martes, 3 de junio de 2014

Cabeza de palo, de E. Baca



Un cambio de lugar


No hay palabras para ser oídas en este film, están sólo las escritas en los títulos de crédito o en alguna inscripción que aparece en el mundo diegético. De la misma manera que no existían en el cine no parlante, aunque se pretendiera suplirlas, a veces en exceso, por los carteles. Sin embargo si vemos ahora Sunrise, no las extrañamos. Algo similar, sin pretender establecer un parangón con la película de Murnau, ocurre con Cabeza de palo, gracias también a una muy trabajada banda sonora. Lo que puede advertirse como una ausencia en los primeros diez minutos, después se olvida y se acepta la diferencia de este trabajo de Baca. Pero esas palabras que no están ¿qué dicen en su omisión? ¿Es sólo una señal de diversidad capaz de provocar, en principio, una cierta distancia? ¿O es que opera agregando sentidos al discurso? Me inclino por la segunda posibilidad. Veamos.


El personaje protagónico es un chofer de colectivos que une en sus idas y venidas su modesta casa suburbana, compartida con su mujer y su hija, y ciertos espacios de la ciudad –relacionados con la venta de cocaína, la prostitución y el cine pornográfico– a los que ingresa gracias a contactos que entabla en su itinerante trabajo. Mediante un uso poco frecuente hoy en día del montaje paralelo, que no alternado, Baca, aparentemente, enfrenta los dos mundos. Si la joven rapada codicia desde la calle una moto exhibida en una vidriera (que terminará comprando), la esposa del conductor mira con deseo, en una feria a cielo abierto, un calzado (que, mucho más tarde, el espectador comprueba ha hecho suyo). Aunque los objetos de apetencia son diferentes, propios de dos mundos disímiles, aquello que se afirma, antes que el contraste entre la abundancia y la carencia, es la pulsión del consumo, como manera de escapar a la angustia, en ambos casos. Hay acá una inversión de un tópico que aparece en distintos períodos del cine que se filma en la Argentina, aquel que presenta al suburbio como un reservorio de los valores tradicionales, opuesto a la urbe, siempre proclive ésta a asimilar, y propagar, dentro de ese lugar común, perversiones varias. La descripción poco piadosa del medio donde vive la familia del protagonista es permanente, no sólo en esa acumulación de banderas argentinas de distinto tamaño en la imagen, o en la reiterada exhibición de la absorción de la pequeña por la televisión. Cuando la esposa debe ir a cargar el agua en baldes porque dos acreedores del marido se han quedado con la bomba casera que la extraía, un plano la registra a su regreso caminando trabajosamente con su carga mientras a sus espaldas un hombre derrocha el líquido al lavar su auto con una manguera.

Claro está que el universo ciudadano no queda mejor parado. El recorrido del chofer por bowlings, hoteles de paso, sofisticados estudios para rodajes clandestinos, galerías y hasta el parque de una mansión, aparece representado, deliberadamente sin duda, con tal falta de pasión que invita a tomar el primer tren y alejarse como, en otra ficción, elige la protagonista de Vagón fumador (Verónica Chen, 2001). La ciudad retratada, más allá de las posibilidades de confort material que ofrece, es también sórdida, por supuesto que de manera distinta al suburbio.

Entonces, optar por la ausencia de la palabra en la diégesis, recurso que por otra parte permite sortear la siempre acechante trampa del naturalismo, adquiere una funcionalidad dramática. Tanto en un espacio como en el otro, tal como los propone su descripción, su uso aparece desprovisto de cualquier utilidad y de cualquier espesor semántico –quizás porque estos personajes, íntegramente hablados por el sistema, ya no tienen algo personal para decir–. A diferencia de las pocas palabras que se oyen en
La libertad (Lisandro Alonso, 2001), que se corresponden con las escasas que articula su protagonista de acuerdo a su modo de vida, acá los personajes, cabe imaginar, podrían hablar y mucho, pero Baca elige que no lo hagan y no precisamente para escamotearnos su interioridad, brillantemente expuesta a través del ensamblaje de imágenes y sonidos.

Muy cerca del final, el chofer acepta intervenir en una película porno, actuando. La cámara que filma los cuerpos desnudos y en acción de dos mujeres y un hombre, tiene pegado un papel escrito que indica que ése es el rodaje de “Cabeza de palo”, título que, puede presumirse, en ese contexto alude al pene. Como se trata también del título del film de Baca, ¿a qué refiere éste como tal? No queda otra alternativa sino pensar que está caracterizando a su personaje principal.

Desafiante, ya desde sus elecciones de rechazar las palabras y de extenderse sólo durante una hora, inhabitual duración, Cabeza de palo traza el itinerario de un hombre que cambia un espacio, que lo asfixia de diversas maneras, por otro, seducido por el bienestar económico y lo que éste permite. Cabe sospechar, el film lo autoriza, que este recorrido puede albergar otros sentidos más allá del literal dado por una situación que ocurre cotidianamente y con similar ausencia de pruritos éticos. ¿Hay acá una construcción metafórica que podría estar trabajando ciertos índices de nuestra realidad? Quizás sí, quizás no, todo depende de quién mire. Lo que sí puede afirmarse, sin temor, es que para nada es común la confianza que Baca demuestra tener en su capacidad para narrar, como lo demuestra su singular empleo de iteraciones como, entre otras, las de las bombas de agua funcionando, que van construyendo una sólida coherencia en su tejido visual y sonoro. Pese a que ciertas estrategias puestas en juego –el final en que todos los cabos se atan, que de alguna manera desvirtúa la sugerente fragmentación inicial, con su promesa de un relato coral; el virtuosismo de ciertas soluciones de iluminación; la impecable manera en que, filosamente, el montaje va enlazando los planos– podrían hacer pensar en un juego cínico y nihilista, no es difícil intuir, latiendo tras ellas, una ferocidad cierta, producto de la indignación de un moralista, apenas contenida. La misma que lo lleva a sugerir que la criatura ficcional sobre la que elige centrar su discurso es un “cabeza de palo”.


Ficha técnica:

Cabeza de palo
Argentina, 2002.
Color, 61m. (Film en 16mm)
Dirección: Ernesto Baca.
Intérpretes: Gustavo Cortajerena (chofer), Graciana Urbini (Mujer), Lucía Toledo (hija), Ricardo Holcer (Director de películas), Verónica Fulquet (Asistente del director), Luciana Méndez (Mujer rapada), Griselda González (Prostituta), Gonzalo Outeda Jiménez (Amigo del chofer), Ricardo Carrizo (Cafishio), José María Lainio (Homosexual).
Guión: Ernesto Baca.
Fotografía: Federico Ransenberg.
Montaje: Federico Ransenberg, Sebastián Tolosa, Ernesto Baca.
Diseño de sonido: Tatá Sununú.
Música original: Marcelo Moguilevsky.
Cámara: Sebastián Tolosa, Gonzalo Outeda Jiménez.
Dirección de Arte: Ernesto Baca.
Producción: Lorena Baibiene.
Compañía productora: Kaumodaki Films.
Exhibido el jueves 7 de noviembre de 2002 en el ciclo «Cine Argentino de este Siglo», Parque de España, Rosario (organizado en cooperación con Otrocampo).
Estrenado en Buenos Aires, en el Centro Cultural Ricardo Rojas, el 3 de junio de 2004.

EMILIO TOIBERO.

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