Toda película, de manera más o menos explícita,
hace política. Pertenezca al llamado "cine de autor", a la
corriente principal de la industria o a sus poco verificables márgenes, o al
bautizado "cine político", categoría esta última que sigue
exigiendo un debate mayor. El olvidado, entre nosotros, Miklós Jancsó -nacido
el 29 de septiembre de 1921 en Vac, Hungría y todavía en saludable
actividad-, de quien una señal de cable acaba de proponer una revisión de
algunos de sus primeros trabajos, conjuga en sus films que he visto, o mejor
que el negocio de la distribución me ha permitido ver, las marcas, para
algunos inconciliables, de la autoría más extrema y de la politización más
declarada. Un contundente ejemplo de esta afirmación es Electra.
El espacio que propone la diégesis es uno solo: una interminable llanura casi
sin vegetación, apenas cortada por pequeños montículos de tierra, en cuyo
centro se levanta una construcción que puede haber sido un establo o un
henar, que, en una de sus paredes, alberga un palomar. Ningún indicio permite
fechar la acción que allí se desarrolla, el vestuario, por ejemplo, es
heterogéneo, entremezcla prendas que remiten a épocas muy diversas entre sí.
Como si fuera un sitio fuera de la historia que sirve para volver a
representar una parte del mito de Electra de acuerdo a una obra teatral del
dramaturgo húngaro Laszlo Gyurkó.
Como en La Orestíada de Esquilo, ¿la primer versión literaria del mito?, el
conflicto entre Electra y Egisto, su tío que asesinó a su padre, sigue siendo
el del orden de la sangre contra el orden de la polis: la hija que no olvida
el homicidio y lo proclama mientras reclama justicia y el gobernante, acá un
tirano, que ha implementado una suerte de anestesia feliz para sus súbditos.
La sombra de Orestes, el hijo varón del muerto, es la amenaza permanente, que
se concretará para consumar la anunciada venganza. Poco más hay en términos
narrativos hasta el sorpresivo final del que ya hablaremos, pero sí hay una
soberbia puesta en escena, que asimila elementos teatrales, que remiten al
universo del rito, pero los transforma a través de un discurso
inequívocamente cinematográfico.
Rodada en muy pocos planos, algunos hablan de nueve, otros de doce, que
envuelven las acciones lentamente, obliga al espectador a abandonar su
práctica de lectura frente al montaje analítico, que le indica qué debe
mirar, y a decidir por sí mismo, lo que lo convierte en un constructor
activo, qué es lo relevante dentro de aquello que está viendo. Pero la tarea
se dificulta frente a la riqueza de elementos, la exuberancia de los
significantes que se van adosando, que prodiga cada encuadre en permanente
modificación por el incesante movimiento de la cámara. Adoptando
algunas resoluciones, que desde acá parecen tomadas de esa posesión
estadounidense que es el musical, Jancsó acompaña los recorridos que,
mientras dicen memorables líneas de diálogo, realizan sus personajes
principales con las evoluciones, minuciosamente coreografiadas como todas las
acciones del film, de los actores que representan al pueblo y a los esbirros
de Egisto, que tan pronto danzan como saltan conformando extrañas figuras
construidas con hombres. Todo esto atravesado por un difuso y persistente
erotismo advertible no sólo en la manera en que son mirados los numerosos
cuerpos desnudos de ambos sexos que recorren los planos, sino también en las
imprecisas, erráticas relaciones que entablan entre sí los personajes que
culminan en esa afirmación pública del incesto que hacen Orestes y Electra
como si la revolución y el nuevo orden social que instaura fueran de la mano
con un nuevo orden sexual, afirmación propia de tiempos más libertarios que
éstos que atravesamos. Claro está que puede leerse, en otro nivel, a la
pareja como las dos partes, la femenina y la masculina, de una misma persona,
pero esto no quita la exaltación de este particular vínculo fraterno, tan
distinto al culpable lazo que encadenaba, nueve años atrás, a otros hermanos,
Sandra y Gianni, en Vaghe stelle dell´ Orsa, la transposición realizada por
Luchino Visconti de la Electra d´annunziana.
En similar operación, aunque de alcance muy distinto, a la efectuada por Pier
Paolo Pasolini con la tragedia más famosa de Sófocles, Jancsó se permite en
el final, una vez producida la muerte del tirano, una vuelta de tuerca, no sé
si estará en la obra de teatro original, que remite la historia a un espacio
probablemente contemporáneo al rodaje. Orestes y Electra suben a un pequeño
avión, totalmente pintado de rojo, que baja a buscarlos. Mientras alza vuelo,
sin desaparecer nunca del campo, se oye la voz de Electra que, y esto
conviene transcribirlo en su totalidad, dice lo siguiente de acuerdo al
subtitulado en castellano: "Erase una vez, y no fue cuento fue verdad.
