miércoles, 4 de junio de 2014

En puntas de pies, de G. Barbieri



El kárting-cruz: recortes de un mundo extraño

Nueve carteles, que recuerdan por su funcionamiento a los de Vivre sa vie (acá en colores), cortan la acción en blanco y negro y anticipan lo que sigue: «Buscando estrellas», «A los golpes», «Julián decide viajar - Tres piedras», «Las extranjeras», «¿Qué perro?», «La cruz del sur - Marga se informa», «La ciudad sin dulces» y «Un tiempo más en la isla». Los segmentos se hallan articulados cronológicamente, pero no la secuencia sobre la que están inscriptos los títulos de crédito, que en un ordenamiento sin fracturas temporales debería disponerse recién a los treinta y un minutos de reproducción. Este detalle desconcierta en una primera visión, provoca un distanciamiento que el relato busca –y alcanza, también– con otras estrategias.


Todos sabemos que la cámara recorta aquello que registra, ficcionalizándolo. Pocas veces eso aparece con tanta claridad como en este largometraje en video de Guillermo Barbieri, primero en solitario después de Tal vez Tokio. ¿Dónde ubicar el mundo diegético? Si bien la primera plana –fragmentada como en Godard o Rejtman– de un diario de una de las ciudades que integraban el desaparecido cordón industrial que se extendía al norte de Rosario podría sugerir un espacio nombrable, otros indicios lo contradicen. En una de las paredes que resguardan un cementerio vemos pegado un afiche con el título inglés de Wandafuru Raifu; otro, en italiano, de Marie-Chantal contre docteur Kha va apareciendo en los sitios más inesperados, hasta en un muelle sobre el río en la primera secuencia, fuertemente indicial, dislocada temporalmente. Las ocasiones en que se oye el sonido de un aparato de televisión, las voces corresponden a canales europeos, franceses o españoles. La música over, por otra parte, entrelaza el leit-motiv de una canción infantil que parece cantada en alemán, con otras en francés, inglés y castellano. Todas estas desterritorializaciones permiten afirmar que En puntas de pies propone un mundo autónomo, armado para su registro y trasmutado en su articulación, que no pretende trabar lazo alguno con esa construcción que denominamos “realidad” o al menos con las formas en que el cine suele presentarla, por más que con obstinación el film inscriba a sus criaturas en los escenarios naturales, minuciosamente descontextualizados, de “la ciudad” y “la isla”.

La misma voluntad se advierte en la renuncia a explicar las causas de las acciones de los personajes. ¿Por qué la joven madre escapa de su casa por la noche, para bailar sola en una confitería? ¿Por qué, también en la noche, hurta los pequeños muñecos de sus hijos? ¿Qué esconde el nacimiento de la hija a una edad tan temprana, trece o catorce años, y cuánto tiene esto que ver con la mirada irónica de su marido, única respuesta a su pregunta de por qué no tener otro hijo? No son éstas las únicas conductas que cualquier verosimilista al uso eliminaría. Los muchos niños protagonistas del film –sobre todo Lara que oscila entre el candor y la perversidad, como lo demuestra el juego con las hormigas y el azúcar– rompen con cualquier a priori sobre la conducta de los chicos, al menos en las películas. Tomemos si no, como ejemplo, ese bello momento de Pole en el cementerio, mirando hechizado, primero, la foto de una niña rubia con bucles que caen sobre su espalda, colocada sobre la placa mortuoria que cubre su nicho, y luego, sus juegos en los apretados espacios que quedan entre panteón y panteón.

