La mise en scène faltó a la cita
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La
estructura narrativa de esta ópera prima de Diego Soffici recuerda, entre los
recientes estrenos,
Ahora bien, cuando el padre de nuestro protagonista va por segunda vez a ver a su nieto –la primera nos ha sido omitida– sólo está con él la madre de su nuera, a quien le pide que no le diga a su hijo que estuvo allí. ¿Qué hace esta situación en el recuerdo de Jorge? ¿Se está queriendo indicar, con extrema sutileza, que conoce el hecho? ¿Y cuál es la importancia del mismo en la trama? Toda la secuencia podría eliminarse sin que nada cambie en Estas facilidades –por otra parte tan habituales en el cine mainstream– están acompañadas por otras. Cuando Jorge recibe, en su despacho, la segunda visita –esta vez la primera nos fue mostrada– del inspector de policía y, presionado, decide contar la verdad de sus actos ese viernes a la noche en que Carmela fue asesinada, se suceden una situación imaginada por él – A diferencia de la literatura, donde el lector, inevitablemente, debe imaginar a los personajes por más minuciosamente descriptos que estén, en el cine los personajes adquieren carnadura a partir de la mise en scène. Sus presencias físicas, y sus actuaciones en el caso de que las hubiera, no bastan, es necesaria la creación de la situación, tanto en términos de puesta en escena como de puesta en cuadro, para que estas criaturas, imaginarias o no, conciten nuestro interés. Cuando en Fin de fiesta, Adolfo Braceras tiene una relación sexual, que se aproxima mucho a una violación, con la hija del puestero de la casa de campo de su abuelo, Torre Nilsson, un realizador que conviene no olvidar, ubica el hecho en un gallinero cercado por alambre, inclina la cámara y alterna planos en picado y contrapicado para insinuar zonas menos evidentes de Evidentemente cercano, al menos en su imaginario, al llamado “cine clásico”, Soffici adora, como Adolfo Aristarain, los “planos de establecimiento”. Cuando Jorge hace su primer viaje a Buenos Aires (en la ficción se entiende), la imagen del Obelisco y una melodía con resonancias tangueras irrumpen en el discurso para que nadie se extravíe y pueda confundirse espacialmente. Lo mismo ocurre cada vez que el personaje central viaja de una a otra de las ciudades en las que transcurre el fragmento de su existencia narrado. Al revés, probablemente, de lo que sucede en su mente, el relato está interesado en que el espectador no participe de esa confusión, si es que existe. (Es interesante confrontar cómo en La ciénaga, una película menos académica que ésta que nos desvela, José pasa de la cama de Mercedes, en Buenos Aires, a la cama de Mecha, en Salta, sin que Lucrecia Martel sienta que debe incluir alguna imagen que dé cuenta del viaje.) Pero esa intención de ser preciso con relación a los espacios por donde se despliega la acción, no se extiende a la anécdota que, lo cual es una elección respetable, deja algunos puntos oscuros: “¿quién mató a Carmela?” es uno de ellos que, por su parte, abre a otra pregunta: si su asesinato no queda resuelto, ¿no puede éste tomarse como una necesidad de cumplir con el nudo argumental de rigor que prescribe la academia de guiones? Hay otro, que obviamente reviste mayor importancia dentro de la economía del relato: ¿por qué el padre persigue tan tenazmente a su hijo? La no explicitación de este último asunto, se asocia además a la construcción de un tópico para nada saludable: la presentación, en la ficción, de los torturadores militares de la última dictadura como personajes cuya maldad evidente no tiene causa, por lo que es difícil entenderlos y, además, combatirlos; salvo, como propone el film en un final que puede resultar caprichoso, con armas similares a las de ellos. Por último, queda por advertir la particular actuación de Adrián Airala en el papel protagónico. Salvo cuando el guión lo somete a situaciones extremas, elabora una atípica distancia con respecto al personaje que le tocó en suerte, de la manera en que suele trabajar Isabelle Huppert, como si se viera a sí mismo actuarlo en una eficaz maniobra de distanciamiento que Soffici no da señales de estar interesado en explotar.
Ficha técnica:
Gerente
en dos ciudades
Argentina, 2001. Castellano, color, 120m. Dirección: Diego Soffici. Intérpretes: Adrián Airala (Jorge Araujo), Dolores Fonzi (Carmela), Lorenzo Quinteros (el arquitecto), Carolina Fal (Ana), Carlos Catania (Araujo padre), Miguel Flores (inspector de policía), Raúl Kreig (Pepe), Malena Bravo, Roberto Trucco, Ulises Bechis, Gerardo Amarillo, Erica Conti, Graciela Martínez, Juan Aguilar, José Luis Martínez, Julieta Kilgeman, Federico Acevedo. Guión: Diego Soffici según la novela homónima de Carlos María Gómez. Fotografía: Raúl Martínez Clemen. Cámara: Atilio Perín. Montaje: Darío Tedesco. Música: Horacio Corral. Sonido Federico Billordo. Dirección de Arte: Fernanda Aquere. Efectos especiales: Piromania FX. Jefe de producción: Ricardo Llusá. Dirección de Producción: Pablo Testoni. Producción ejecutiva: Julio Hiver, María Laura Ramseyer. Producción: Diego Soffici con apoyo del INCAA. Distribución en la Argentina: Estreno en Rosario: 25 de septiembre de 2003. Estreno en Buenos Aires: Calificación: Fotos cortesía de Selección Oficial del Primer Festival Iberoamericano de Cine, Rosario, 2003. Dedicado a Grupo de Cine
EMILIO
TOIBERO.
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miércoles, 4 de junio de 2014
Gerente en dos ciudades, de D. Soffici
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