En el momento del rodaje del cortometraje que la
nombra en su título, la Sra. Blackburn, abuela de Kluge, tiene 95 años y una
vitalidad que convoca al asombro: es capaz de tocar con las puntas de los
dedos de su mano el piso del departamento en que vive, doblándose sobre su
propio cuerpo. La cámara la registra en otras actividades cotidianas: moler
café, subir una escalera regresando de sus compras, servir un té. Pero en
este contexto aparece una anécdota, la del robo de algunas de sus
pertenencias más queridas. ¿Pertenece el despojo a la cotidianeidad de la
dama o es una situación de ficción incorporada a ella? Ninguna señal permite
responder la pregunta, una firme unidad estilística cohesiona todo aquello
que se muestra. Lo que permanece es la duda. Duda que se prolonga, por
ejemplo, en ese otro cortometraje que gira en torno al ex policía Karl
Müller-Seegeberg, capaz de servir a seis gobiernos disímiles, dentro de los
cuales se acrisola perdiendo todo rasgo individual. Acá aparece, sin embargo,
una perceptible diferencia entre las imágenes de archivo y las que registran
el presente del ex funcionario, ahora jubilado a la fuerza. ¿Es que las
imágenes de archivo están allí para otorgar dimensión de realidad a un
personaje inventado por Kluge o es que éste es un pretexto imaginario para
mostrar los vertiginosos cambios de la vida alemana en el siglo pasado, hasta
los años ‘60? Puede pensarse que el cineasta alemán construye “objetos”
autónomos donde ficción y documento dejan de funcionar como términos de una
oposición y se confunden en su condición de soportes para acicatear la
reflexión. (Kluge es un cineasta que llama insistentemente al pensamiento, en
esto, aunque no sólo en esto, se asemeja a Godard o a Straub-Huillet dentro
del cine europeo catalogado como “moderno”.)
Cualquier extremo de la historia de su país le sirve a Kluge para explicar
otro y, en definitiva, para intentar una cartografía, parcial aunque
extremadamente convincente, de Alemania. Una exposición montada en Stuggart
sobre la dinastía de los Staufern –bellamente registrada de una manera que
recuerda el despliegue de un cuento milenario en el que el protagonista
carece de rostro: sus enemigos lo arrancaron de la escultura que lo
representaba–, deriva hacia la Segunda Guerra Mundial para trazar un paralelo
que permite diagnosticar cierta característica, de carácter casi congénito,
en los procederes del pueblo alemán. Así Barbarroja, que utilizaba a sus
siervos para realizar experimentos científicos, funciona como un antecedente
de Adolf Hitler, o este último como otra repetición del primero. Y es la
imagen de Hitler, que se reitera tanto literalmente como a través de su
construcción por los sonidos o, también, en la imaginación del espectador
como sombra amenazante que acecha para entrar en escena en cualquier plano,
uno de los núcleos obsesivos de esta serie de trabajos.
El más antiguo, aquél que se presentó en Oberhausen al tiempo que se daba a
conocer el legendario manifiesto, Brutalidad en piedra, la eternidad del
ayer, plantea ya desde la segunda construcción sintáctica de su título una
idea que atravesará este reducido corpus de trabajos “klugianos”. El pasado
es algo que sobrevive, que está vivo y nunca desaparece, como también afirma
Godard en uno de los tantos carteles de JLG/JLG (1994). Los restos de la
arquitectura del nacional-socialismo, morosamente observados por la cámara
que pasea sobre ellos remiten a un ayer, todavía cercano en el momento de la
filmación, pero los sonidos que se entremezclan en la banda sonora, entre
ellos retazos de la ardiente retórica hitleriana, les confieren una
particular suerte de vida, los ubican en un estatuto donde pueden
encontrarse, mano a mano, con las criaturas vampíricas (y esto tiene más de
una posible lectura).
