viernes, 6 de junio de 2014

La Orestíada africana, de P. P. Pasolini



Lo viejo y lo nuevo


Apenas iniciada la película, cuyo primer plano después de los títulos de crédito es el rostro de Pier Paolo Pasolini reflejado en una vidriera de un país africano, su voz over nos dice: “Evidentemente vine a filmar. ¿Filmar qué? No un documental ni un film. Vine a filmar anotaciones para una película que será Orestíada africana”. Si entendemos, lo que parece razonable, que cuando dice film el referente es el cine de ficción, lo que el autor está enunciando, casi a la manera de un prólogo y con su rostro como firma, es el carácter inclasificable, al menos dentro de lo que dictamina el canon que se predica desde las escuelas de cine, de este trabajo. Más allá de que bastantes planos registran situaciones que igualmente se hubieran producido de no estar allí la cámara para captarlas –lo que podría marcarlos como pertenecientes al documental–, su articulación y, sobre todo, la permanente voz del cineasta, que tan pronto los comenta como los metaforiza a través del roce con el discurso verbal, los contamina, provocando su ficcionalización. Pero tampoco podemos decir que estamos frente a un film de ficción en la medida en que aquellas situaciones, al menos en la dirección que señala el corazón de la industria, son siempre narrativas, es decir construyen personajes, sucesos, transformaciones y cierres de diverso tipo, que apuntan a resolver de alguna manera los conflictos planteados. Más bien podría pensarse que de La Orestíada africana, engañoso título de la edición argentina en video que elimina la palabra apuntes, o la palabra anotaciones, que está en el original, se podría decir que es un ensayo, extrapolando el término de la literatura, donde se presentan las ideas de un autor sobre uno o varios temas. Es la concreción de uno de los sueños, irrealizados, de Serguei Eisenstein, pasible de ser ubicado, si hiciera falta, junto a, entre otras pero no tantas, Histoire(s) du cinéma (Jean-Luc Godard, 1988-1998) , Tren de sombras (José Luis Guerín, 1997) y Sin sol (Chris Marker, 1982), films todos que, pese a las innumerables –e irreductibles– diferencias que los separan, tienen en común el proponer una primera persona, que remite al autor del film, reflexionando sobre uno o varios temas sin recurrir a la narración, al menos tal como se la entiende comúnmente.


Después de dos largometrajes de ficción –Teorema (1968) y Chiquero (1969)- donde Pasolini expresó su condena a sus contemporáneos burgueses de la Europa occidental, retrocedió en el tiempo para realizar, partiendo de la tragedia homónima de Eurípides, Medea (1969) donde opone el universo hierático, arcaico y clerical de la maga, imagen del Tercer Mundo (expresión que en aquel momento todavía tenía sentido), al racional y pragmático de Jasón, representante del Primer Mundo, cargando así de sentidos actuales, en el momento del rodaje, a una situación dramática que hunde sus raíces en el mito. En el mismo film, inmediatamente anterior a éste que reseñamos, disolvía, como nunca antes en su producción, las fronteras entre mostrar y narrar, a través de la inclusión de largos fragmentos, como el del sacrificio humano para asegurar una buena cosecha, que aparecían como imágenes saqueadas a una investigación antropológica. La misma oposición, nuevamente con raíces en el mito, y el mismo recurso estético se amplifican, de manera más explícita y exuberante, en La Orestíada africana, encendido canto, entre otras cosas, de las posibilidades del Tercer Mundo de transformar su historia, cambiando así la del resto de la humanidad.

