miércoles, 4 de junio de 2014

El Bola, de A. Mañas



Cuerpos escritos


La ópera prima de Achero Mañas, de acuerdo a quien la lea, puede dar lugar a múltiples malentendidos que la opaquen. El más previsible es que le apliquen el trajinado adjetivo neorrealista, y lo justifiquen por la utilización, mayoritaria, de escenarios naturales sin retrabajar; de actores, desconocidos entre nosotros, que pueden ser no profesionales y por el empleo, sobre todo en algunas líneas de diálogo, de recursos que pueden provocar un fuerte efecto de realidad, como la referencia al "chusco" dentro del automóvil. Hilando más fino, actitud poco previsible, quizá imposible, en la crónica periodística diaria, podría pensarse que, en determinadas situaciones, el personaje que actúa es reemplazado por el personaje que mira, uno de los cambios que introduce el nuevo realismo según Gilles Deleuze. Concepto que puede aplicarse a algunos planos del día de campo en las sierras o a aquel otro, misterioso en el momento de su aparición, que registra una mudanza a un piso alto vista por el protagonista, mientras su padre le dice que debe cortarse el pelo. Pero este tipo de imágenes no son las dominantes, hay que aclararlo, y, por lo tanto, no sirven para categorizar a El Bola.


Un equívoco más temible que puede provocar es el que se la considere por su "tema", de igual manera en que fueron aceptadas como importantes mamotretos venerables, e infinitamente más costosos, como La lista de Schindler (Steven Spielberg, 1993). Si bien es verdad que trabaja una espinosa cuestión: la de la violencia familiar sobre los niños, que no suele circular por las pantallas o que cuando aparece es zanjada rápidamente con dosis abundantes de moralina, también es cierto que si llega a involucrarnos en el asunto y nos compromete es por un calculado trabajo cinematográfico que rechaza cualquier apelación a la sensiblería a la que, en estos últimos tramos de sus carreras, parecen haberse vuelto tan afectos cineastas tan disímiles como Moretti o Von Trier, que parecía poco posible de evitar teniendo en cuenta la participación de UNICEF en el proyecto.

En primer término hay que destacar una muy elaborada estrategia en la dosificación de la información, que puede pensarse como atribuible al guión. Los indicios sobre los golpes físicos, y, por supuesto, emocionales también, que recibe El Bola, en realidad Pablo, un pre-adolescente apodado así por su afición a jugar con un cojinete al que no suelta de una de sus manos, se van dando progresivamente: su amigo Alfredo descubre unas marcas en su cuerpo, un plano detalle de los pies de su padre demuestra que oyó una puteada que le lanzó el hijo y así hasta llegar a la terrible explosión próxima al final, una de las situaciones más estremecedoras que se hayan visto en una pantalla cinematográfica en los últimos años. cuyo efecto se multiplica por su sigilosa preparación, por las muchas veces que el espectador la ha imaginado fuera de campo.

La diégesis opone a dos familias: la de El Bola y la de Alfredo a través de la acumulación de pequeños detalles que rara vez son subrayados. La presencia o no de un televisor en la casa, la ropa que usan los personajes y el largo y el corte de su cabellos, el vocabulario con el que hablan y las relaciones que tejen, los colores de las paredes y la disposición de los cuartos funcionan como indicios visuales y sonoros que sustituyen a las consabidas explicaciones psicológicas, que el film, afortunadamente, elide. Similar operación es puesta práctica en la descripción del lugar donde suceden las acciones: un barrio suburbano de Madrid, similar al que mostraba Almodóvar en ¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984), pero mostrado sin ninguna pretensión esperpéntica en su desolada cotidianeidad, donde el juego favorito de los chavales es una suerte de ruleta rusa ajena a cualquier sofisticación: se coloca una botella en las vías de un tren que se acerca, los contrincantes se ubican enfrentados y deben saltar lo más próximo posible al paso de la máquina, ganando el que, además de con la vida, logra quedarse con la botella que debe atrapar en su brinco.

Este coqueteo con la muerte, omnipresente en la película: el padrino de Alfredo muere de SIDA, un hermano de Pablo falleció antes de que él naciera, se rompe en el final, cuando El Bola, en una secuencia cuya planificación recuerda el diálogo de Antoine con la psicóloga en Los cuatrocientos golpes (François Truffaut, 1959), puede asumir, detalladamente, ante un policía invisible, es decir ante el espectador, toda la violencia de la que fue objeto. Y entonces se reitera la subjetiva de la locomotora avanzando, que tantas veces advirtió sobre la cercanía del peligro, pero ahora sólo pisará el cojinete. A través de la asunción del maltrato familiar, El Bola ha muerto para dejar paso a Pablo.

La profesión de Juan, el padre de Alfredo es la de tatuar cuerpos. Delante de Pablo diseña una figura sobre el de su hijo, provocándole dolor pero, al mismo tiempo, escribiéndole una marca estética. Con sus golpes y sus insultos, el otro padre, Manolo, sólo escribe dolor y represión sobre el cuerpo de su hijo. De cómo estos dos cuerpos escritos de diferentes maneras pueden acercarse, construir una amistad y dar un paso esencial en su constitución como sujetos, es, en definitiva, aquello que cuenta El Bola.

Aunque excede las pretensiones de esta reseña, quiero dejar constancia que algún día habrá que ocuparse de la manera maravillosa en que los niños españoles se dejan conducir por sus directores. La galería de personajes que lo testimonian es amplia, desde Ana en El espíritu de la colmena, 1972 o Estrella en El Sur, 1983, ambas del maestro Víctor Erice, y no puede dejar de incluir a El Bola y Alfredo, dos niños para recordar.


 

Ficha técnica:

 

El Bola
España, 2000.
Castellano, color, 88m.
Dirección: Achero Mañas.
Intérpretes: Juan José Ballesta (El Bola, Pablo), Pablo Galán (Alfredo), Manuel Morón (Mariano, padre de El Bola), Gloria Muñoz ( Aurora, madre de El Bola), Alberto Jiménez (José, padre de Alfredo), Nieve de Medina (Marisa, madre de Alfredo), Javier Lago (Alfonso, amigo de José) y Ana Wagener (Laura, asistente social), Omar Muñoz (Juan), Soledad Osorio (abuela de El Bola)
Guión: Achero Mañas, Verónica Rodríguez.
Productor: José Antonio Félez.
Música: Eduardo Arbide.
Fotografía: Juan Carlos Gómez.
Montaje: Nacho-Ruiz Capillas.
Sonido Goldstein & Steinberg.
Dirección artística: Satur Idarreta.
Compañías productoras: Tesela/TVE/Vía Digital
Distribución:
Fecha de estreno en Buenos Aires:

 

EMILIO TOIBERO.

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