miércoles, 4 de junio de 2014

Écoute voir..., de H. Santiago



El aprendizaje en la escucha


Claude Alphand aparece como doblemente anacrónica en el universo diegético propuesto por el tercer largometraje de Hugo Santiago. Su impermeable, su sombrero, su revólver del que nunca se separa, enlazan su figura a los protagonistas de las ficciones de la narrativa hard-boiled y entran en fricción con los escenarios, inequívocamente franceses, por donde se despliega la acción, que remiten o al pasado, el castillo del siglo XVI y la sede de la Iglesia de la Renovación Final, o al futuro, los edificios tras la parte del Sena donde muere Flora, o a un presente discretamente velado por la tradición, el apartamento donde vive Chloe. Pero esta mujer detective, atravesada por una ética ferozmente individualista que no sabe de negociaciones y empecinada, en su accionar, en afirmar una única sexualidad, se encuentra también fuera de lugar inmersa, como está, en una telaraña compleja y maloliente tejida por individuos e instituciones trabados en una lucha sorda y sin treguas por el poder, que adquiere siniestras resonancias en nuestro presente.


La intriga que anida en los pliegues de la historia que narra Écoute voir..., a la que vamos accediendo junto a Claude pese a que no todas las secuencias estén focalizadas en ella, es de una complejidad extrema; como en los mejores exponentes del film noir, incita a revisarla más de una vez. Entremezcla a un dandy acaudalado, inventor de un rayo hipnótico, producido por sonidos, que doblega la voluntad de las personas, con una secta, disimulada tras una cobertura religiosa, dedicada a lavar los cerebros de jóvenes para dominarlos. La pugna entre ambas fuerzas aprisiona a tres mujeres –la investigadora, una directora de programas radiales y una de sus actrices– encerradas, a su vez, en un complicado tejido de pasiones lésbicas.

La puesta en escena, precisa como una navaja afilada, distancia al relato de cualquier encasillamiento genérico: ciertos signos pueden evocar al cine policial clásico pero su articulación los reduce a disfraces, a significantes cuya respetada polisemia impide cualquier anclaje. Como ocurre asimismo con los espacios, que cambian su ubicación diegética muy cerca del final, como ya sucedía en El proceso (Orson Welles, 1961), también para representar visualmente, lo que no es sencillo, la idea de conspiración. Las dependencias que ocupa Arnaud en su mansión derruida, situada hasta ese momento en la periferia oeste de París, comunican, por un intrincado laberinto de pasillos, con el departamento céntrico de Chloe, que, a su vez, a través de escaleras descendentes y del salto de un muro, permite el acceso a una desvencijada galería comercial, ya sin negocios, donde Claude suele practicar su puntería con un arma y a la que da la puerta de su despacho, tras el cual se esconden sus cuartos privados. Para reafirmar esta nueva, e imprevisible, disposición espacial, dardo envenenado contra cualquiera de las fórmulas de lo verosímil, Santiago hace que la detective transite el camino inverso volviendo a unir los tres ámbitos que, probablemente, vuelvan a su colocación original tras el exterminio de la máquina en el palomar vacío, como lo estaría indicando el plano de cierre.

El título del film, que podría traducirse como “Escucha para ver...”, está ya proponiendo un camino de lectura similar al recorrido por Claude dentro de la anécdota. El trabajo realizado en la banda sonora, que obligatoriamente hay que aprender a oír, es de una riqueza y un atrevimiento infrecuentes. Cada personaje tiene su música que se superpone con la de los otros, o se corta abruptamente, en cada encuentro. Pero además hay sonidos, minuciosamente construidos y elevados a un rango protagónico, que las atraviesan generando tensiones sonoras que adelantan las que propondrán las imágenes. No es sólo como si la banda sonora dialogara, en un mismo nivel de importancia, con ellas, sino, además, como si las anunciara o las creara, de igual manera que, en este permanente juego de espejos entre la historia y el discurso que la encarna, los sonidos generan el rayo.

En el final, como los personajes de Chaplin en sus mejores trabajos, Claude, sola, se aleja, dando la espalda a los espectadores ya para siempre atrás, por un camino de tierra ahora apenas barroso que, quizá, desemboque en los brazos de Chloe. Sabe que su triunfo es efímero; dice, en forma colérica pero también irónica, en breve soliloquio: “Adelante, aprovechen su aparato. Hagan uno más lindo, ¿quién lo prohibe?” Pero, al menos, en el primer plano en exteriores, sin figuras humanas, después del aniquilamiento de la invención, se oye un sonido que puede escucharse como el de una paloma, una de las seis mil seiscientas que huyeron, regresando a su hogar afortunadamente vacío, por el momento, de intromisiones humanas.

Dos veces en los diálogos, de este film fechado en 1978, se nombra a Argentina relacionándola con los experimentos ficcionales tendientes a torturar a los hombres para borrar su voluntad. No puedo dejar de escucharlo ni de afirmar que la alta postura ética de Claude en su oficio y en su vida, que no difiere de la del entrañable grupo de amigos de
Invasión sino que es su continuación en soledad, se me impone como semejante a la del cineasta Hugo Santiago.

 

Ficha técnica:

 

Écoute voir...
Francia, 1978.
Francés, color, 110m.
Dirección: Hugo Santiago.
Intérpretes: Catherine Deneuve (Claude Alphand), Samy Frey (Arnaud de Moule), Antoine Vitez (delegado de la secta), Anne Parrillaud (Chloe), Florence Delay (Flora Thibaut), Francois Dyrek (Inspector Daloup), Jean-Francois Stévenin (Inspector Mercier), Didier Haudepin (secretario de Claude), Gilbert Adair (orador de la secta), Jacques Brécourt (guardia de la radio), Madeline Damien (comediante), Robert Cahen (músico), Jacques Plée (director de la inmobiliaria), Coralie Clément (comediante), Hubert Buthion (comediante), Marie Tikova (adepta de la secta), Francisca Sippernay (guardiana del castillo), Marilú Marini, los mimos de Cirque Alligre), Daniel Perse, Gérard Moisan, Mario Luraschi, Daniel Breton, Alain Sangout, Joel Venon, Serge Wagner.
Guión: Hugo Santiago, Claude Ollier.
Fotografía: Ricardo Aronovich.
Montaje: Alberto Yaccelini.
Música original: Michel Portal.
Música electro-acústica: Edgardo Cantón.
Registros sonoros y mezclas: Jean-Paul Loublier.
Efectos y ambientes sonoros: Pierre Lay, Paul Lainé.
Decorados: Emilio Cárcano.
Vestuario: Ursula Bodel.
Asistentes del director: Philippe Lopes-Curval, Jacques Fontanier, Isabelle Lestocquoy.
Director de producción: Jean-Francois Dion.
Productor ejecutivo: Hubert Niogret.
Productor delegado: Maurice Bernart.
Compañía productora: Prospectacle.

 

EMILIO TOIBERO.

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