sábado, 7 de junio de 2014

Cecil B. DeMente, de J. Waters



Las apariencias engañan


Dicen que en 1984, visitando el Centro Cinematográfico de Roma para dar una conferencia a sus estudiantes, John Cassavetes miró atentamente a su numeroso público y les gritó: “¿Qué hacen ahí sentados escuchando a un viejo? ¡Hagan cine! ¡Salgan a robar si es necesario” . Estas palabras atribuidas a uno de los más grandes -si no el más- realizadores estadounidenses independientes, en el momento en que este adjetivo tenía un significado preciso, parecen resonar en el grupo underground -así se definen ellos mismos- que quiere filmar “Belleza arrebatadora” en el mundo ficcional que propone Cecil B. DeMente. Claro está que no sólo roban, sino también secuestran y asesinan mientras proclaman “A la mierda el sistema de estudios”.


Si el título de la película de Waters, que es también el nombre de su personaje central, propone una obvia alusión a uno de los padres fundadores de la industria cinematográfica de EEUU, asimismo realizador: Cecil Blount De Mille (1881-1959), que firmaba sus producciones como Cecil B. De Mille, y entonces, desde el vamos, propone un paralelo -¿por su carácter de pioneros?- entre el director de las dos versiones de Los diez mandamientos (1923 y 1956), y el exaltado joven que lidera el grupo rebelde, los inspirados títulos iniciales, inscriptos sobre marquesinas varias, donde las palabras que acreditan algunos rubros del film desalojan a aquellas que anuncian a los productos mainstream o a algunas instituciones, declaman un conflicto entre dos maneras de considerar el cine.

El grupo insurgente, que ha hecho un voto de celibato hasta concluir el rodaje, comienza sus actividades secuestrando a una estrella madura de Hollywood, Honey Witlock, que ha llegado a Baltimore a presentar su último trabajo, “Some Kind of Happiness”. Ya en su guarida, un estudio improvisado cuya particular disposición espacial remeda la de la residencia para estudiantes mujeres de El terror de las chicas (Jerry Lewis, 1961), cada uno de los integrantes se va presentando a la diva raptada, explicándole el rol que desempeña dentro del equipo. La planificación permite que el espectador observe que tienen tatuados, en diversas parte de su anatomía, nombres de realizadores cinematográficos. Así la ex actriz porno que acompañara a Honey interpretando a su hija tiene escrito Andy Warhol y quién hará de su amante, luce el nombre de Herschell Gordon Lewis, un director bizarre, que a veces firmara como Lewis H. Gordon. La lista es larga pero merece ser completada: Cecil B. tiene inscripto a Otto Preminger, la directora de fotografía a Sam Peckinpah, la sonidista a Spike Lee, el director de arte a David Lynch, el vestuarista a William Castle, la maquilladora a Kenneth Anger, la productora a Sam Fuller y el peinador y el chofer a Almodóvar y Fassbinder, sin sus nombres, respectivamente.

¿Hace sentido tan abrumadora cita cinéfila? Puede pensarse que tan variopinta galería de directores estaría indicando la heterogeneidad del grupo, pero ésta es ya evidente por sí sola y la asociación de determinados directores con cada uno de sus miembros no alcanza a decirnos nada sobre éstos, porque el discurso no atiende a particularidades sino a figuras descriptas en su exterioridad. Y entonces ¿cómo se justifica su presencia? Quizá como guiño dirigido a un cierto tipo de espectador, el previsible en uno de los países productores, que, obviamente, deja afuera a otro, del otro país productor, para el que se ha pensado algún tipo de compensación. Por un lado, un ritmo machacón, de acelerador a fondo podríamos tomarnos la libertad de escribir, que no conoce matices ni quiebres: lo mismo que ocurre, por ejemplo, en La masacre de Texas (Tobe Hopper, 1974), pero, habrá que convenir que el procedimiento le sienta mejor al cine de terror. Y por el otro lado, una banda sonora estridente, que puede llevar al hartazgo pero de la que hay que reconocer que se adapta a las imágenes como el guante que corresponde a la mano, y que se permite, no siempre, alguna señal de creatividad como la deformación paródica de la música de conocidas superproducciones, como Exodo (Otto Preminger, 1960) y La guerra de las galaxias (George Lucas, 1977), entre otras.

La historia que pretende narrar “Belleza arrebatadora” , el film dentro del film (ambos se funden en más de una ocasión), va, como se aconseja para que nadie se extravíe, en el mismo sentido. El día en que descubre que a un Pasolini Festival no concurre ningún espectador, la dueña de un cine arte, su amante y su hija deciden iniciar una “revolución para destruir al cine comercial”, lo que se concretiza en actos como entrar armados en una minisala donde se está proyectando Patch Adams (Tom Shadyac, 1998), y, mientras la encargada del candy-bar temiendo por su vida grita que ama a Tarantino, vociferarles a los espectadores cosas como: “¡Víctimas de la publicidad!”, “Manipulados por los agentes de prensa”. El anunciado final para estos “soldados del cine”, otra expresión que se autoaplican, es la destrucción de sus vidas, al terminar el accidentado rodaje, que sirve a Waters para rendir un anémico homenaje a El ocaso de una vida, y confirmar lo que, bastantes planos antes, Cecil le había dicho a Honey: “Muchos chicos sueñan con hacer una película, pero sólo lo logran quienes arriesgan su vida por ello”. Como confirmando lo que, supuestamente, habría dicho Cassavetes, en esa convención que llamamos realidad; autor, por otra parte, significativamente no mencionado en la avalancha de citas prodigadas a través de palabras, construcción de los planos, afiches, marquesinas y sonidos.

