martes, 3 de junio de 2014

El Cumple, de G. Postiglione



La noia y la nada


En El asadito (2000) un grupo de amigos se reunen en una terraza para comer el último asado del siglo. El relato registraba sus desvencijados ritos, amicales y masculinos, hasta que, cerca del final, estallaba forzadamente una intriga que mezclaba amores lejanos y un adulterio próximo que, si por un lado servía para clausurar la diégesis, por otro aparecía como una salida poco honorable para que el espectador, en la intimidad de su hogar o en la mesa de café, pudiera contar la película. En El cumple no existe una estrategia narrativa similar. Simplemente se muestra la celebración del cumpleaños trigésimo octavo de Carlos, el protagonista, donde en términos de acción, en términos de la omnipresente causalidad del cine clásico, nada trascendente ocurre. Una amenaza de uno de los invitados a un chico de la calle, casi en el comienzo; un revólver que se esconde; una pelea entre mujeres que no se toleran; una discusión entre una mujer sexualmente insatisfecha y su esposo son dispuestas como si fueran a tener consecuencias. Afortunadamente esto no ocurre y el discurso elige sagazmente registrar pausadamente las alternativas, no muy variadas y para nada relevantes, del encuentro.


Todos los personajes hablan, y mucho, como en cualquier película de Rohmer. Pero en ésta el diálogo carece de función dramática, no establece una tensión entre lo que se dice, quién lo dice, cómo lo dice y quién lo escucha como ocurre en las obras del maestro francés. Uno se siente tentado a creer y a alejar cualquier sospecha acerca de lo que comunican estos hombres y mujeres cuyo modo de hablar, vestuario y manera de moverse permiten ubicarlos dentro de la clase media argentina, instalados en un escenario único del que ha sido elidido cualquier contexto: un no demasiado confortable salón de fiestas que da al río, paisaje de fondo del que los celebrantes están como despegados, sólo preocupados por sus conflictos cotidianos. En un primer momentos los diálogos suenan como una suerte de mixtura de aforismos en liquidación, que apenas disimulan las ominosas sombras de Bucay o Coelho, pero a medida que se van produciendo su iteración obliga a escucharlos desde otro lugar. Es como si resumieran la doxa entera que circula entre esas subjetividades, apresadas en las redes de su imaginario social e incapaces de pensar algo, sobre ellos, los demás o el mundo, ajeno a la ideología que los constituye sin que demuestren tener alguna conciencia al respecto.

En un paso adelante con respecto a su película ya citada, Postiglione quiebra cualquier idea de transparencia en su presentación del universo diegético propuesto al incluir una joven, alumna de Carlos, que registra en video –¿para quién?– los avatares de la fiesta. Las imágenes que ella graba van expandiendo la significancia y quebrando la trampa naturalista, que siempre esconde sus afiladas garras en este tipo de construcciones fílmicas, al aparecer, cercadas por el nada inocente color negro, en un tamaño más pequeño que las otras. Así como también aparecen, con el mismo tamaño reducido y de a dos, algunos planos que registran igual situación desde distintos, a veces no tan lejanos, puntos de cámara. Como si el autor quisiera ponerse de manifiesto y evidenciar las huellas del trabajo realizado, distanciándose de las premisas del Modo de Representación Institucional, aunque acercándose, y esto hay que advertirlo, a ciertos procedimientos propios de la expresión televisiva. (Habrá que esperar hasta la visión de la anunciada La peli, también de Postiglione, donde, de acuerdo a sus declaraciones a la prensa, filmó el rodaje de El cumple, para constatar hasta dónde llega esta atrevida exploración).

En La calda vita (1963), Florestano Vancini contaba las alternativas amorosas de un grupo de jóvenes durante el estío, haciendo participar al espectador del vacío en que se desarrollaban sus existencias. Algo similar es lo que propone acá el joven cineasta rosarino, hacernos entrar en un mundo de personajes hastiados que no dejan de remitir, esencialmente a través de sus palabras y, a veces, por algunas de sus acciones, al mundo globalizado y a algunos de los temas que más circulan dentro de cierto estamento social: la cocaína, los cigarrillos de marihuana, el travestismo, la homosexualidad, el derrumbe de la institución matrimonial, la televisión, el socialismo como parte del pasado, etc. El comienzo del film con unos pocos planos de otro cumpleaños en los ’80, afirma, con un dejo melancólico, que antes las cosas no eran así. Claro que tampoco explican cómo eran.

Poco piadosa, cargada de vitriolo, es, en definitiva, la mirada que Postiglione arroja sobre sus contemporáneos de la clase media, oscilantes entre la noia y la nada. ¿Será la hora de revisar De regreso (El país dormido) (1989), su opera prima contemporánea de los inicios del menemato?


Ficha técnica:

El cumple
Argentina, 2002.
Castellano, color, 75m.
Dirección: Gustavo Postiglione.
Intépretes: Raúl Calandra (Carlos), Bárbara Peters, Gerardo Dayub, Adriana Frodella, Gustavo Guirado, Carmen Márquez, Miguel Franchi, Gilda Scarpetta, Tito Gómez, Natalia Depetris, Patricia Mateos.
Guión: Gustavo Postiglione.
Montaje: Lucio García.
Dirección de arte: Oscar Vega.
Fotografía: Fernando Zago.
Música: Iván Tarabelli.
Sonido: Carlos Rossano.
Producción: Fernanda Taleb, GAP, Roxana Bordione.
Estreno en Buenos Aires: 7 de noviembre de 2002

EMILIO TOIBERO.

No hay comentarios:

Publicar un comentario