Quizá el punto en común que pueda servir para caracterizar a este grupo de
trabajos, que como resultado proponen un amplio abanico que va desde el casi
experimental El matafuegos E.A. Winterstein al abiertamente contestatario
Profesores cambiando, pueda encontrarse en este último, un filosísimo ataque,
colmado de ironía, a la “situación imposible de la educación”, como afirma un
rótulo intermedio en su desarrollo. La acción comienza con un grupo de
jóvenes bailando en una fiesta celebratoria de una institución educativa. El
plano que registra sus mecánicos movimientos, que conforman una suerte de
círculo inexpugnable y recuerdan a los movimientos de las organizadas
ceremonias hitlerianas o a sus reiteraciones más contemporáneas, exuda una
pomposidad propia del kitsch. Es a partir de allí, casi el grado cero del
documento, donde el discurso, en un primer movimiento, amplifica lo mostrado,
diseminando el ridículo sin tapujos, para después, en un quiebre inesperado,
testimoniar el “estrangulamiento”, tal la palabra que emplea el film y que
designa con precisión la falta de aire por la que tuvieron que dejar de
trabajar, de tres docentes que chocaron con la burocracia en distintas
instancias, cercanas entre sí en el tiempo pero pertenecientes a diferentes
regímenes, del siglo que pasó. Ese desplazamiento desde las apariencias,
desde las máscaras, a las entrañas se repite, con estrategias diversas, en
todos los cortometrajes.
Estos apuntes, realizados con sólo dos visiones de los trabajos, están muy
lejos de pretender coagularlos en algún significado, empeño al que ofrecen
una resistencia empecinada. Pero me hacen recordar a una de las tesis fuertes
que enhebran Hitler, un film de Alemania (Hans-Jürgen Syberberg, 1976-77).
Aquella que sugiere que si bien Hitler como persona física efectivamente
murió, como imagen ha triunfado sobre la humanidad. Es a partir de él que
Kluge lee tanto a la dinastía de los Staufern como al ex policía Karl
Müller-Seegeberg. Esto que puede parece una obviedad si se toma en cuenta la
nacionalidad de Kluge, deja de serlo si se piensa que otro cineasta del mismo
origen, Wim Wenders, aunque trece años menor, realizó su opera prima sólo
cinco años después que él.
Films presentados el 6 de septiembre de 2002 en el ciclo Kluge, el último
moderno, coorganizado en la ciudad de Rosario por el Instituto Goethe de
Buenos Aires y el Centro Cultural Cine Lumière de Rosario.
Ficha
técnica:
Brutalidad
en piedra, la eternidad de ayer [Brutälitat in Stein,
Die Ewigkeit von Gestern]
Alemania Federal, 1960.
Alemán, b/n, 12m.
Dirección: Alexander Kluge, Peter Schamoni.
Guión: Alexander Kluge, Peter Schamoni.
Producción: Alexander Kluge, Peter Schamoni.
Profesores cambiando [Lehrer im
Wandel]
Alemania Federal, 1962/1963.
Alemán, latín, b/n, 11m.
Dirección: Alexander Kluge.
Guión: Alexander Kluge.
Montaje: Alexander Kluge.
Producción: Alexander Kluge.
Retrato de una virtud [Porträt
einer Bewährung]
Alemania Federal, 1964.
Alemán, b/n, 10m.
Dirección: Alexander Kluge.
Guión: Alexander Kluge.
Compañía productora: Kairos-Film.
Se filma a la Sra. Blackburn, nacida
el 5 de enero de 1872. [Frau Blackburn, Geb. 5.Jan. 1872 wird gefilmt]
Alemania Federal, 1967.
Alemán, b/n, 14m.
Dirección: Alexander Kluge.
Guión: Alexander Kluge.
Fotografía: Thomas Mauch
Montaje: Beate Mainka-Jellinghaus.
Compañía productora: Kairos-Film.
El matafuegos E.A. Winterstein
[Feuerlöscher E.A. Winterstein]
Alemania Federal, 1968.
Alemán, b/n, 11m.
Dirección: Alexander Kluge.
Guión: Alexander Kluge.
Fotografía: Edgard Reitz, Thomas Mauch.
Montaje: Beate Mainka-Jellinghaus.
Compañía productora: Kairos-Film.
Noticias de los Staufern
[Nachrichten von den Staufern]
Alemania Federal, 1977.
Alemán, latín, color y b/n, 40m.
Dirección: Alexander Kluge, Maximiliane Mainka.
Guión: Alexander Kluge, Maximiliane Mainka.
Compañía productora: Kairos-Film.
EMILIO
TOIBERO.
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