martes, 3 de junio de 2014

Fantasmas de Tánger, de E. Cozarinsky



Sidi Hosni


“La diferencia de presión atmosférica entre el Mediterráneo y el Atlántico mantiene el aire del Estrecho en constante mutación. Las nubes rosadas se disuelven en una bruma plomiza y ésta es pronto atravesada por los haces dorados de un sol crepuscular. El mar nunca está lejos: irrumpe, visible entre dos paredes encaladas, o al pie de tantas calles que descienden abruptamente de la Medina o de la ciudad ‘moderna’. A lo lejos, el puerto, una vez activo, nunca parece terminar de desperezarse. Los colores de las buganvillas, de los laureles blancos y rosados, reflejan las horas del día; si se apagan al anochecer, es para permitir que la brisa difunda el perfume de jazmines y damas de noche. Es tan fácil dejarse acunar por esta naturaleza, efusiva sin énfasis, por la indolencia que, de invitación en paseo, de excursión en visita, lleva al visitante, con un breve trayecto, de las playas del Mediterráneo a las del Atlántico... Pero el verdadero exotismo de Tánger es social, humano, aun cuarenta años después de clausurada la zona internacional...”


“Los fantasmas de Tánger existen, como el peligro o la Gracia, para quienes creen en ellos, para quienes llegan alimentados por la literatura que esos fantasmas han cultivado, que en torno de ellos aún prolifera.” Edgardo Cozarinsky en el texto “Fantasmas de Tánger” incluido en El pase del testigo.

El visitante francés abandona su hotel en Tánger. Dice al conserje que no se preocupe por los mensajes, corta con su pasado y toma un taxi. El conductor reconoce el sitio adonde le ordenan ir: el inmueble Intesa en la calle Campoamor, el lugar donde vive Paul Bowles. El escritor recibe a su invitado en la cama cubierto con dos frazadas y con una bata de lana sobre el pijama que disimula su cuerpo. Con los párpados cubriendo casi por entero sus ojos clarísimos, luminosos, desgrana una impresionante serie de nombres de artistas que visitaron o vivieron en la ciudad. Habla de William Burroughs, Allen Ginsberg, Gregory Corso, Gore Vidal, Tennesse Williams, Truman Capote y Cecil Beaton. El montaje intercala imágenes del diálogo con fotos de aquellos a quienes se menciona. Imprevistamente se cuela en la conversación Jane Bowles, y junto a ella su amante Cherifa. Nuevamente hay fotos de las dos. E imprevistamente se cuela entre ellas, más de una vez, la figura de una coja que camina sobre la calle empedrada apoyándose en un bastón, o la de una mujer, indiscernible, tras un vestido y un velo negros que la cubren por entero, sentada y ofreciendo sus productos en la vía pública.

Paul, Jane y Cherifa han existido, fueron parte esencial de la leyenda construida en torno a la ciudad erguida sobre el extremo atlántico del Estrecho de Gibraltar, mítica Zona Internacional entre 1922 y 1956. Pero esa mujer coja, que evoca a la escritora, y esa otra vendedora ambulante, imagen de Cherifa, no están registradas en el pasado. La luz y los movimientos narrativos de la cámara las señalan como fantasías del autor implícito, quizá como imágenes mentales del visitante que lo representa dentro de la diégesis, dentro de la cual, sin embargo, son Jane y Cherifa. He aquí una de las estrategias dominantes que implementa Cozarinsky: dar a conocer lo que fue a través de testimonios, verbales o visuales, y fusionarlos, apelando a la ficción, con un presente donde todavía circulan sobre las lenguas de los vivos, como afirma el poeta William Blake que ocurre con los hombres difuntos.

Otro ejemplo. El visitante dialoga con Lady Camila, un personaje ficcional que, como otros en el film, sirve para dar a conocer información real. Ella le cuenta de los recorridos de ilustres europeos, Barthes y Foucault, que llegaban a Tánger para satisfacer sus apetencias sexuales. Frente a un edificio le señala que allí funcionó el legendario “burdel andaluz” de Manolo. La voz over de él dice: “Manolo ha quedado en mi imaginación como un personaje de novela” y mientras se sigue oyendo la voz de ella –¿over u off?– se reconstruyen –¿en la mente de él?–, con alta intensidad erótica, una seducción y una fellatio en el prostíbulo. Del “documental” a la “ficción” –categorías que deben ser hechas trizas pero que resultan útiles a la hora de ayudar a precisar situaciones– Fantasmas... se despliega por una zona lábil. La misma que en la banda sonora establece la alternancia entre los temas de la Orquesta Andalusí de Tánger, la música del presente, y las canciones sarcásticas de Noel Coward, el pasado. La que también crea la alternancia de actores que componen personajes y de personas que se interpretan a sí mismas.

