A diferencia de
tanto film que fecha con claridad su universo diegético, éste elige una vaga
imprecisión. Puede inferirse por algunos datos no demasiado claros, al menos
entre nosotros, como la revolución de Bela Kun en Hungría o el reinado de
Fernando en Rumania que transcurre en algún punto de la primera mitad de la
década del ’20, pero no mucho más. ¿Explicaciones posibles para esta
indeterminación? Por lo menos, dos. Que se quiera indicar el carácter
ficcional de la historia narrada, adaptada de una novela cuyo autor,
curiosamente, tiene el mismo apellido, Dumitriu, que el principal personaje
masculino ficcional en la película y cuyos nombres, si es que no son el
mismo, se asemejan: Petru para el primero, Petre para el segundo. Que se
quiera señalar que la intencionalidad del cineasta no se limita a un marco
histórico preciso, que este drama donde interactúan etnias diversas en la
Europa Central también puede leerse como un anticipo o un espejo del que
atravesaba la región en el año del rodaje: 1994.
La música de Offenbach, Mozart y Strauss interpretada en clavicordio por la
protagonista, en un abandonado puesto militar de frontera, puede ser una
buena síntesis del conflicto que vertebra, narrativamente, a Un verano inolvidable. Dos
concepciones del mundo se enfrentan, con resultados previsibles: la
dictatorial propia de la casta militar, y la ‘mozartiana’, como la define la
voz over que abre y cierra la
acción indicando que estamos ante un largo flash-back, de Marie-Therese, una lectora de Proust
sobreviviente del imperio austro-húngaro que vive embelleciendo, aunque sea
con la imaginación, aquello que la rodea: un monte a pocos metros de su casa
es, para ella, el Fujiyama. De este choque nacerá otra mujer que al tomar
conciencia de que hay seres humanos fuera de su clase social, descubrirá la
inutilidad de su vida y encontrará refugio en el alcohol. Pero de este
conflicto también, y quizá a su pesar, su esposo, el capitán Petre Dumitriu,
saldrá conociendo que siempre se puede decir no y que la figura jurídica de
la “obediencia debida” no es más que una coartada apta para las malas
conciencias de siempre.
Desde aquel memorable travelling
descendente, que se obstina en permanecer en mi memoria, realizado con una
cámara montada sobre el techo exterior de un ascensor con que Lucian Pintilie
–nacido el 9 de noviembre de 1933 en Tarutino, Rumania, hoy Ucrania–
inauguraba su opera prima: Un
domingo a las seis (Duminica
la ora 6, 1965), hasta esta edición en video nada se ha visto de él en
nuestro país, salvo quizá en el apuro congénito de algún festival. Lleva
realizados desde aquel entonces diez trabajos, entre ellos alguno para
televisión y su participación en la coral Lumiére et compagnie (1995), que deberían poder verse de
acuerdo a las expectativas que provoca éste.
Porque más allá de la coincidencia que el espectador pueda tener con ciertas
afirmaciones del film en el plano de la ética, esta comunión es posible
gracias a un trabajo cinematográfico de primer orden. Si bien el escenario de
la acción puede recordar el de ciertas obras de ese gran realizador húngaro
que es Miklos Jancsó, las operaciones estéticas de Pintilie son casi las
opuestas. Nada de planos-secuencia ni movimientos de cámara que cercan a los
personajes, por el contrario implementa una narración contenida, por momentos
asordinada con un uso extraordinario de la profundidad de campo a través de
las innumerables ventanas y puertas abiertas que aparecen –recortes que hacen
recordar que estamos frente a otro recorte– y del fuera de campo a través de
los sonidos. Esta evidente construcción, que se vuelve ostensible, hace que
se estableza una cierta distancia entre aquello que se ve y quien lo ve, y
permite que en ningún momento el discurso se desbarranque en el cenagoso
terreno de lo puramente emocional. Aunque, sin embargo, en el ataque final de
las mujeres cuyos hombres han sido asesinados se proponga un único desborde
emocional que tiene la grandeza, y la eficacia, de lo trágico, zona que no se
alcanza habitualmente en el cine.
Ficha técnica:
Un
verano inolvidable
[O Vara de neuitat / Un été inoubliable]
Rumania / Francia, 1994.
Rumano, francés, búlgaro, inglés, color, 82m.
Dirección: Lucian Pintilie.
Intérpretes: Kristin Scott Thomas (Marie Therese Von Debretsy), Claudiu
Bleont (Capitán Petre Dumitriu), Olga Tudorache (Mme. Vorvoreanu), George
Constantin (General Tchilibia), Ion Pavlevscu (Serban Lascari), Marcel Iures
(General Ipsilanti), Ravan Vasilescu (Teniente Turtureanu), Cornel Scripcaru,
Tamara Cretulescu, Mihai Constantin, Florin Calinescu y Ioan Gyuri Pascu.
Guión: Lucian Pintilie según la novela “La salade”, de Petru Dumitriu.
Producción: Marin Karmitz, Constantin Popescu.
Música original: Antón Suteu.
Fotografía: Calin Ghibu.
Montaje: Victorita Nae.
Diseño de producción: Paul Bortnovschi, Colin Papura.
Vestuario: Miruna Boruzescu.
Asistente de dirección: Sanda Iorgulescu.
Compañías productoras: Canal P1, La Sept Cinéma, El Estudio de Creación
Cinematográfica de la Cultura de Rumania, MK2 Producciones
EMILIO TOIBERO.
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