miércoles, 4 de junio de 2014

El corazón fantasma, de P. Garrel



La vida como dolor sordo


Philippe es un hombre de mediana edad, cuyo oficio es el de pintor, de cuadros. Le dice a su madre, provocándole un notorio asombro, que su trabajo es una manera de mantener a sus dos pequeños hijos. Obligado a dejar su casa porque su esposa, Annie, lleva a vivir con ella a su amante, inicia una relación con una joven, Justine, visiblemente menor. En algún momento entrega una de sus pinturas en un departamento burgués. Lo atiende la empleada doméstica que le dice que el patrón no está pero que le avisó que iban a traer el cuadro. Philippe pregunta si le dejó algo, se infiere que evidentemente alude al pago. Ella le responde que no. Corte. En el siguiente plano él y Justine abordan un tren internacional. Queda claro que el dinero por su obra le fue entregado, de lo contrario no podría viajar, pero el momento en que le fue dado ha sido elidido. Un ejemplo de las muchas veces, y de las muchas maneras, en que Garrel rompe el encadenamiento causa-efecto.

En su viaje, Philippe y Justine van a una localidad de playa. Ella se aburre, nombra Venecia casi al azar y hacia allí se dirigen. De la primera ciudad costera –¿Costa Azul?– o de la más célebre atravesada por canales se registran calles anónimas que apenas permiten asegurar que la producción se trasladó hasta allí. Nuevamente, se elide, todo aquello que cinematográficamente podría caracterizarlas y, en su lugar se muestran situaciones intrascendentes en pequeños cuartos de hoteles, que incluyen el lavado de la ropa. Contra el espectáculo, Garrel elige lo cotidiano, aquello que para otro sería lo desechable, sin articularlo en función de una trabazón lógica.

La historia que narra El corazón fantasma –título enigmático que, entre otras posibilidades, no puede dejar de asociarse al hecho de que cuando el corazón deja de funcionar y se esfuma como un fantasma, morimos– abunda en situaciones fuertes: la disolución de una pareja, la construcción de otra, un pasado relacionado con el consumo de heroína y con un amor trágicamente concluido que pugna por abrirse paso en el presente, la inesperada muerte de un ser querido, la decisión de tener hijos para pelear contra la tristeza de una ceremonia fúnebre. Con estos materiales con los que un realizador más convencional hubiera construido un drama diseñado para provocar un seguro impacto, Garrel obtiene una película melancólica y dolorida, bellamente iluminada por el gran Raoul Coutard persistente en su predilección por los colores puros y por Jacques Loiseleux, que insiste en retratar la cotidianeidad, vale decir la vida que asimismo incluye el acto de soñar, como un dolor sordo que va apoderándose de los cuerpos y de los pensamientos de los seres humanos, a través de una escritura despojada, y elegante, que se sostiene en la firme y altiva voluntad de no asemejarse al cine que circula.

Si la elisión es una marca de una poética posible, y a determinar, de Garrel, otra a señalar es el rechazo a la duración estandarizada de los planos. Todos duran más, como en la mayor parte de la filmografía de Antonioni hay que recordarlo, de lo que sería necesario para su lectura. O bien porque los personajes desaparecen del encuadre y la cámara permanece estática, escrutando el espacio vacío o bien porque la acción se prolonga, indefinidamente, sin crecer ni concluir. O también, aunque son menos, duran tan poco que impiden una apreciación cierta de lo que ocurre, como ese plano que registra a un hombre en el jardín –¿aserrando un tronco?– que precede al diálogo entre Philippe y su madre.

El protagonista, un artista, tiene el mismo nombre que el cineasta, otro artista, que lo filma. Su padre en la diégesis está interpretado por Maurice Garrel, padre de Philippe, y carece de nombre: los títulos de crédito finales eligen señalarlo, pese a su importancia anecdótica, como “el padre”. Estas señales permiten sospechar una matriz autobiográfica para El corazón fantasma. ¿Existirá también en los otros veinticinco films firmados por Garrel desde 1964 hasta la fecha, ninguno de los cuales conoció estreno comercial en la Argentina y de los cuáles sólo unos muy pocos y recientes, quizá sólo dos, tuvieron difusión en los festivales cinematográficos de estas latitudes? De todos ellos sólo he visto, hace muchísimo tiempo, La lit de la vierge (1969) y, el año pasado, La naissance de l’amour (1993), lo que me exime de cualquier respuesta.