Lejos en Oriente, vivía un ave maravillosa, más radiante que el sol y que el
arco iris, más hermosa que una piedra preciosa, porque había nacido de un
eterno anhelo del hombre. Su padre fue la libertad y su madre, la felicidad. Donde
el ave de fuego se posaba se disipaban las pesadas nubes, lucía el sol y el
arco iris ornaba el horizonte. Se aliviaba el dolor de los sufrientes, los
oprimidos enderezaban la espalda, los agotados recobraban fuerzas, los
oprimidos cerraban los puños. El ave de fuego volaba, volaba de Oriente hacia
Occidente y renacían la fe y la fuerza de los hombres. Más llegó la noche y
sus alas se fatigaron. Su cuello se dobló, sus alas perdieron brillo. Quedó
sin fuerzas, las había dado a los hombres. Cuando en el firmamento apareció
la luna, el ave maravillosa estaba muerta, consumida por el fuego con que
alimentó a los hombres. Pero cuando el sol ahuyentó la oscuridad, el ave de
fuego volvió a renacer más radiante y hermosa que nunca. Y los hombres la
esperaban cada vez más. Así fue desde el principio de los tiempos. Así sigue
siendo hasta hoy día y así será también hasta el fin del mundo. El ave de
fuego debe morir todos los días para poder renacer al día siguiente. Y cuando
no haya ya amos y propietarios, ni burgueses ni proletarios, ni ricos ni
pobres, ni oprimidos y opresores, ni haya tampoco quien come demasiado
mientras otros pasan hambre, cuando el cuerno de la abundancia para todos
esté abierto y en la mesa del derecho todos tengan un cubierto, cuando la luz
del espíritu ilumine todas las ventanas habrá en la Tierra una vida digna del
hombre, libertad, felicidad, paz. También entonces el ave de fuego volverá a
morir todos los días y resucitará al día siguiente, aún más bella,
Revolución".
Es imposible determinar, al menos desde Argentina, qué ecos habrán avivado
estas palabras, con su exultante certeza, en la Hungría de 1974, pero cabe
señalar que aunque se las pueda ver como ingenuas desde fines del 2001,
transmiten un aire de esperanzas que se vuelve viento cuando, al descender
del avión los dos hermanos, la multitud se acerca a ellos y, todos juntos, se
entregan al baile fusionando sus cuerpos. Lo que queda son hombres y mujeres
que danzan y que han capturado, en el seno de la mutante figura que conforman
en su desplazamiento, a los héroes, que ya no se pueden distinguir. A lo
mejor porque no son ya necesarios.
Es común en el mercado del video argentino la falta de cuidado en las
ediciones. La de Electra
acumula desprolijidades. Realizada copiando una proyección en una pantalla de
cine, por la mitad del metraje incluye unos diez minutos de otra película,
anterior, de Jancsó: Salmo rojo, 1971, y, por si esto no fuera suficiente,
exhibe incongruencias temporales que no están en el original y que,
seguramente, deben ser el resultado de un operador que colocó mal los actos
en el proyector. Pese a todo, Electra esplende.
Ficha
técnica:
Electra
[Szerelmen, Electra]
Hungría, 1974.
Húngaro, color, 70m.
Dirección: Miklós Jancsó.
Intérpretes: Mari Töröcsik (Electra), György Cserhalmi (Orestes), József
Madaras (Egisto), Lajos Balazsovits (cortesano), Tamás Cseh (juglar), Mária
Bajcsay, József Bige, György Delianisz, Balázs Galkó, Gabi Jobba, Tamás
Jordán, Zsolt Körtvélyessy, János Lovas, Sándor Lovas, Csaba Oszkay, Lászlo
Pelsöczy, János Raimann, Iván Szendrö, Tamás Szentjóby, Tomasz Takisz, Balázs
Tardy, Frantisek Veleck, Gyöngyvér Vigh.
Guión: Gyula Hernádi según obra teatral homónima de Laszlo Gyurkó.
Fotografía: János Kende.
Montaje: Zoltán Farkas.
Música original: Tamás Cseh, Béla Vavrinecz
Música: Béla Bartok.
Sonido: György Pintér.
Diseño de producción: Tamás Banovich.
Vestuario: Zsuzsa Vicze.
Asistente del director: Dezsó Kozar.
Producción: József Bajuzs.
Compañías productoras: Hungarofilm, Hunnia Studio Production.
Editó en video en Argentina: Yesterday Video Cine.
EMILIO
TOIBERO.
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