El tono que el director elige es, de manera evidente, satírico y exacerbado, lo cual puede gustar o no pero es legítimo. El problema radica en que lo que el film no permite advertir es un punto de vista sobre aquello que narra, una mirada que ancle la danza desasosegada de los signos, como ocurre en una gran parte del cine al que llaman indie. Como en cualquier ficción atravesada por la postmodernidad todo aparece como teniendo el mismo valor: son tan desagradables, aunque de distintas maneras, los representantes de la industria como los rebeldes, que por momentos dan la sensación de ser una auténtica galería de nuevos freaks a la caza de su Tod Browning, lo que invalida todo aquello que dicen, aunque se pueda coincidir con una parte. Esta falta de un lugar de enunciación claro, con el que se pueda disentir o no, puede ilustrarse a través de dos situaciones. En una de ellas el grupo destroza un set donde se está filmando la continuación de Forrest Gump (Robert Zemeckis, 1994): ¿es que si Cecil B... fuera tan transgresora como pretende serlo, la Paramount hubiera permitido la utilización del nombre de uno de sus films más exitosos? En la otra, irrumpen en una reunión de la Maryland Film Commission, interesada en transformar a Baltimore en la “Hollywood del Este” , donde siembran el pánico entre los pusilánimes ejecutivos llegados del Oeste para la ocasión: en los títulos de crédito finales se puede leer un agradecimiento a la institución sobre la que se pretende ironizar. (Algo así, aunque de manera no tan grosera, ocurría en un mediometraje de Adrián Caetano, La expresión del deseo, donde tras intentar una descripción sin preconceptos de algunas formas de la marginación masculina, se terminaba agradeciendo a una repartición policial, siempre lista a reprimirlas).

Resta aguardar el estreno, o la edición en video, de Obra maestra (David Trueba, 2000) que fue acusada, en su país de origen pero también en otros, de tomar más de una situación de la película de Waters. Me arriesgo a imaginar que la acusación es infundada, sobre todo teniendo en cuenta que Trueba es un autor de talento como lo ha demostrado, sobradamente, en La buena vida (1996), que seguimos esperando ver en nuestras salas.


Ficha técnica:

Cecil B. DeMente (Cecil B. DeMented).
EEUU, Francia, 2000.
Inglés, color, 87m.
Dirección y guión: John Waters.
Intérpretes: Melanie Griffith (Honey Whitlock), Stephen Dorff (Cecil B. DeMented), Alicia Witt (Cherish), Adrian Grenier (Lyle), Larry Gilliard Jr. (Lewis), Maggie Gyllenhaal (Raven), Jack Noseworthy (Rodney), Mink Stole (Mrs. Mallory), Ricki Lake (Libby), Patty Hearst (madre de Fidget), Michael Shannon V (Petie), Kevin Nealon (él mismo), Eric Barry (Fidget), Zenzele Uzoma (Chardonnay), Erika Lynn Rupli (Pam), Harriet Dodge (Dinah), Roseanne (ella misma), Eric Roberts (ex-marido de Honey), Ray Felton (Roy Stillings), John Michaelson (Charles), Jewel Orem (mucama), Bill Grimmett (Alcalde Fenwick), Jeffrey Wei (el niño William), Sloane Brown (locutora de noticias en TV), Billy Green (chico), Mia Walker (chica), James Klingenberg (chico), Ginger Tripton (boletera), Nathan Stolpman (portero del cine), Melanie Gorombol (la chica del candy-bar), Gary Wheeler (empresario del cine), Joyce Flick Wendel (Puck), Tylor Mason Buckalew (adolescente), Tara Garwood (chica del Teatro Charles), Marty Lodge (Film Commisioner), James Byrne Reed (productor), Marc Bernier (ejecutivo), Patsy Grady Abrams, Rhea Feiken, Shana Gelbad, Susan Lowe, Mary Vivian Pearce (mujeres defensoras de un cine familiar), Michael Gabel (mensajero del estudio), Mark Joy (papá de Fidget), Alan J. Wendl (guardia de seguridad), Peter Gil (director), Eric Richardson (Jean-Pierre, director de fotografía), Marybeth Wise (asistente del director), Rosemary Knower (madre de Cecil), Doug Roberts (padre de Cecil), Cynthia Webb, Channing Wilroy, Dan Morgan II, Delaney Williams, Frank Ferrara, Steve Mack, Michael Willis I, O.Lee Fleming, Scott Morgan, Tim Caggiano, Judith Knight Young, Tyler Miller, Geoffrey L. Grissett, Brooke Houghton, Joshua Billings, Jeff Perryson, Terry McCrea, Conrad Karlson, Nat Benchley, Dave Trovato, Billy Tolzman, Jonathan Fiorucci, Christopher T. Chase, Paul M. Clary, Jeff Dignon, Brian Donahue, Melissa Fatto, Mimi Fletcher, Graham Gordon, Keith Konecke, Chilembwe M. Mason, Eddie Page, Jim Page, Ryan Slattery, David Stelzer, Tim Sulin, John Waters y Erika Wickham.
Fotografía: Robert M. Stevens.
Montaje: Jeffrey Wolf.
Diseño de sonido: Rick Angelella.
Música original: Zöe Poledouris, Basil Poledouris.
Dirección artística: Rob Simons.
Diseño de producción: Vincent Peranio.
Vestuario: Van Smith.
Decorados: Barbara Haberecht.
Casting: Kerry Barden, Billy Hopkins, Pat Moran, Suzanne Smith.
Productores: Joseph M. Caracciolo, Mark Tarlov.
Productores ejecutivos: Fred Bernstein, Anthony DeLorenzo.
Productor asociado: Pat Moran.
Compañías productoras: Polar Entertainment Production, Le Studio Canal +.
Editó en video en Argentina: Transeuropa Video Entertainment.

EMILIO TOIBERO.

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