“Vine a Tánger a buscar imágenes, historias, fantasmas...” comienza diciendo la voz over del visitante sobre una imagen de aquella sobrevalorada película del húngaro Curtiz que, mayormente, transcurre en el norte de África, y que al ser extrapolada de la serie en que está inscripta pasa a tener valor de testimonio en una nueva serie que inaugura: películas que refieren a Tánger. Esa intención inicial declarada va siendo subvertida, con extrema sutileza, por el discurso hasta llegar a un momento de quiebre y sin retorno donde el film estalla, rechazando cualquier encasillamiento: cansado de su permanente compañía, el visitante arroja a Larbi al mar, pero un plano que puede leerse como una subjetiva atribuible a él muestra que el guía no está allí. ¿Ese plano es, nuevamente, una imagen mental? ¿O toda la situación lo es? ¿O es que ha caído fuera de la representación y entonces el film se declara a sí mismo, de una manera extrema, como ficción e irremediablemente se aleja, sin poder volver atrás, de cualquier pretensión de ser percibido como un documento?

La historia del hombre que viaja para olvidarse de sí mismo, y de una vida acomodada, es relacionada, mediante el montaje alterno, con la de un muchacho que llega a Tánger para, desde allí, intentar llegar a España, a la Comunidad Europea, al bienestar que le muestra la televisión. El hombre y el muchacho no se conocen, apenas aparecen juntos en los bordes de un único plano, pero sus destinos cruzados son esenciales para la economía del relato. Uno quiere perderse en la ciudad africana, lo que logra. La última vez que se lo ve, dos mujeres dialogan sobre él atribuyéndole identidades diversas. El más joven queda en una tierra de nadie. Con sus pocos dirham, quizá obtenidos por sus servicios sexuales a un adulto, logra un lugar en una “patera” que va a cruzar el mar. Es arrojado de ella por temor a los guardacostas y despierta semidesnudo en una playa. Entonces el narrador le concede una voz over, sustraída al visitante que en su última aparición, escondido tras un atuendo oriental, ya no tiene. Esta decisión narrativa que da a conocer una posición ética del autor, nos permite enterarnos de que el muchacho no sabe dónde está, si en España o en Marruecos, y que extraña a su madre. En su queja lamenta el no tener un escribidor. Puede pensarse que fuera de la diégesis sí ha encontrado quién escriba por él: Edgardo Cozarinsky.

Según cuenta el visitante, Barbara Hutton, la dipsómana multimillonaria estadounidense heredera de las tiendas Woolworth, vivió en Tánger sus últimos años. Para ella, Walter Harris, un aristócrata arquitecto inglés expulsado de la corte, construyó una residencia, Sidi Hasni, a partir de comunicar siete casas ubicadas en la Casbah. Su trabajo funciona como buena imagen del que en esta película realiza Cozarinsky. Pone en contacto la leyenda tangerina con la vida contemporánea en la ciudad, tamizándolas a través de una mirada inequívocamente personal. Y lo hace con tal disimulada maestría que la complejidad estructural que propone, con imágenes simples y de fácil lectura pero cuidadosamente articuladas para diseminar múltiples sentidos, seduce sin intermitencias, como seguramente debe hacerlo Tánger tal como lo afirma el primer epígrafe, sin por eso resignar a dejar establecido un claro lugar de enunciación.


Ficha técnica:

Fantasmas de Tánger [Fantômes de Tanger]
Francia/ Suiza/ Alemania/ Marruecos, 1997.
Francés, inglés, castellano y árabe, color, 87m.
Dirección: Edgardo Cozarinsky.
Intérpretes: Laurent Grévill (el visitante), Younés Moktader (el chico), Paul Bowles (él mismo), Larbi Yacoubi (él mismo), Alain Léonetti (“Burroughs”) , Brenda Gerolemon (Lady Camilla), Dick Chapman (Peter Campbell), Paco Otero (el joven amante del prostíbulo), Säif Arif (el contrabandista), Moshen Bellamine (el cliente en el prostíbulo), Dale Bennet (el guía inglés), Jaime Ruiz Pita (Manolo), Habiba Achrafi (Cherifa), Harry Benchimol (él mismo), Abdelwahid Boulaiche (él mismo), Mohammed Choukri (él mismo), Mercedes Guitta (ella misma), Jacob Ha-Cohen (él mismo), Jacob Lasry (él mismo), Rachel Mouyal (ella misma).
Guión: Edgardo Cozarinsky.
Fotografía: Jacques Bouquin.
Montaje: Martine Bouquin.
Sonido: Cyril Moisson.
Música original: Juan Pena Lebrijano.
Música: incluye temas interpretados por la Oruesta Andalusí de Tánger y canciones de Noel Coward.
Diseño de producción: Larbi Yacoubi.
Asistente del realizador: Christophe Marillier.
Incluye imágenes de: Casablanca (Michael Curtiz, 1942), Confidential Report (Orson Welles, 1955), La mome vert-de-gris (Bernard Borderie, 1953), Tánger, ville international (André Zwobada, 1947), Un americain a Tánger (Mohamed Ulad-Mohand, 1993).
Producción: Mohamed Ulad-Mohand.
Compañías productoras: Les Films Astoria, Les Films de Brooklyn, Schlemmer Film, Zweites Deutsches Fernsehen, Arte.

EMILIO TOIBERO.

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