En el comienzo hay un cartel, letras blancas sobre fondo negro, que
propone un fragmento, perteneciente al “Seconde préface” a Bajazet del
dramaturgo francés Jean Baptiste Racine (1639-1699), que dice: “L’éloignement
des pays répare en quelque sorte la trop grande proximité des temps”, y que
los subtítulos castellanos traducen así: “Porque sé que el tiempo es siempre
el tiempo y el sitio, sólo un sitio” en vez de “El alejamiento de los países
repara de algún modo la excesiva proximidad del tiempo”. Con esta aclaración
resulta evidente la primera dificultad con que debe tropezar el espectador de
esta edición argentina de Sans soleil, de ese autor imprescindible que es
Chris Marker (nacido como Christian François Bouche-Villeneuve, el 29 de
julio de 1921 en Neuilly-sur-Seine, Francia), de cuya abundante filmografía,
que va de 1952 a 2000, sólo se estrenó en salas comerciales de nuestro país
Description d’un combat (1960) bajo el título de Vivir en Israel.
Después de las palabras de Racine continúa el negro sobre la pantalla
mientras la voz over de una mujer dice, en el original: “La primera imagen de
la que me habló fue la de tres niños en un camino, en Islandia, el año 1965”.
Por corte directo se ve, sin que ningún sonido se oiga desde la banda sonora,
la imagen anunciada verbalmente. Vuelve a aparecer el negro y, mientras
permanece, la voz dice: “Me decía que para él era la imagen de la felicidad,
y también que había intentado en numerosas ocasiones asociarla con otras imágenes...”,
pero allí aparece una nueva imagen, la de un avión de guerra estadounidense
en un portaaviones, y quien habla concluye su enunciado, con un “...pero que
nunca había funcionado”, sobre ella. Reaparece el negro y la narradora
concluye: “Me escribía: «Un día, la pondré sola al inicio de una película, y
abajo pondré un buen trozo negro. Si no ven la felicidad, al menos verán la
oscuridad»“.
La atrapante voz es la de la actriz y escritora Florence Delay, la
protagonista de Procés de Jeanne d’Arc (1962, Robert Bresson), y aquello que
lee, durante casi todo el metraje, son unas cartas, de altísima inspiración
poética, enviadas por el reportero Sandor Krasna, uno de los tantos
heterónimos bajo los que se disimula Marker, que deambula de Japón a Guinea-Bissau
y de San Francisco a París. En el comienzo descripto, imágenes y palabras
antes que aliarse parecen estar en conflicto, ocupar zonas autónomas. Cuando
al fin se encuentran, las primeras se suceden velozmente, tan
vertiginosamente que en algunos tramos provocan una sensación semejante a un
hechizo, y siempre remiten a un pasado: el momento de su registro, mientras
que las segundas, las de las —¿falsas?— cartas, tratan de otorgarles un
sentido a los planos, que siempre se escurre y nunca coagula, así como la
presencia física de Marker, siempre fragmentada, atraviesa las imágenes sin
que el espectador llegue a advertirlo.
Volvamos a los niños islandeses, nada permite dudar que para Krasna su imagen
es la de la felicidad, pero ¿lo es para el espectador que apenas alcanza a
verla, entre dos fragmentos de negro? El acto de intentar obligar a que se
acepte aquello que dice esa carta fijando un sentido, es lo que abre el
discurso a la espinosa cuestión de la percepción. Por un lado está la memoria
de Krasna que reescribe las imágenes que captó, de igual manera —y esto lo
afirma el mismo film en una secuencia que roza lo onírico— que Scottie
reescribía a Madeleine en el cuerpo de Judy en Vértigo (1958, Alfred
Hitchcock), pero por el otro está el espectador que puede aceptar, o no, esa
operación de una conciencia. De ahí las infinitas lecturas a que Sin sol
puede dar lugar porque mucho más allá de que alguien pueda detenerse, con
todo su derecho, en atender a la confrontación entre una sociedad altamente
tecnificada como la de Japón con otra casi tribal, como la de Guinea-Bissau,
la obra se propone como un ensayo, intención que la acerca a los últimos
trabajos de Jean-Luc Godard, que discurre sin cesar, yendo y viniendo para
volver a irse de manera siempre sinuosa, en torno a la naturaleza de las
imágenes, sus variaciones en los soportes que las acogen, sus relaciones con
la realidad y los modos de su percepción.
