martes, 3 de junio de 2014

La Barraca. Lorca sobre los caminos de España, de E. Cozarinsky.



Time present is time past


Este verso de los Cuatro cuartetos de Thomas Stearns Eliot, con su afirmación contraria a la concepción lineal del tiempo, puede recordarse, útilmente, en el momento de recorrer toda la producción, literaria y cinematográfica, de Edgardo Cozarinsky, que ya conforma una obra con entradas y salidas múltiples. En La barraca..., trabajo hecho para televisión, como en Fantasmas de Tánger (1997), hay dos tiempos predominantes: los años inmediatamente anteriores a la Guerra Civil Española y el momento de su estallido, y un presente que puede situarse en el año del rodaje, 1994, cuatro antes de que el almanaque marcara el centenario del nacimiento de Federico García Lorca. Sin embargo no necesariamente debe considerarse que desde uno de ellos se recuerda o se anticipa al otro, más bien puede pensarse que en el hoy se descubren ciertas marcas del ayer, tanto en la morosa delectación con que la cámara recorre ciertos edificios como a través de la puesta en escena de determinados textos teatrales y teóricos, que funcionan como apariciones que, junto a las imágenes rodadas en otro tiempo, van vampirizando un presente donde abunda el superficial gesto folklórico, hasta adueñarse de él. Esta tensión entre los tiempos queda bellamente expresada en el plano que muestra a la Huerta de San Vicente cercada, “a una respetuosa distancia” advierte el narrador francófono, por amenazadores monoblocks.


Las enigmáticas primera y última imagen, las que encierran la película, pertenecen al pasado. La inicial, un plano americano, muestra una particular sesión de cine con el público amontonado en torno al proyector y a su operador. Lo que ellos ven no es dado a conocer al espectador. Pero sí se advierte claramente la excitación con que un joven va hablando en voz alta, quizá comentando las imágenes, a manera de anticipo de las voces over que recorrerán, a veces pisándose, todo el metraje. La final, un plano general, muestra a un grupo de gente posando en la cubierta de un barco, entre los que puede casi intuirse a Federico García Lorca sentado, cubriéndose un ojo con su mano izquierda: ¿los integrantes de La Barraca en uno de sus innumerables desplazamientos? El elegir comenzar con una proyección ya es un claro indicio de una de las intenciones del discurso: reflexionar sobre el cine como documento, más explicitada en la dedicatoria final, disimulada entre los títulos de crédito finales, al granadino José Val del Omar (1904-1982), considerado “el” documentalista de la 2ª República Española, cuyas excitantes imágenes tras los movimientos y las puestas del grupo teatral de la Unión Federal de Estudiantes Hispanos funcionan como permanente intertexto dialógico. (Con el correr de los años Val del Omar se volvió una figura legendaria, y admirada, cineasta experimental por uno de esos misteriosos itinerarios que tanto le gusta filmar o escribir a Cozarinsky.)

