lunes, 5 de mayo de 2014

En el rojo del atardecer (un filme y una novela de Edgardo Cozarinsky). Una carta de Emilio Toibero




 
 
“Algún día me atreveré. Cuando ya no tenga nada que perder. Ese día su cara no aparecerá más en mis pesadillas.”
Clara (Marisa Paredes) a un médico de urgencias en Dans le rouge du couchant (2003)
 

“Y me pregunté cuánta lluvia, cuánta tierra removida, cuántos gusanos serán necesarios para que de su descomposición surja algo rico y extraño, algo libre de afectos y agravios impagos, que ninguna culpa enturbie, que ningún memorial celebre.”
El narrador, cerrando El rufián moldavo (2004). 

                                                          Rosario, 22 de junio de 2004

 
Caro Edgardo:

                        Apenas ha comenzado el invierno, de una extrema humedad que por acá moja hasta el alma, e imagino que estarás pensando en el montaje, ese momento tan decisivo en la construcción de tus filmes, de Ronda nocturna, que hace una semana has acabado de rodar en tu Buenos Aires natal, donde mañana presentás públicamente tu primera, admirable novela: El rufián moldavo. En cada trabajo que emprendés –literario o cinematográfico- se huele el riesgo. No son muchos –podría contarlos con los dedos de la mano seguramente- los escritores que publican su primera novela a los sesenta y cinco años o los cineastas, que a esa edad, filman únicamente de noche porque así lo requiere su proyecto. En estas audacias hay algo entrañablemente juvenil que te pertenece, el mismo empuje, indescifrable para él mismo, del narrador de veinticinco años de El rufián..., la misma energía de la Clara de Dans le rouge du couchant  que vuelve al Buenos Aires en que alguna vez fue joven, con una mirada que es al mismo tiempo alegre y desafiante, inequívocamente cómplice.
 

Como estarías volviendo vos, según lo escriben en críticas, reportajes y noticias, pero, sobre todo, como lo afirma tu obra. Si Dans le rouge... comienza con una panorámica sobre Buenos Aires y termina con el regreso de Clara, esa suerte de versión femenina de vos mismo, gran parte de El rufián... transcurre entre nosotros y Maxi, el personaje que queda anclado en París,  repitiendo una historia familiar sin saberlo –como todos-, queda preso: feliz por su destino heroico inesperadamente hallado, pero preso. Claro está que tus libros y tus películas van sufriendo un proceso de “argentinización” que quizás sea más evidente desde acá. Del adelgazamiento del recuerdo de Argentina que enhebraba Vudú urbano  has llegado a una presencia de tu ciudad que se impone, vertebrando todos los sentidos posibles. Esa Buenos Aires a la que, con astucia de prestidigitador sabio, lográs hacer aparecer, mágicamente, en las calles de París y  Budapest. Como si de alguna manera, tal cual le ocurre al Michel de Dans le rouge..., hubieras quemado tu primer pasaporte, a lo mejor requisito ineludible para poder ser argentino, pero sin dejar dudas que es  tu condición de tal  la que elegís para atravesar los meandros de la cotidianeidad  y para construir tu  producción inagotable.
 
Tus personajes no pueden escapar de su pasado: Clara, David, Michel, Theo Auer, Maxi Warschauer, Samuel, la inolvidable Szuzsa, afiebrada y con su tapado de color arratonado bajo el que asoma su camisón de enferma. Un ayer que puede aparecer desdibujado, del que pueden encontrarse muchas versiones, pero que sigue quemando a los que lo atravesaron, aunque ya estén transitando el rojo del atardecer, como la implacable voz de Eva Perón, a la que la distancia contamina de cierto matiz grotesco, sigue resonando en las imágenes de ese  picnic en 1972. Si ‘toda vida está hecha del entrecruzamiento de otras vidas’, es tarea vana, al menos para los hombres, tratar de dar cuenta de ese tejido. La Historia se escurre, como la arena, entre los dedos de quienes pretenden atraparla y quizá sólo conceda aparecer, al sesgo y subrepticiamente, atravesando ficciones que, como las tuyas, cinematográficas o literarias, constatan la imposibilidad de aprehenderla. ”En fin, no quiero escribir con sus vidas una novela. Prefiero respetar el silencio, preparar el olvido. Nos esperan. A todos.”, cuenta el narrador de El rufián... que, pese a su propósito, sí termina escribiendo una novela.

¿Qué hacer cuando se descubre que el pasado no puede eludirse? Quizás esta pregunta sea uno de los motores esenciales de tus trabajos, respuestas posibles a ella. Una vieja filmación amateur en super 8 o el tema elegido para una tesis pueden ser el disparo que da comienzo a la carrera. Desde allí, cada metro de pista, no hace más que acercarnos a nosotros mismos, como ya lo afirmaste en BoulevardS du crépuscule. Arrojados, tus espectadores, a veces contra nuestra voluntad, a compartir tus insospechados descubrimientos, como las semejanzas entre la vida en París durante la ocupación nazi y la vida en Buenos Aires durante la última dictadura militar, sólo nos queda ir de hallazgo en hallazgo, suerte de camino inverso al de la extracción de las cajas chinas: una más grande que alberga una más chica, hasta que nos demos de bruces con ese muro cuya presencia anuncia el “no va más”.
 
Aunque volviéndolas del revés las lápidas de mármol puedan servir para simular las mesas de un bar agonizante, como contás  en tu novela, aún así, sometidas a este extraño uso, siguen siendo certificaciones de que alguien ha muerto. Y junto con él, cada uno de los entrecruzamientos que vivió. Entonces, cada vez que nos enfrentamos al misterio de un destino humano, aprendimos de vos a hacer aparecer en nosotros las preguntas, el deseo, la necesidad de cazar aquello que no puede ser inmovilizado. Y las ficciones comienzan a tejerse...y tenemos la fortuna de que vos, sin darte tregua, desarrolles las tuyas, desplegadas para nuestro goce, pero también para nuestro conocimiento.

Ya estoy esperando Ronda nocturna, tu primer largometraje rodado íntegramente en Buenos Aires y con actores argentinos ¿desde (...)?. Esperamos, porque me consta que tu obra es visitada en secreto, manejada como una contraseña, gestando así imprevisibles entrecruzamientos.

Un abrazo

25 de julio de 2004

EMILIO TOIBERO.

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