martes, 3 de junio de 2014

Genealogías de un crimen, de Raoul Ruiz



Cristales espejados


Como otras películas del chileno Ruiz, ésta también propone una lectura evidente, entre varias otras que funcionan como un juego de cajas chinas, donde, al menos en el superficial nivel de la anécdota, los hechos cierran. Pasados los títulos de crédito, escritos sobre imágenes que refieren situaciones inmediatamente posteriores al crimen del título, una voz over, mientras las imágenes nos muestran diversos planos de un tablero de go, dice: “El primer día de la octava luna de la primera era Tai Gwan de Tsun Kwan de Wu, un joven cuyo horóspoco predijo que sería un asesino mató a una mujer de la familia de Lin Biao. Una mujer solitaria aceptó ocultarlo en su casa, pero esa mujer era, en realidad, el fantasma de la mujer asesinada. El joven se enamoró de la mujer fantasma que le reveló su verdadera identidad y le dijo que sólo estaba allí para vengarse”. Más adelante, el etnopsicólogo Christian Coreil dice a la abogada Solange: “Los hombres creen vivir las historias. En realidad son las historias las que poseen a los hombres.” En el final, la misma voz del principio vuelve a repetir la anécdota del joven, recordándole así al espectador que lo que acaba de ver es un ejemplo de una historia que poseyó a varias criaturas ficcionales. Esta repetición que advierte cumple igual papel que aquel cuarto personaje interpretado por Mastroianni que irrumpía inesperadamente para proponer un cierto orden en Trois vies & une seule mort, 1995, la obra inmediatamente anterior del cineasta, escrita también junto a Pascal Bonitzer.


Pero esta explicación tan servida igualmente se desliza hacia territorios ambiguos en cuanto uno recorre el film. Cuando Solange se entera de que su hijo Pascal ha muerto en un accidente, pasa la noche en su cuarto: abre el libro que él estaba leyendo, marcado en la página 97, donde se lee “El primer día de la octava...”. Entonces uno puede plantearse ¿a quién atribuir esa voz over que carece de cuerpo? ¿Es un narrador que tan sólo interviene dos veces y que por eso resuena más? ¿Es la voz del hijo muerto? Que cada oído negocie por sí mismo, parafraseando a Godard en Toutes les Histoire(s), el primer capítulo de Histoire(s) du cinéma.

Otra posibilidad de acceso al discurso la suministra la casa de la psicoanalista Jeanne, ortodoxa para Coreil que poco parece saber de sus prácticas, que fue mucho tiempo atrás un prostíbulo del que por decisión de la nueva dueña se han conservado, entre otras cosas, tres cristales espejados, manjares de voyeurs. En uno de ellos Solange se ve reflejada mientras observa lo que ocurre en otro cuarto, indicando que aquello que se mira siempre está siendo mirado por alguien que lo filtra a través de su subjetividad. Aquellos espectadores que elijan la lectura evidente de Genealogías... deberán ser conscientes de que están frente a un cristal espejado y que aquello que interpretan habla mucho más de ellos que de la película en sí, que se escurre frente a los ojos resistiendo cualquier coagulación.

Por un lado hay una trama, emparentada con el género policial o, más bien con el thriller –si es que existen diferencias claras entre los dos–, que no sólo propone la muerte anunciada sino que también incluye un suicidio en masa de psicoanalistas, tres asesinatos más, un muerto por sucesivos infartos y otro, ya mencionado, por accidente. Tales situaciones se despliegan desde Solange que, en la cárcel, dialoga con su abogado y recuerda, pero en su recorrido ella tropieza a su vez con un diario que es visualizado (¿por quién?), con variados relatos orales, alguno ilustrado por una sombra chinesca y hasta con tableaux vivants, más alguna transgresión a la focalización, como ocurre en la deliciosa sesión psicoanalítica de su madre con Georges Didier, desvíos que hacen que a medida que el metraje avanza se vaya olvidando el punto de partida inicial y, sobre todo, la atribución de la enunciación. Como si las distintas historias que se narran, que a veces parecen una sola y a veces no, y que son imposibles de reducir al discurso verbal, se encadenaran más por sí solas que por una voluntad, como ocurre en El tiempo recobrado (Le temps retrouvée, 1999). A la manera de ese encadenamiento, que comienza pareciendo inmotivado, que se produce entre la abogada y la psicoanalista por el mero hecho de estar interpretadas por la misma actriz, anticipando así Shattered Image (1998), la única incursión, hasta ahora, de Ruiz en la industria estadounidense.

En las réplicas y en las situaciones, abunda un humor corrosivo, vitriólico. Pensemos en el entrecruzamiento de personajes y motivaciones que recuerdan a un vaudeville frente al féretro del hijo de Solange, como un ejemplo terminante opuesto a tanto cine europeo reciente empeñado en provocar el llanto. Pero la puesta en escena está muy lejos de intentar subrayarlo, señalando así que esto tampoco es una comedia, distanciándose de la anécdota de manera permanente, como afirmando que ésta es un pre-texto que permite incursionar en otras zonas, más allá del espejo donde acecha la sombra de Lewis Carroll. La visita de Solange a su madre para averiguar algo de Georges es un buen ejemplo de lo afirmado. Plano a plano, el encuadre –hasta donde se puede hablar de él en una edición que no respeta las proporciones del formato original– se va atiborrando de objetos, algunos de los cuales pertenecen al departamento y otros no, que aprisionan a los personajes y los convierten, a su vez, en nuevos objetos. Lo mismo que ocurre con algunos sorprendentes movimientos de cámara que concluyen sobre una estatua, o un fragmento de ella, mientras los actores quedan en el fondo.

¿Qué todo esto está narrado por una mujer, Solange, que puede tener graves alteraciones mentales? Sería, nuevamente, una escapada lógica mientras Ruiz apuesta, curándonos en salud, a lo lúdico.


Ficha técnica:

Genealogías de un crimen [Généalogies d’un crime]
Francia, 1996.
Francés, color, 114m.
Dirección: Raoul Ruiz.
Intérpretes: Catherine Deneuve (Solange/Jeanne), Michel Piccoli (Georges Didier), Melvil Poupaud (René), Andrzej Sewerin (Christian), Bernardette Lafont (Esther), Monique Mélinand (Louise), Hubert Saint-Macary (juez Verret), Jean-Yves Gauthier (Mathieu), Mathieu Amalric (Yves), Camila Mora (Soledad), Patrick Modiano (Bob), Jean Badin (el abogado) y Lauréense Clement (la secretaria).
Guión: Pascal Bonitzer, Raoul Ruiz.
Música: Jorge Arraigada.
Fotografía: Stefan Ivanov.
Montaje: Valeria Sarmiento.
Sonido: Henri Maikoff.
Vestuario: Elisabeth Tavernier.
Diseño de producción: Luc Chalon, Solange Zeitoun.
Producción: Paulo Branco.
Compañía productora: Géminis Films (Francia) asociada con Mandraoga Films (Portugal)
Editó en video para la Argentina: AVH.

EMILIO TOIBERO.

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