sobre todo soy porteño, con todo lo positivo y lo negativo que tiene esta ciudad. Hoy ya no es la ciudad conservadora de mi infancia, sino una ciudad medio náufraga, y me fascina precisamente por el sálvese quien pueda en que se vive; por esa urgencia que despierta los sentidos y te obliga a buscar soluciones rápidas. 

(De un reportaje –“De rufianes, tangos y exorcismos”- firmado por Flavia Costa y publicado en Ñ, revista de cultura del diario argentino Clarín, el 3 de julio de 2004)


                                      Filmografía de Edgardo Cozarinsky

Puntos suspensivos o Esperando a los bárbaros (Argentina, 1971) LM.
Les apprentis sorciers (Francia-Alemania, 1977). LM
Not in vain (Suiza, 1980) MM. *
La guerre d’un seul homme (Francia-Alemania, 1981). LM.
Mémoire: Mary MacCarthy (Francia, 1982).
L’album de cartes postales volées (Francia, 1982).
Autoportrait d’un inconnu: Jean Cocteau (Francia, 1983). LM
Haute Mer (Holanda-Francia, 1984). LM
Pour mémoire. Les Klarsfeld, une familie dans l’histoire (Francia, 1985).
Cinéma d’Argentine (Francia, 1986). MM
Sarah (Francia-Bélgica, 1988). MM.
Guerreros y cautivas (Argentina-Francia-Suiza, 1989). LM
André Chastel: un sentiment de bonheur (Francia,1990)
Scarlatti a Séville en la serie Opus (Francia-Alemania, 1990). MM
BoulevardS du crépuscule (Francia, 1992). MM
Portrait de Borges en Aleph (Francia,1992).
La barraca. Lorca sur les routes de l’Espagne (Francia, 1994). MM
Citizen Langlois (Francia, 1994). MM
ItaloCalvino en la serie Un siecle d’ecrivains (Francia, 1995) MM .
Le violon de Rotschild (Francia-Suiza-Finlandia-Hungría, 1996). LM
Fantomes de Tanger (Francia-Marruecos-Alemania, 1997). LM.
Stefan Zweig en la serie Un siecle d’ ecrivains (Francia, 1997). MM.
Van Gogh et son double ( Francia-Holanda, 1998). MM.
Andrei Tarkovsky: poésie et verité (Francia, 1999). MM.
Le Cinéma des Cahiers (Francia, 2001). LM.
Ingrid Caven en la serie Profils (Francia, 2001). MM.*
Tango desire ( Francia-Argentina, 2002). CM.
Chaplin aujourd’hui: Les feux de la rampe ( Francia, 2002). CM
Dans le rouge du couchant (Francia, España, 2003). LM.
 
* los dos filmes señalados con asteriscos son considerados por Cozarinsky como “trabajos alimenticios” y no los reconoce, por lo tanto, como parte de su filmografía.

LM: largometraje. MM: mediometraje. CM: cortometraje

En el caso de aquellos filmes en que no se indica alguna de las tres categorías, es porque ignoramos su duración.

EMILIO TOIBERO.

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