El plano de unos terrenos volcánicos, que como todos los que articula el
discurso aparecen como roturas en el tiempo, donde se dice que se entrenan
los que viajan a la Luna, desata la remembranza de un film de ciencia-ficción
que nunca realizó el autor de las esquelas. Hubiera narrado la historia de un
hombre que llega a la Tierra no desde otro planeta, sino desde el futuro, el
año 4000. El motivo de su viaje es descubrir el sentido de una canción que se
sigue tocando sin saber ya a qué alude. Se entera que refiere a la tristeza,
sentimiento que el visitante ignora, pero ésta se apodera de él. Para la película
que ya sabe que nunca filmará, Krasna sigue buscando escenarios y personajes
y hasta le ha encontrado un título que es el de la melodía investigada de
Modest Petrovich Mussorgsky: “Sin sol”. Esa película, que las palabras dicen
que no se realizará, bien podría ser ésta, suerte de espejo que refleja
aquella que sólo existe en el pensamiento, donde también se utiliza la
canción del compositor ruso, y donde se advierte esa mirada compasiva y
atenta hacia los seres humanos que debería haber tenido, según afirma la voz
que lee, el viajero.
Al aproximarse la media hora de metraje, se citan unas frases de Samura
Koichi. La voz lee: “¿Quién ha dicho que el tiempo triunfa sobre todas las
cosas? Se tendría que decir que el tiempo triunfa sobre todas las cosas excepto
las heridas. Con el tiempo, la herida de la separación pierde sus contornos
reales. Con el tiempo, el cuerpo deseado ya no lo será más, y si el cuerpo
deseado ha dejado de ser para el otro, lo que queda es una herida sin
cuerpo.” Estas palabras permiten un interesante lugar desde el cual pensar
las imágenes que nos cercan, como heridas sin cuerpo, es decir sin realidad.
Y dejan entrever un desafío que nos concierne, el de rescribirlas, como en
Sin sol hace de manera ejemplar Chris Marker.
Ficha
técnica:
Sin
sol (Sans soleil)
Francia, 1982.
Francés, color, 100m.
Composición y montaje: Chris. Marker.
Producción: Anatole Dauman.
Ciertas imágenes han sido tomadas por: Sana na N’hada (Carnaval de Bissau),
Jean-Michel Humeau (Ceremonia militar en Bissau), Mario Manet y Eugenio
Bentivoglio (Guerrilla en Bissau), Daniele Tesier (Muerte de una jirafa) y
Haroun Tazieff (Islandia 1970).
Amigos y consejeros: en Tokio: Kazuko Kawakita, Hayao Shibata, Ichiro
Hagiwara, Kazue Kobata, Keiko Murata y Yuko Fukusaki; en San Francisco: Tom
Ludí, Anthony Reveaux y Manuela Adelman; en París: Pierre Lomé, Jimmy
Glasberg, Ghislain Cloquet, asistidos por Eric Dumage, Dominique Gentil y
Arthur Cloquet.
Banda electro-acústica: Michel Krasna.
Tema de “Sin sol”, de Módest Músorgsky y “Vals triste”, de Sibelius, por Isao
Tomita.
Voz que canta: Arielle Dombasie.
Voz que lee: Florence Delay.
Mezclas: Antoine Bonfanti, Paul Bertault.
Efectos especiales: Hayao Yamaneko
Asistentes de montaje: Anne-Marie L’hote, Catherine Adda
Editó: Gramado Videos
EMILIO
TOIBERO.
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