viernes, 6 de junio de 2014

Marechal o la batalla de los ángeles, de G. Fontán



A la caza del fascículo arrancado


Por lo menos tres filmes diferentes, si no cuatro, conviven en éste que firma Gustavo Fontán. Por un lado están las disquisiciones, a veces atractivas como cuando dan vuelta en torno a la palabra “patria”, de Horacio González y Claudio Pérez, en torno a distintos momentos de la producción del narrador, poeta, ensayista y autor teatral argentino Leopoldo Marechal (1900-1970). Generalmente representadas a través de planos que encuadran a los hablantes desde la mitad de su pecho para arriba, como en cualquier apurada emisión televisiva aunque en un marco espacial más trabajado, importan por lo que éstos dicen no por la rutinaria manera en que se los registra.

Por otro lado, están los testimonios de quienes conocieron al escritor o los lugares que éste transitó: su única sobrina, Elsa Ardissono; Roberto Rodríguez y Liberato Farías, administrador de la estancia “Santa Marta” y domador de caballos, respectivamente, y sus dos hijas: María de los Ángeles y Malena. Los testimonios, realizados separadamente aunque articulados por el montaje, de estas últimas quizá sean lo más interesante de Marechal o la batalla de los ángeles. A lo mejor porque cualquiera de las dos, al menos por lo que el discurso nos deja ver, aparecen como mujeres seductoras capaces de esconder tanto como lo que dicen, de dejar entrever zonas problemáticas, por lo tanto dolorosamente humanas, entre las hendijas de sus palabras o en su gestualidad. De sus recuerdos, emerge una madrastra que no desdeñarían los Estudios Disney: la mítica Elbiamor de su padre es apenas vista como Elbia Rosbaco, una temible aprendiza de astróloga.


Estarían, por último, la lectura o la representación de algunos textos del escritor y la introducción de personajes de la ficción marechaliana en el plano de la “realidad” y de Claudio Pérez, a quien la planificación le concede un protagonismo inmerecido, en el plano de la “ficción”: la magra recreación de aquel banquete que supo ofrecer Severo Arcángelo, que permiten extrañar una mayor ambigüedad en la interacción de ambos niveles.

El film se cierra con imágenes, muy bien conservadas hay que admitirlo, que registran al autor de Adán Buenosayres, dando certezas sobre su existencia real y cuenta de su carnadura en la realización de actos cotidianos, apenas entrevistas en algunas fotos previamente mostradas. La última que eligen compartir es su entrada al legendario, por escritura y gracia de Marechal, café Izmir de la calle Gurruchaga, lugar de inicio de la acción, lo que abriría la posibilidad de una cierta lectura circular que no parece demasiado importante intentar.

El problema radica en que estos segmentos si bien no llegan a armonizar, a constituirse en un todo, tampoco dan lugar a fricciones que podrían emerger de su roce, de su obligada convivencia, salvo en ese inquietante momento en que mientras Farías habla de su oficio, inesperadamente, un misterioso caballo aparece dentro del bar, tan ajeno al entorno como aquella avestruz que irrumpía en el dormitorio del matrimonio burgués en El fantasma de la libertad (Luis Buñuel, 1974). A diferencia del prodigioso trabajo que realizó Jaime Chavarri –¿o realizaron Jaime Chavarri y Elías Querejeta?– tratando de evocar la terrible figura del poeta español Leopoldo Panero Torbado en
El desencanto (1975), película de presupuesto tan magro como ésta que nos ocupa, Fontán parece querer tender a una evocación que elude cualquier sobresalto y, por lo tanto, opta por moverse dentro de lo que cabe esperar si de evocar figuras célebres se trata, aunque como en el caso de ésta se encuentre, al menos en apariencia, en una zona de penumbra por estos años que tanto necesitarían su pensamiento, como lo hace notar la dupla González y Pérez embarcada, con un medido entusiasmo tan propio de la academia, en su rescate.

Como se sabe todo film en sus minutos iniciales propone la estrategia de lectura que pretende que se le aplique. En Marechal..., antes de que aparezca el título de la película, González le muestra a Pérez un libro del autor de Megafón o la guerra. Explica que se llama El espía y otros relatos, que fue editado el 11 de noviembre de 1975 y distribuido por los días del golpe militar. Por temor, le fue arrancado un fascículo que incluía “un relato sobre la isla de Fidel”, continúa. Esas páginas literalmente faltantes adquieren otras resonancias, sugieren otras ausencias que parece que el film intentara llenar. Nada de eso ocurre y la pasión necesaria para que esto se hubiera producido sólo está en algunos textos memorables que la película rescata, como aquel dedicado a Restituta, la curandera, que dice: “...sabía ese arte oscuro de apagar y encender ese ardor forastero que decimos amor...”.


Ficha técnica:

Marechal o la batalla de los ángeles.
Argentina, 2001.
Castellano, color / blanco y negro, 65m.
Filmada en Betacam digital. Se presenta en videoproyección.
Dirección: Gustavo Fontán.
Intérpretes: Alicia Berdaxagar (Restituta, la curandera), Jean Pierre Reguerraz (Samuel Tesler), Horacio González, Claudio Pérez, María de los Ángeles Marechal, Malena Marechal, Liberato Farías, etc.
Guión: Gustavo Fontán.
Fotografía: Marcelo Lavintman y Diego Poleri.
Montaje: Laura Búa.
Sonido: Abel Tortorelli.
Asistente de dirección: Hugo Soria.
Dirección artística: Alejandro Mateo
Producción: Fundación Leopoldo Marechal, con la colaboración de la Secretaría de Cultura de la Nación.
Estreno en Buenos Aires: 3 de octubre de 2002.
Calificación: Apta para todo público.

EMILIO TOIBERO.

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