Como otras películas del autor ésta también convoca a engaños: como siempre ocurre con los films, aunque también con los textos literarios, de Cozarinsky su articulación es más compleja de lo que simula. En una primera lectura puede verse como un testimonio, que gustará más o menos, sobre La Barraca, una empresa ciertamente utópica pero emblemática de unos tiempos en que a los hombres se les permitía pensar utopías, y sobre ciertos momentos de la vida de su director, entre los que hay imágenes poco conocidas de su estadía en Buenos Aires y algunas encendidas declaraciones de principios, como aquella, memorable, que dice:”...la Ley es un muro que se disuelve en la más pequeña gota de sangre”. Pero si allí agotara su propósito habría situaciones que escapan a esa intención. Tomemos una. En la primera de sus dos intervenciones interpretando textos teatrales lorquianos, la actriz Marisa Paredes irrumpe, sin previo aviso, para encarnar, de manera magistral hay que decirlo, algunos párrafos recortados de Doña Rosita la soltera o El lenguaje de las flores (García Lorca, 1935). Y comienza diciendo “Me he acostumbrado a vivir muchos años fuera de mí pensando en cosas que estaban muy lejos. Y ahora que estas cosas ya no existen sigo dando vueltas y más vueltas por un sitio frío buscando una salida que no he de encontrar nunca”. Para un espectador que no identifica ni a la Paredes ni a la obra de teatro, cosa que el discurso se guarda muy bien de hacer, su aparición es altamente sorpresiva. Más aún, si ese hipotético espectador repara en el fragmento inicial líneas atrás citado y lo extrae de su procedencia, puede pensar que explicita muy bien la situación del desconocido narrador francés, otro visitante, del que sólo conocemos su voz over. Y acá aparece una de las claves de la poética de Edgardo Cozarinsky, provocar que todos los elementos, visuales y sonoros, que están en el mundo diegético propuesto establezcan conexiones múltiples entre sí, se liberen de un solo sentido asignado previamente. Al interrelacionarse, a veces de manera inesperada, no dejan espacio para una lectura lineal, a menos que las conexiones se ignoren por comodidad o pereza. Los sonidos de las castañuelas de La Argentinita que acompañan a los enfrentamientos armados ya iniciada la sublevación de Franco, oídos con atención parecen los disparos de una ametralladora. ¿O es al revés?

Sí, La barraca. Lorca sobre los caminos de España es un homenaje lúcido a una empresa colectiva y a un individuo que eligió ser artista, que elude las simplificaciones al uso sobre ambos temas. La admiración por la obra de Lorca es evidente, el narrador castellano, que a veces encarna en Lluis Pasqual, dice, citándolo: “El artista, sobre todo el poeta, siempre será un anarquista en el mejor sentido de la palabra. No puede escuchar otro llamado que el que llega desde lo más hondo de sí mismo. El llamado de tres voces, la de la muerte con todos sus presagios, la del amor y la del arte.” Hasta acá, todo bien. Pero habrá que convenir que si este trabajo de Cozarinsky importa es porque, como todo el cine que vale, reflexiona sobre los procedimientos que emplea, es decir introduce explícitamente la dimensión del metalenguaje.


Ficha técnica:

La Barraca. Lorca sobre los caminos de España [La Barraca. Lorca sur les chemins d l’Espagne]
Francia, España, 1994.
Francés y castellano, b/n y color, 52m.
Dirección: Edgardo Cozarinsky.
Actores: Marisa Paredes, Lluis Pasqual.
Guión: Edgardo Cozarinsky, incluyendo textos de Doña Rosita la soltera o El lenguaje de las flores (García Lorca, 1935) y Mariana Pineda (García Lorca, 1927).
Jefe-operador: Jacques Bouquin.
Montaje: Martine Bouquin.
Sonido: Jean-Claude Brisson.
Música: Les Trétaux de Maitre Pierre, de Manuel de Falla, por la orquesta de la Radiodifusión Francesa, bajo la dirección de Eduardo Toldra; Anda jaleo, Nana de Sevilla y En el café de Chinitas, canciones tradicionales por Federico García Lorca, arreglos y piano y La Argentinita, canto y castañuelas; Amanecer, tango de Roberto Firpo por la orquesta de Carlos Di Sarli.
Voces de narradores: Olivier Werner y Lluis Pasqual (sin acreditar).
Incluye imágenes de Duende y Misterio del Flamenco (Edgard Neville, 1952).
Búsqueda de documentación: Laurene Mansuy.
Asistente de rodaje: Andrés Jarach.
Asistentes de montaje: Nathy Airmont, Marie Pierre Camus.
Dirección de producción: Tonia Roman, asistida de Elsa Glasberg.
Productor delegado: Patrick Camus por Atmosphére Communication.
Productores asociados: Alain Glasberg, Paco Poch (por Mallerrich Audiovisual)
Compañías productoras: Atmosphére Communication, La Sept/Arte, Mallerrich Audiovisual.
Dedicada a la memoria del cineasta de Granada José Val del Omar que siguió a La Barraca con su cámara.

EMILIO TOIBERO.

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