jueves, 5 de junio de 2014

La cosecha estéril, de B. Bertolucci



Periferias

La secuencia primera, sobre la que están inscriptos los títulos de crédito iniciales, merece ser someramente descripta. La cámara, en contrapicado, está bajo un puente carretero desde el que, llevados por el viento, comienzan a caer papeles del mismo tamaño rectangular -volantes o recortes efectuados sobre muchos periódicos- que van a hendir, en su trayecto, un descampado, una mezcla de pastos altos, tierra y fango cercana al Tíber. A través de planos fijos, travellings hacia delante o panorámicas, descendentes y laterales, se sigue su recorrido, sin que ninguna presencia humana lo justifique como ordenaba el cine clásico, hasta dar con un cadáver. En zoom de retroceso se lo abandona, dejándolo fuera de campo después de un corte directo, para reiniciar otro recorrido que vuelve a desembocar, como dando a entender que hay muchas maneras de acercarse a él y esto es una advertencia de lo que seguirá, en el mismo cadáver, identificable ya como el de una mujer. Como aquel movimiento de cámara que avanzaba entre objetos embalados, que podían semejar a una ciudad, para desembocar en la inscripción de un trineo que ya ardía en el fuego, éste está diciendo que quien tiene la verdad, quien sabe más y por lo tanto puede descubrir, es la cámara, figura del narrador en el texto para la ocasión. No es casual que cuando en el año 1965, Pier Paolo Pasolini, en una ponencia presentada en el Festival de Pesaro, intenta cristalizar su concepto de "cine de poesía", uno de los cineastas italianos que menciona como ejemplo concreto de su elaboración teórica es, precisamente, Bertolucci y su segundo largometraje -Prima della rivoluzione (1964)- y uno de los estilemas cinematográficos que, de acuerdo al autor, señalarían a este tipo de cine es "dejar notar la cámara".


En La cosecha estéril, ´opera prima´ que Bertolucci rodó a los 22 años, Pasolini es el autor del argumento y no hay duda de que más de un personaje, sobre todo el del soldado siciliano que canta y ríe por las calles mientras busca mujeres en su día franco y que podría haber interpretado Ninetto Davoli que en aquel entonces ni soñaba ser actor, llevan su marca, así como los espacios que propone el mundo diegético: los barrios pobres de la periferia de Roma, que hoy forman parte del pasado, sobre los que ya había comenzado a avanzar la clase media huyendo de la vida agitada del centro, tal como lo registra un film rodado en el mismo año que éste por Michelangelo Antonioni: El eclipse. Pero, se sabe, que Bertolucci, ayudado por otro cómplice de siempre de Pasolini, el escritor y cineasta Sergio Citti, modificó en el guión muchos aspectos de la historia pasoliniana primera. No hay, o por lo menos no conozco, bibliografía que consigne esas mutaciones, pero sí se puede afirmar, sin temor a equivocarse, que esa secuencia primera ya descripta, que nada agrega a la historia y funciona como prólogo que da a conocer pautas de lectura, nunca puede haber sido escrita por él.

Lo que el film propone como anécdota son diversos interrogatorios a personas que estuvieron en el Parque Paolino, el lugar del asesinato de la prostituta, en la noche que se cometió, a cargo de una autoridad policial cuya figura jamás aparece en los planos y de la que sólo se conoce su voz, lo que de alguna manera la identifica con el espectador. Pero éste tiene una ventaja sobre el inquisidor, pues mientras este último debe atenerse a las palabras de los interrogados, el detective extra-diegético sentado en su butaca sabe lo que esconden esas palabras, cuando esconden, a través de una visualización que, graciosamente, le concede el narrador. Sin embargo, éste no parece muy preocupado por generar alguna intriga con respecto a la identidad del homicida (cuando sobre el final se revela carece de toda relevancia dramática y ni siquiera queda claro si la muerte fue accidental o azarosa), sino más bien en ofrecer un amplio muestrario de tipos humanos de la periferia acorralados por la miseria, marginales o al borde de serlo, provenientes de diversos puntos de la geografía italiana, capturados en su cotidianeidad con una cierta tendencia a acentuar un costado lírico, sobre todo en el caso del soldado ya citado o en el de los adolescentes Francolicchio y Pipino en sus lances amorosos, que contrasta notoriamente con la mirada que sobre criaturas similares del subproletariado romano arrojara la muy dura Accattone (1961).

Pero este entramado de personajes, por lo general muy atractivos, está montado sobre una estructura férrea donde, a la manera de ciertos textos del nouveau roman, Robbe-Grillet sobre todo, por entonces de mucha circulación, la pregunta esencial que recorre la acción es ¿qué ve? y ¿qué piensa? cada uno, antes que ¿qué hace?, como puede advertirse en las demandas verbales del policía, dando a entender que lo que llamamos realidad no es más que una construcción de la subjetividad. Lo que está expresado, en una muy eficaz síntesis de imágenes, en el momento en que el asesino entabla diálogo con la víctima y se suceden varios planos muy breves, articulados de manera violenta, en que se ve el encuentro desde los lugares donde pueden haber estado los otros testigos de esa larga noche en una plaza descripta hasta en su detalle más ínfimo.

El abrupto final muestra el recorrido por una pared que puede ser la de un palacio de tribunales y cuando la cámara se detiene sobre unas figuras pintadas sobre ella -imposibles de distinguir en esta copia- aparece un texto, atribuido a G. Belli, que dice: "...y ahora la comadre seca de la calle Giulia levanta su brazo justiciero". Entonces uno puede pensar que el título original alude, de manera crítica a la justicia, como así también el título en inglés: The Grim Reaper, que puede traducirse como ´El severo segador´. Mientras que el más metafórico título en castellano, La cosecha estéril, plantearía el accionar judicial como inútil porque su apego a la letra escrita de la ley sólo desemboca en una reducción que no toma en cuenta los mil matices, imposibles de desconsiderar, de la vida.


Ficha técnica:

La cosecha estéril [La commare secca]
Italia, 1962.
Italiano, b/n, 86m.
Dirección: Bernardo Bertolucci.
Intérpretes: Carlotta Barilly (Serenella), Lorenza Benedetti (Milly), Clorinda Celan (Soraya), Vincenzo Ciccoca (Mayor), Alvaro D´Ercole (Francolicchio), Giancarlo De Rosa (Nino), Gabriella Giorgelli (Esperia), Romano Labate (Pipito), Silvio Laurenzi (homosexual), Alfredo Leggi (Bostelli), Santina Lisio (madre de Esperia), Allen Midgette (Teodoro, el soldado), Ada Peragostini (María), Emy Rocci (Domenica), Wanda Rocci (prostituta), Francesco Ruiu (Canticchia), Marisa Solinas (Bruna), Erina Torelli (Mariella), Renato Troiani (Natalino).
Guión: Bernardo Bertolucci y Sergio Citti según un argumento de Pier Paolo Pasolini.
Fotografía: Gianni Narzisi.
Montaje: Nino Baragli.
Música original: Piero Piccioni.
Canciones: Addio, Addio, cantada por Claudio Villa; Come nasce un amore, cantada por Nico Fidenco.
Sonido: Sandro Fortini.
Asistente de montaje: Sergio Montanari.
Vestuario: Adriana Spadaro.
Asistente del director: Adolfo Cagnacce.
Cámara: Emilio Giannini.
Dirección de producción: Ugo Tucci.
Productor: Antonio Cervi.
Compañías productoras: Compagnia Cinematográfica Cervi S.p.A.; Cineriz.
Editó en video en Argentina: Yesterday Video Cine.

EMILIO TOIBERO.

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