miércoles, 4 de junio de 2014

Gatica, el mono, de L. Favio



Quiero verte una vez más


Con imágenes documentales, que por primera vez aparecen en el cine de Leonardo Favio (Mendoza, 1938), anticipando a su obra maldita: Perón. Sinfonía del sentimiento (1999), se evocan los sucesos del 17 de octubre de 1945 en Gatica, El Mono. Mientras desde la banda sonora se oye un discurso de Juan Domingo Perón, se ve la algarabía de la multitud en la Plaza frente a la Casa Rosada y sobre ella se sobreimprime una tapa no verdadera de “El Gráfico” donde se ve al boxeador en actitud triunfante. Queda así expuesta, cuando recién pasaron veinte minutos de metraje, la intención de enlazar, superponer, a dos figuras de la vida pública argentina.


El plano que sigue al que registra el alejamiento del altar, concluido su casamiento religioso, de José María Gatica (Villa Mercedes, San Luis, 1925 — Buenos Aires, 1963) y Ema nos sitúa en un estadio deportivo. Corre 1948; Perón y su esposa, María Eva Duarte, concurren a presenciar una pelea del púgil. Aquellas figuras enlazadas por el discurso del 17 de octubre, vuelven a aproximarse por el hecho de haber ambos contraído recientemente nupcias. Al terminar el encuentro Perón se acerca a un sudoroso Gatica, que todavía no ha abandonado el ring, y lo saluda, lo que da lugar a que el deportista diga que dos potencias se encuentran. La intención de acercarlos es, nuevamente, manifiesta.

Estas dos situaciones, entre otras muchas, dan por tierra con la idea de que el film es un biopic. Lo que ya está enunciado en el didascálico anterior a la primera imagen, que dice: “Salvo los datos históricos —en los que algunos nombres han sido cambiados— los hechos narrados en esta película fueron recogidos de la mitología popular y recreados libremente por los autores”. Entonces puede inferirse que Favio y su hermano guionista —Zuhair Jury— recogieron del imaginario de algunos argentinos esta asociación entre el militar y el deportista y la usaron para, por un lado, recrear algunos episodios, tópicos y conocidos, de la vida del último y, por el otro, para intentar trazar una equivalencia entre el apogeo y caída de éste y los del militar en sus dos primeros gobiernos.

No hay dudas de las simpatías ideológicas conscientes de Favio: él mismo las subraya permanentemente atreviéndose, sin ningún falso pudor, a agregar un halo de luz, como ocurre en la iconografía católica tradicional con los santos, al rostro de una Evita agonizante. Aunque, y esto también hay que admitirlo, cuando recrea un falso noticiero cinematográfico sobre la visita de Gatica a un asilo de niños, no evita las estereotipadas risas de las maestras y sus manos, que como garras obligan a algunos abúlicos internos a adoptar actitudes que suponen son las correctas frente a una cámara.

Lo paradójico es que aquello que el film sin embargo concluye narrando, aquello que lo vertebra, es, utilizando tanto el box como el peronismo como llamativos telones de fondo, la historia de la relación entre El Mono y El Ruso, que tanto recuerda a la de El Rulo y Carlos en, hasta ahora, su mejor película, Soñar, soñar (1976). Una vez terminada la espléndida secuencia inicial, la llegada de los Gatica a Buenos Aires registrada con una lentitud de ceremonial que es toda una afrenta a los tiempos que suelen manejarse en el televisivo cine actual, la que le sigue ya hace interactuar, cuando niños, a los dos, dejando sentada una característica que atravesará todas las situaciones del film: El Mono necesita al otro porque, como dice, no puede estar solo pero, al mismo tiempo, porque también precisa humillarlo, sabiendo que El Ruso lo aceptará mansamente y después vendrá el abrazo de la disculpa, que se reitera, prolongadamente, tres veces.

Al Gatica de Favio, que tiene malas relaciones con las mujeres —salvo en la cama con algunas—, sólo lo entienden, sólo es acompañado, por sus distintos perros y, por supuesto, por El Ruso, que carece de vida privada y cuando intenta dejarlo, no puede. Con un apabullante dominio de los recursos cinematográficos —abundan las escenas memorables como la de la partida de Ema o la pelea en Nueva York relatada desde las expresiones de los rostros de los cronistas deportivos—, incluyendo algo no es habitual en el cine que se filma en Argentina: la utilización en función dramática del sonido, lo que Favio ha hecho es la radiografía de lo que en la mitología popular, si es que esta abstracción existe, se llama una amistad, pasando por alto que sexualidad y genitalidad no son lo mismo. Y no es rizar el rizo: después de la última imagen la banda sonora ataca con “Quiero verte una vez más”, el tango que, antes, en el cabaret vacío, un Gatica borracho y orinado le canta a El Ruso que está solo en una mesa y que al oírlo sube hasta el escenario y lo abraza. Cuando Gatica, ya cuesta abajo, trabaja como anzuelo para conseguir clientes en un restaurant, se lo ve en su mesa tomando la sopa —un placer que le sigue desde su infancia pobre— y comienza a oírse el tango “Nostalgias”, después de los dos primeros versos El Ruso golpea el vidrio de
la ventana.

“Quiero
verte una vez más” puede leerse de maneras varias, aquella que pertenece a la acción ya la describimos. Pero este querer volver atrás, al idílico —para el cineasta— primer peronismo, a un deportista que hizo toda una puesta en escena del triunfo desde su justo resentimiento, a una Argentina que ya no existe más, es una operación nostálgica donde la Verdad se esfuma para que aparezcan, no sé si con la anuencia de Favio, multiplicidad de sentidos que escapan a la tiranía del Sentido.


 

Ficha técnica:

 

Gatica, El Mono
Argentina, 1992.
35 mm, castellano, color, 136m.
Dirección: Leonardo Favio.
Intérpretes: Edgardo Nieva (José María Gatica, El Mono), Horacio Taicher (El Ruso), Juan Costa (Jesús Gatica), María Eva Gatica (Madre de José María), Kika Child (Ema), Virginia Innocenti (Nora), Adolfo Yanelli (El Rosarino), Cecilia Cenci (María Eva Duarte de Perón), Cutuli (Fioravanti), Armand Capo (Juan Domingo Perón), Erasmo Olivera (José María Gatica niño), Jorge Baza de Candía (Gordo en cantina), Andrés Consiglio (El Ruso niño) y Claudio Ciaffone.
Guión: Zuhair Jury, Leonardo Favio.
Fotografía: Alberto Basail, Carlos Torlaschi (secuencias de la niñez).
Montaje: Darío Tedesco.
Música original: Iván Wyzsogrod.
Dirección de arte: Rodolfo Mórtola.
Vestuario: Trinidad Muñoz y Nené Murúa con la supervisión de Carola Favio.
Cameraman: Héctor Collodro.
Escenografía: Miguel Ángel Lumaldo.
Maquillaje: Jorge Bruno.
Producción ejecutiva: Alberto Parrilla.
Productores asociados: Eugenio Marinaro, Hugo Becchietti.
Productor manager: Juan Antonio Retamero.
Compañía productora: Choila S.R.L.
El film está dedicado a Osvaldo Soriano, Jorge Montes y a la memoria de Samuel Palanké.

 

EMILIO TOIBERO.

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