Las anotaciones filmadas de Pasolini tienen un confeso propósito: encontrar la manera en que se puede realizar una trasposición, un cierto tipo de trabajo de adaptación, diferente de la ilustración o la interpretación, según plantea en su reciente libro Sergio Wolf, de La Orestíada –nombre por el que se conoce una trilogía de tragedias integrada por Agamenón, Las coeforas y Las euménides-, de Esquilo, al África contemporánea. Pero esa búsqueda lo conduce a encontrar paralelismos, tan ciertos como sorprendentes, entre el tiempo del mito y el presente que lo llevan a reflexionar, con su lucidez habitual, sobre el continente, o, mejor, sobre su parte habitada por hombres de color negro, donde acababan de nacer nuevas naciones. En el final resume su pensamiento así: “Aquí los últimos apuntes para una conclusión. El nuevo mundo está instaurado. El poder de decidir su propio destino, al menos formalmente, está en las manos del pueblo. Las antiguas divinidades primordiales coexisten con el nuevo mundo de la razón y la libertad. ¿Cómo concluir? Pues bien, la última conclusión no existe, está suspendida. Una nación ha nacido. Sus problemas son infinitos. Pero los problemas no se resuelven. Se viven y la vida es lenta. (Hasta acá en la banda de imágenes había un solo hombre labrando la tierra con una suerte de azada muy antigua, ahora se incorpora otro hombre al trabajo.) El avanzar hacia el futuro no tiene solución de continuidad. El trabajo del pueblo no conoce ni retórica ni indulgencia. (Desde acá son muchos los hombres trabajando en las imágenes). Su futuro está en el ansia de futuro. Y su ansia es una gran paciencia.” En la banda sonora, junto a la voz de Pasolini hay una melodía cantada por un coro, no señalada en los créditos, que, al menos a mí, me recuerda a las canciones corales de los partisanos.

Hay momentos que instalan algo parecido a un escalofrío en el espectador, son aquellos en que el apunte se transforma en un plano que podría estar en la versión definitiva del proyecto, en que el espectador puede pensar que ha saltado del orden de las anotaciones al film ya concluido: las fogatas que se encienden en las cimas de los montes para anunciar el regreso de Agamenón de la guerra de Troya, Orestes tropezando con la tumba de su padre en su vuelta a Argos y, sobre todo esa secuencia, de una intensidad que esplende, en que las Erinias, representadas por árboles azotados por el viento, persiguen a Orestes, después que éste se ha cobrado la venganza, matando a Clitemnestra y Egisto. Aunque hay que admitir que no le va a la zaga la situación, en Roma, donde se ensaya a través de la música y el canto una posibilidad para resolver, en el largometraje probable, la visión de Casandra, fuera del palacio, del asesinato de Agamenón en su interior.

Mientras busca escenarios y seres humanos para su proyecto, Pasolini dice: “Me gustaría que mi película de la Orestíada en África fuera una película con carácter básicamente popular.” Lo notable es que trabajando con materiales que pertenecen, desdichadamente, a la alta cultura de Occidente y con materiales –todo lo relativo a la vida africana– que podrían resultarnos ajenos, consiga su propósito, regresando a un cine que puede interesar a todo el mundo, que había abandonado después de la maravillosa ¿Qué son las nubes? (1967) y evocando en este final con una situación colectiva al de El evangelio según Mateo (1964). En el final de su película inmediatamente posterior a ésta –Decameron (1970)–, el Giotto, o un discípulo adelantado de él, interpretado por el propio Pasolini, mira a cámara y pregunta: “¿Para qué realizar una obra cuando es tan bello soñarla solamente?” Quizá allí esté la respuesta que puede explicar el porqué no realizó nunca el proyecto que disparó este film. Porque ya lo había soñado y ese sueño se llama La Orestíada africana, nunca estrenado en nuestro país y recién presentado en Italia a cinco años largos de su rodaje, el 29 de noviembre de 1975, veintisiete días después del asesinato de su autor.

Pasados los años, resulta curioso constatar que mientras vivía Pasolini, la crítica en general, y especialmente la italiana, lo valoraba, a veces, colocándolo siempre muy por debajo de otros cineastas, considerados maestros, como Federico Fellini y Luchino Visconti. Esa apreciación hoy no se sostiene, revisar la producción de Pasolini es advertir su absoluta contemporaneidad y vigencia, su provocación a filmar. que es lo que ya no producen los otros mencionados.


Ficha técnica:

La Orestíada africana [Appunti per una Orestiade africana]
Italia, 1970.
Italiano, b/n, 70m.
Dirección y guión: Pier Paolo Pasolini.
Participantes: un grupo de estudiantes africanos de la Universidad de Roma, Gato Barbieri (saxo), Donald F. Maye (batería), Marcello Melio (contrabajo), Ivonne Murray (voz), Archie Savage (voz), Pier Paolo Pasolini (voz del narrador) y miles de habitantes de África.
Fotografía: Giorgio Pelloni, Mario Bagnato y Emore Galeassi.
Montaje: Cleofe Conversi.
Música original: Gato Barbieri.
Sonido: Federico Savina.
Producción: Gian Vittorio Baldi.
Compañías productoras: IDI Cinematografica (Roma), I film dell’Orso.
Editó en video en Argentina: Kinema.

EMILIO TOIBERO.

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