martes, 3 de junio de 2014

Cicatrices, de P. Coll



Domar el plano


Hay cineastas que ejercen un control férreo, obsesivo, sobre todo aquello que entra en campo: Hitchcock es un buen ejemplo de ello en los bordes del cine clásico, el Wong Kar-wai de In the Mood for Love también lo es dentro del, todavía a discutir como concepto, cine post-moderno. Por otra parte, hay autores más atentos a dejarse sorprender por las intromisiones del azar en aquello que estaba previsto, como Jean Renoir o Roberto Rossellini. Tras ver Cicatrices, no quedan dudas de que Patricio Coll se inscribe en el primero de los grupos. Basta recordar el implacable diálogo entre Sergio, el abogado peronista y jugador que necesita hipotecar su casa para no alejarse de las mesas de juego y su colega, que vacila con respecto a facilitarle el trámite, para que no queden dudas.


En esa situación también se advierte, lo que aparece como absolutamente necesario si se pretende domar el plano, una muy trabajada dirección de actores: en los tiempos que éstos se toman para decir sus réplicas, pero también en la deliberada lentitud de sus movimientos como se ve en la parsimoniosa manera en que fuma el visitante. Es interesante reparar en que Coll elige para los personajes maduros a actores con una larga trayectoria, sea en cine o en teatro o en televisión, sobre sus hombros (Leal, Villamil, Galán, Catania, Kreig) y para los más jóvenes, que son bastantes, a gente con menos experiencia. Esta decisión puede entenderse como una manera de hacer visibles distintas formas de moverse en el recorte de vida que propone la ficción, pero ocurre, además, que parece claro, por los resultados, que no se ha trabajado con ellos de la misma forma. Es decir, una cosa son las acciones de Fiore y la Gringa, quizá porque pertenecen a otra clase social, de una rotundidad física incuestionable, y otra los movimientos dubitativos, que no logran alcanzar una definición, de Tomatis, Ángel o Gloria. Sin embargo, y esto es bueno, la división no es rígida, ni rige para todo el metraje: ciertas reiteradas miradas de Sergio a la mesa de juego y la última de Fiore antes de arrojarse por la ventana son iguales, una habla de la otra y viceversa, y esto es una marcación evidente.

Hay otro aspecto muy interesante en Cicatrices, la forma en que su realizador, asimismo su guionista, se enfrenta al texto de Saer que está en su origen, evocándolo pero no subordinándose a él, consiguiendo un universo autónomo que lo recuerda. Desplegando sus historias de manera cronológica y yendo de una a otra, como no ocurre en la novela, aparece otra mirada. Si Saer elige cerrar su libro con el asesinato de la Gringa, a la manera de una explosión que obstruye cualquier salida, Coll plantea como última secuencia una partida de billar entre Ángel y Tomatis, ubicada mucho antes en el discurso literario, después de que el primero vio a su madre, a la que desea, practicando un acto sexual con el segundo. El diálogo entre los dos fluye como si nada hubiera ocurrido entre ellos, y no casualmente hablan de una experiencia de Tomatis como guionista cinematográfico, remarcando que esto es cine. Se podrá argüir que es un índice de todo lo que permanece oculto en esa ambigua relación, pero lo cierto es que para Coll la vida continúa. Como se puede, a los tropezones y sin esperanzas, pero continúa.

Durante casi toda la acción del film, situado por la fecha de un cheque en un lejano mayo de 1965, la lluvia se abate despiadadamente sobre los personajes y la ciudad que recorren, que geográficamente podría ser señalada como Santa Fe, dado que en la diégesis se dice que dos personajes van a una partida de caza en Colastiné, pero que es mucho más que una ciudad identificable. Es aquella, como la del poema La ciudad de Kavafis, que todos llevamos dentro, donde un grupo de jóvenes trata de conquistar una identidad, empresa vana, mientras erotismos cruzados de todos los tipos atraviesan, confusamente, sus cuerpos húmedos. En la muy difícil representación, a veces larvada, del deseo también Cicatrices se desmarca del cine que nos atosiga.


Ficha técnica:

Cicatrices
Argentina, 2000.
Castellano, color, 115m.
Dirección: Patricio Coll.
Intérpretes: María Leal (La Gringa), Vando Villamil (Fiore), Omar Fantini (Sergio), Pablo Di Crocce (Ángel), Marcelo Trepat (Tomatis), Mónica Galán (la madre de Ángel), Natalia Moriones (Delicia), Carlos Catania (el juez Garay), Sergio Humhoff, Guillermina Schauman, Victoria Díaz y José Luis Martínez.
Guión: Patricio Coll, a partir de la novela homónima de Juan José Saer.
Dirección de fotografía: Esteban Pablo Courtalon.
Cámara: Alejandro Fernández Moujan.
Montaje: José María Del Peón.
Dirección de sonido: Dante Amoroso.
Escenografía: Pipi Lucero.
Vestuario: Fernando Silvar.
Director asistente: Christian Pauls.
Asistente de dirección: Isabel Tamayo.
Asistente de producción: Ricardo Llusá.
Producción: Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales en co-participación con Juan Carlos Fisner.
Estreno en Buenos Aires: 29 de marzo de 2001.

EMILIO TOIBERO.

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