Esta sustitución declarada de la “realidad” que trabaja Barbieri está expuesta, quizás, en una situación del mismo film. Un compañero ocasional de juegos de los niños protagonistas muere, en un accidente de inverosimilitud extrema asumida en la forma en que se desliza la sangre sobre el rostro del accidentado, al correr en un kárting por una calle vecina al río. Los chicos arrojan el juguete al agua. Pero después, cuando ven la tumba, deciden reemplazar la flamante cruz blanca por él. ¿Qué implica ese gesto que realizan después de un trabajoso rescate? ¿Que el niño, probablemente el primer muerto en sus vidas, les pertenece a ellos? Y si es así, extrapolando, podríamos afirmar que este film desembozadamente personal, quizás hasta la exasperación, no es otra cosa que el resultado del deseo de operar sobre el mundo, en una apropiación que lo transforma.

Es así como pocos planos más allá del fin del racconto inducido por el narrador, apenas pasados los treinta y tres minutos, el relato se modifica con la imprevisible aparición de “las extranjeras”: Marga, cincuenta y cinco años, y su hija de ocho, que viven pobremente en “la isla”. Sus continuas visitas al cementerio llevan a pensar que han perdido a alguien muy querido no hace mucho; el sobre con membrete de una institución bancaria permite sospechar una deuda; el deseo de la niña de tener un perro, cuando vive rodeada de ellos, hace imaginar la necesidad de tener algo propio en qué sostenerse. Barbieri las confronta con la familia de clase media, pone en circulación entre ambos grupos un par de zapatillas y la perra Sasha, pero no para trabajar los distintos lugares sociales que ocupan y que están descriptos sin ningún tipo de subrayado, sino más bien constatando lo efímero de su roce, la imposibilidad cierta de cualquier comunicación, como se evidencia en el diálogo entre las dos madres, cargado asimismo de una dimensión de metalenguaje en la reflexión sobre la edad de las actrices elegidas para interpretarlas. Hay más entendimiento en los bellos planos que registran los saludos que Marga prodiga a los marineros solitarios en los barcos, desde la lancha que las conduce a “la ciudad”.

Como ya ocurría en Tal vez Tokio, tan distinta sin embargo a ésta, la carencia de medios económicos se convierte en una extraña virtud. Nuevamente cabe pensar que aquello que se pensó primero –lo que no es usual y también puede advertirse en Los rubios– es la elección de una forma, para ver después lo que ella narra. Insólita y transgresora en su estudiado tono naïf, En puntas de pies debe considerarse dentro del tejido que traza la parte más interesante del cine joven argentino, comparte con él su decidida voluntad de alejarse de cualquier mensaje, su osadía y su transmisión del placer con que fue filmada; ese mismo placer que la industria, la argentina al menos aunque no solamente, busca eliminar a cualquier precio.


 

Ficha técnica:

 

En puntas de pies
Argentina, 2004.
Castellano, alemán, inglés y francés; b/n y color, 82m. (video compacto).
Dirección: Guillermo Barbieri.
Intérpretes: Lara Chinellato, Julián Chillenato (muñecos); Pablo Damiani, Luciano Damiani, Pole Damiani, Fer Sambido (kárting); Delfi Besedniak (isla), Silvana Toledo (madre muñecos), Carlos Machado (padre muñecos), Jorgelina Damiani (madre cementerio), Yoli Besedniak (Marga), Mario Besedniak (el viejo Foley), Daniel Loberías (el capitán), El gordo Henri, Checho Otero, Maxi Giorgini, Nadia Giraudo, Ramón Guruzeta, Dina Besedniak, Diego Talamonti, Gastón Barbieri, El taxista. En la radio: María Eugenia Pezotto (locución), Germán Mangione (locución), Alejandro Espinoza (locución), Gregorio Vietto, Facu Bologna, Mario Besedniak, Malú Belén, Diego Talamonti.
Cámara y luz: Guillermo Barbieri, Javier González.
Sonido directo: Dina Besedniak.
Montaje: Jorge Pucheta.
Downloads: El Boti.
Compañías productoras: Juegos de Mesa Producciones y Autocine Films.
Estreno mundial: Mar del Plata, 12 de marzo de 2004.
Exhibido en la sección ‘Vitrina Argentina’ del 19º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, marzo de 2004.

 

EMILIO TOIBERO.

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