Un poco más allá de la mitad del exiguo metraje –otra rareza para estos tiempos– de El corazón fantasma, Philippe se reúne con un amigo periodista al que hace tiempo que no ve, una noche que está solo por un compromiso laboral de Justine. Éste le lee el final de un artículo que escribió para un diario. Dice así: “Tenemos la libertad del derecho pero no la de la vida. El poder del dinero de los medios y de la policía al imponernos la imagen de la libertad que nos acuerdan, que es su libertad, nos impide imaginar lo que sería la verdadera libertad, nuestra libertad. También somos incapaces de pensar colectivamente lo que sentimos individualmente. Que no somos libres. Por eso cada cual lucha solo sin tomar conciencia de lo que hace amarrado al trabajo que lo sostiene y al que los suyos lo obligan. Aislado en el tiempo de su propia vida que debe llevar a pesar de todo. ¿Cuándo terminará eso?” Un corte imprevisto, como casi todos los que practica Garrel para determinar la duración de sus planos, nos lleva del bar del encuentro a Philippe, de espaldas a la cámara, caminando solo en la noche. ¿Reflexionando sobre lo que el amigo le leyó? Sin embargo esas palabras escritas, y dichas en el film, constituyen un atractivo espacio, que resignifica el final, desde el cual leerlo sin poder apartar de la memoria ese saxo que irrumpe subrepticiamente desde la banda sonora y derrama tristeza, como los sonidos que pueden salir de una herida abierta.

 

Ficha técnica:

 

El corazón fantasma [Le Coeur fantôme]
Francia, 1995.
Francés, color (Kodak), 82 min.
Dirección: Philippe Garrel.
Intérpretes: Luis Rego (Philippe), Aurelia Alcais (Justine), Maurice Garrel (El padre de Philippe), Evelyne Didi (Annie), Roschdy Zem (Moan), Camille Chain (Camille), Lucie Rego (Lucie), Véronique Silver (la madre de Philippe), Valeria Bruni Tedeschi (Prostituta con vestido rojo), Johanna Ter Steege (Mona), Olivier Perrier (Amigo periodista de Philippe), Yves Afonso (Vecino), Andrée Tainsy (Señora vieja que sube las escaleras), Aude Amito (niñera), Caroline Charrioleau, Bernard Bloch, Alain Favarel, Laurence Girard, Marie-Christine Ricard, Francois Caron, Alain Floret, Lucien Cornet, Joel Barbouth, Maryline Canto, Coralie.
Guión: Marc Cholodenko, Philippe Garrel, Noémie Lvovsky.
Fotografía: Raoul Coutard, Jacques Loiseleux.
Montaje: Sophie Coussein, Yann Dedet, Nathalie Hubert.
Sonido: Georges Prat, Jean-Pierre Ruh, Paul Bertault.
Música original e interpretación de la misma: Barney Wilen.
Dirección artística: Anne-Marie Faux.
Pinturas: Claude Garouste.
Asistentes del director: Maryline Canto, Stéphane Riga.
Jefe de producción: Sylvain Monod.
Producción: Paulo Branco.
Compañías productoras: Gémini Fiulms, Why Not Productions.
Fecha de estreno mundial: 27 de marzo de 1996.

Le Coeur fantôme fue presentado en la función de noviembre del ciclo de cine de periodicidad mensual llamado ‘Ojos bien abiertos’, coordinado y curado por Emilio Toibero y Mauricio Alonso en el Centro Cultural Parque de España, Rosario, el 29 de noviembre de 2002.

 

EMILIO TOIBERO.

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