martes, 3 de junio de 2014

Boquitas pintadas, de L. Torre Nilsson



Del doble discurso.


Nené y Juan Carlos bailan, a altas horas de la noche, en el salón de un club social de un pueblo pequeño. Son los únicos que todavía permanecen después de una fiesta, donde ambos intervinieron en una representación llamada “Tres épocas del vals”. La ropa que usan, la música, el encuadre remiten a un baile nupcial. Tras un corte directo, que no aclara el tiempo transcurrido entre plano y plano, vemos la mano de él que avanza, sin conseguir llegar a destino, sobre un muslo de ella. En ese encuentro entre imagen e imagen, producto del montaje, está enunciado, a través de un procedimiento estrictamente cinematográfico, el tema central de Boquitas pintadas: las prácticas y las consecuencias del doble discurso en un mundo ficcional, que inequívocamente alude a Argentina, entre circa 1935 y 1973: en un 12 de mayo de este año está fechada, didascálico mediante, la última secuencia.


Lo que la diégesis propone es una sagaz inversión de un motivo tópico del melodrama, y no solamente cinematográfico, aquel de la heroína disputada por varios hombres y, asimismo, presa de una enfermedad fatal. Pero en esta obra de Leopoldo Torre Nilsson (5 de mayo de 1924, Buenos Aires-8 de septiembre de 1978, Buenos Aires) el que sufre de un mal incurable es un hombre y quienes se lo disputan son mujeres, dando así lugar a que la Camille de Cukor reaparezca travestida en Juan Carlos Etchepare, ofrecido como quintaesencia del macho de estas tierras.

Claro está que esta idea estaba ya en el admirable folletín de Manuel Puig que funciona como hipotexto. Pero el film se distancia del humor que corroía al texto que adapta, aunque conserve su melancolía, y elige ser un melodrama asumido, lo que es inusual para el cine argentino hecho desde los ’60 hasta hoy, donde el género funciona como coartada culposa, cuando funciona: la situación onírica en el cementerio es un buen ejemplo de cómo la puesta en escena enfrenta, sin prevenciones, el ridículo.

Los personajes atravesados explícitamente por el deseo, tras avatares varios, concluyen frustrados, sobre todo las mujeres, y el hombre que era objeto de su culto, muerto. Como si determinadas ideas, sagradas para cierto imaginario argentino, pero no solamente de nuestras latitudes, como las de amor, pareja, maternidad, familia, fueran dadas vuelta para descubrir —en 1974: año del rodaje, tan significativo para la historia de nuestro país— que nacimos solos.

Dentro de la errática, imprevisible carrera que, a lo largo de veintiséis años (de 1949 a 1975), desarrolló Leopoldo Torre Nilsson como realizador, Boquitas... aparece como un pico dentro de ese evidente doble discurso que prodigó desde Martín Fierro (1969), consistente en intentar desde la industria —de la que nunca se apartó— seducir al gran público mientras lanzaba señales a espectadores más inquietos, como nunca pudo hacer su cineasta de cabecera, Orson Welles, de quien toma ciertas angulaciones de cámara y una predilección por las lentes que sustraen a la imagen de una apariencia “natural”.

Pero el film también puede verse, sobre todo cuando narra las agonías de Juan Carlos y Nené, como un generoso anticipo de Piedra libre (1975), su último trabajo, donde dio rienda suelta a su amor por el melodrama para conseguir uno que no desmerece frente a los mejores de Arturo Ripstein.


Ficha técnica:

Boquitas pintadas
Argentina, 1974.
Castellano, color, 120 m.
Dirección: Leopoldo Torre Nilsson.
Intérpretes: Alfredo Alcón (Juan Carlos Etchepare), Martha González (Nené), Luisina Brando (Mabel Sáenz), Leonor Manso (Antonia, La Rabadilla), Raúl Lavié (Francisco Páez, El Pancho), Isabel Pisano (Celina Etchepare), Cipe Lincovsky (Elsa Di Carlo), Mecha Ortiz (Gitana), Luis Politti (el médico) y Berta Ortegosa (la madre de Juan Carlos y Celina).
Guión: Leopoldo Torre Nilsson y Manuel Puig sobre la novela homónima de este último, con la colaboración de Beatriz Guido y Luis Pico Estrada.
Fotografía: Aníbal Di Salvo.
Montaje: Antonio Ripoll.
Música: Waldo de los Ríos.
Dirección artística: Miguel Ángel Lumaldo.
Producción: Contracuadro, Juan José Jusid Producciones y Leopoldo Torre Nilsson.

EMILIO TOIBERO.

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